21 noviembre 2024

Contenedores ardiendo, escaparates de comercios rotos, lanzamiento de adoquines, jóvenes antisistema corriendo perseguidos por la policía y varios cientos de miles de euros en destrozos es el resultado de las hordas de defensores del señorito Pablo Hasèl, un cachorro de la mejor burguesía leridana convertido ahora por muchos en un mártir de la libertad de expresión.

Pero no por decir muchas veces una mentira se convierte en verdad, aunque esto le cueste entenderlo a Echenique (entre otros) cuando no son los directamente perjudicados por eso que ellos llaman “libertad de expresión” que dicen defender atacando un periódico a pedradas. Lo que pasa es que Hasèl, diga lo que diga el ministro Alberto Garzón, no ha entrado en la cárcel por cuestiones ideológicas, por esos ripios vulgares (llamarlo poeta es ultrajar la poesía) o sus intentos de hacer rap -lo suyo es todo un intento- insultando y mancillando los valores constitucionales con su enaltecimiento del terrorismo de ETA o de los GRAPO, dos bandas de asesinos que parece que algunos han olvidado que llenaron de sangre inocente y de terror nuestra historia última. ETA, con cerca de mil muertos entre 1968 y 2010; los GRAPO con más de treinta entre 1975 y 2006.

Pablo Hasèl ha entrado en la cárcel de Lleida, fíjense la triste ironía, por agredir a una periodista y por amenazar de muerte e intentar golpear a un testigo que no le convenía que hablase en un juicio. Es decir, por sus antecedentes penales, dado que el prenda lleva echándole un pulso al Estado desde hace años, buscando ganar una notoriedad que compense su ausencia de talento; ejerciendo de enfant terrible con el aplauso de los radicales de izquierda y la alegría de los de la derecha, que en estas cosas de ir contra una España en la que cabemos todos, los ultras siempre acaban por estar de acuerdo.

Existiendo la posibilidad de manifestarse pacíficamente para reivindicar unas ideas, lo que revela esta turba de vándalos en la calle destrozándolo todo es que tenemos a una parte de la juventud que es fácilmente manipulable a golpe de tuit del politicastro de turno, muchos jóvenes que no son capaces de interpretar la realidad, de leer la prensa y formarse una opinión.

Primero destruyen como un caballo de Atila desbocado y después preguntan y se quejan. Mientras, manosean la libertad de expresión que tanto ha costado lograr en este país a las generaciones anteriores a la nuestra, a los que corrían delante de los grises pidiendo justicia y libertad, los que nunca ejercieron la violencia, los que utilizaban como arma única la palabra limpia que no buscaba la confrontación violenta, sino que daba argumentos y que propiciaba el debate, una sana discusión para modificar, incluso, este código penal manifiestamente mejorable. Y nunca pidieron la muerte de nadie, a diferencia del aprendiz de rapero, que alienta desde sus discordantes rimas asesinatos como los de dos demócratas de dilatada trayectoria como José Bono o Patxi López, por ejemplo. Hasèl es el hijo espurio de una burguesía decadente y vulgarizada que ha perdido todo encanto, mucho más deformada y esperpéntica que la que dibujó Buñuel en su película, donde jugaba a imitar aquel ‘épater le bourgeois’ de Rimbaud o Baudelaire. En esta tercera fase que representan individuos como Hasèl ya han alcanzado sus más altas cotas de miseria.