22 noviembre 2024

Los mamíferos extraños es el título del primer volumen de las memorias del poeta, novelista y erudito granadino Antonio Enrique (Granada, Ediciones Dauro, 2020, 287 páginas).

A principios de la pandemia lo telefoneé y mantuvimos una larga conversación en la que, entre mil temas de conversación atropellada, me informó de que iba a publicar estas memorias, escasamente canónicas, ya que este libro no coincide con una exposición de hechos y peripecias vitales. Es otra cosa. Es un híbrido entre la búsqueda ontológica de la naturaleza del ser humano, ese extraño mamífero, la autoayuda, una visión cosmogónica y, por encima de todo, una defensa inexpugnable del amor y de la poesía. Me habló de dos volúmenes, pero el cambio social que ha comportado el virus, el confinamiento, las muertes… todas esas circunstancias que han ensombrecido nuestras vidas, le han hecho escribir un tercer tomo, un añadido fuera por completo del esquema inicialmente previsto.

Se me hace difícil hablar de un libro tan complejo. Las primeras páginas me parecieron una repetición ampliada de otro libro suyo (El espejo de los vivos [El sentido de la vida], Editorial Alhulia, Colección Mirto Academia n. 67, 2017), en cuanto argumentaba el papel del ser humano en el Universo, partiendo de alguna forma de creación, llámese Dios, llámese plano de energía. Sería entonces, una disquisición metafísica. Pero muy pronto, estas memorias empiezan a hablar del propio autor: su niñez de chiquillo introvertido y reflexivo, sus afectos, su universo familiar, sus veraneos y su percepción de la libido sublimada, convertida en una atracción por una niña poco menor que él por la que se siente fascinado.

Junto a esta incursión en el género memorialístico convencional y lleno de tiernas anécdotas, Antonio Enrique vuelve a la reflexión profunda y confiesa a sus lectores, pero sobre todo a sí mismo, la eterna pulsión amatoria que ha marcado su vida. Aparecen entonces conceptos cósmicos, como la predestinación, el azar, el tarot, el fatalismo y el destino, la física cuántica y esos planos del universo que no diferencian ni la biología ni la física convencionales, el karma, la herencia biológica, los refuerzos a la pulsión erótica, tales como como el olor corporal, las facciones, la voz, la procreación necesaria para la perpetuación de la especie. Una y otra vez habla de aquella niña de su veraneo en Huétor, ahora de nuevo atrayente imán de su deseo, tras 46 años. Ese impulso lo lleva a señalar tres momentos en la vida de un nuevo ser: la concepción, la encarnación o momento en que el feto adquiere conciencia y la descarnación o muerte. Todas estas reflexiones conducen siempre a sus impulsos amatorios y están trufadas de una serie de anécdotas de diferente intensidad y tono: sus amigos, sus coqueteos juveniles con todas las chicas que se le mostraron propicias y receptivas, los contactos con otros poetas, la presencia de los muertos que ha ido acumulando en su trayecto vital, la galería de personajes que ha conocido…

Antonio Enrique, junto a Miguel Arnas, en la presentación de El espejo de los vivos (Diciembre de 2017)

Da la sensación de que este Los mamíferos extraños ha sido escrito, más que destinado a los lectores, destinado a sí mismo, en un intento de aclararse las propias ideas poniéndolas por escrito, y en este sentido podría parecerse a un manual de autoayuda, pero lo literario impregna todo el discurso. ¡Qué elegancia de prosa! ¡Qué amenidad en los párrafos narrativos y qué densidad en los especulativos! ¡Cuánta vida, cuánta muerte, cuánto amor desfilan por las páginas de este estudio sobre esos bóvidos erguidos que somos!

Antonio Enrique advierte desde las primeras páginas que su libro admite dos enfoques: el del creyente de alguna cosmovisión, para el que la muerte es un cambio de dimensión espacio-temporal y la del escéptico, para quien la muerte es un punto final de todo. Él se confiesa perteneciente al primer grupo, de ahí que conceptos ya mencionados como karma, transmigración, reencarnación, etc. tengan para él el sentido de lo trascendente, en tanto que para mí, racionalista y descreído, son solo especulaciones. ¿Quiere decir eso que desautorizo el libro? En absoluto: el libro está lleno de sugerencias, de vivencias e intuiciones en las que se puede creer o no, pero el discurso global, la importancia de la vida, del amor y de la poesía, están expuestos de tal forma que emocionará incluso al más renuente. Y la musicalidad de su prosa, determinadamente arcaica, de sus asociaciones luminosas y de la poesía que envuelve todo el libro no pueden dejar indiferente a ninguna persona sensible. Tras afrontar un par de entradas en mi blog, que están a medias y que siento como una obligación moral, reiniciaré, goloso, la lectura de los dos volúmenes prometedores de estas memorias: Lectura de nubes en el cielo (Volumen II) y Los días que paró el mundo (Volumen III). Amenazo con perpetrar sus reseñas.

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