Pepa, una anciana de 96 años que habita dignamente en Casería de Montijo, tuvo una caída y no volverá a andar por culpa de uno de los sempiternos apagones que sufren de madrugada

Hay semanas en que no pasa nada más que el tiempo, pero hay otras en que los acontecimientos se precipitan robándose protagonismo en una competición de estulticia o de falta de ética, a ver quién da más.Hoy podríamos hablar de la escandalosa afirmación del vicepresidente Iglesias comparando a Puigdemont (un individuo huido de la justicia de un estado de derecho democrático) con los republicanos exiliados, como si la alta dignidad de Alberti, Alejandro Otero o Tarradellas fuese equiparable a un personaje tan patético en su desvergüenza; también de los alcaldes y consejeros de comunidades autónomas que han aprovechado el cargo para adelantarse en el proceso de vacunación, evidenciando que la política actual tiene mucho de pícaros sin ética, de patio de Monipodio. De esto discutirán los opinadores española con unos u otros argumentos que al final quedan en nada.

Pero nosotros tenemos un tema más importante, hablar de doña Pepa Vilchez, una señora a la que apreciamos todos los que andamos irritados con la vejatoria situación que conllevan los perpetuos cortes de luz en la zona Norte gracias al periodista Carlos Morán. Por si alguien se despistó, Morán contaba el viernes que, Pepa, una anciana de 96 años que habita dignamente en Casería de Montijo, tuvo una caída y no volverá a andar por culpa de uno de los sempiternos apagones que sufren de madrugada. Una caída a estas edades es lo que tiene y, doña Pepa, a ratos quiere morirse porque ha perdido su libertad pequeña de andares despaciosos por la imprudencia temeraria de la compañía de la luz, responsable última de su amargura. De ahí que su desolación me llene de rabia, porque no quiero creer que hayamos alcanzado tal grado de deshumanización como para que una mano de hielo no nos apriete el corazón cuando vemos su rostro dolorido. Quien no respeta a sus ancianos, quien no los protege y los defiende es que es un desalmado y un indecente, un canalla sin nombre.

Es evidente que no tienen sentido las mesas de análisis eternizadas que no obligan a subir la potencia lo suficiente mientras se multiplican las redadas y se desmantelan chiringuitos las veces que sea menester; esta ineficacia revela el fracaso rotundo frente a este terrorismo social, este atentado contra la salud, como lo denominó con acierto nuestro Defensor del Ciudadano Manolo Martín, o el cura Mario Picazo, que parece que son los únicos que comprenden lo que allí ocurre. Los demás callan o se esconden detrás de las buenas palabras; y ya está bien de reírles las gracietas a empresas que desprecian a un barrio completo y sufriente por unos cuantos impresentables que delinquen. Repugna ver cómo algunos permiten que se perciba la zona Norte como un gueto, y sólo la constancia de que hay una mayoría de ciudadanos humildes y honrados (un 94%, como declaró la Delegada del Gobierno) que a su trabajo acuden y con su dinero pagan, como escribiera Machado, evita el marbete generalizado al barrio. Pero eso a Pepa no le sirve para salir de su pena inmóvil. Por eso quiero sumarme a quienes exigen justicia social, un compromiso verdadero e inmediato. Y a Pepa quisiera enviarle un beso grande por la brisa de Granada como símbolo de ánimo, de consuelo y respeto. Un soplo de esperanza de que aún no está todo perdido.

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