Andrés Colao

«Antes de la pandemia había mucha gente confinada en su casa, en su sofá, en su cama, en su habitación, en su mente»

Fotografía: Marta Martín Heres

Andrés Colao, portavoz de AFESA, una asociación española de familiares y personas con enfermedad mental, habla desde su propia experiencia. Durante los últimos meses, ha visto cómo el coronavirus paralizaba una atención sanitaria que ya era deficiente. A los que tenían un trastorno diagnosticado antes de la COVID-19, la crisis les ha dejado en el limbo. La pandemia ha sido especialmente difícil para las personas que acudían a los servicios de psiquiatría y psicología. “Hay pacientes que han sufrido mucho”, dice Colao.

La COVID-19 ha provocado un auténtico tsunami en la salud mental. Durante la primera ola, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 93% de los países consultados sufrió la parálisis de uno o más servicios para pacientes con problemas mentales, neurológicos y de abuso de sustancias. “Cuanto más estricto fuese el confinamiento, más severo resultó el impacto”, explica Marcin Rodzinka, portavoz de Mental Health Europe. Así ocurrió en España, por ejemplo, con la paralización de la actividad desarrollada en los centros de día, que atienden a personas con problemas de salud mental. Durante el primer estado de alarma, su reapertura solo fue autorizada a partir de la fase 1 de la desescalada. Y aún hoy, según el paciente Àngel Quintano, su actividad no ha vuelto a la normalidad.

Ángel Quintano

«Muchos de los centros
de día siguen ‘blindados’ por
miedo a que entre el coronavirus»

Fotografía: Hugo Fernández Alcaraz

El impacto desigual del confinamiento

Quedarse en casa no ha supuesto un gran problema para Lurdes Lourenço, cuyo trastorno de personalidad le dificulta precisamente salir a la calle. Su experiencia no es única: “A muchos pacientes no les impresionó el confinamiento. Muchos de ellos ya estaban parcialmente confinados. Algunos vieron cómo su ansiedad se alivió por el encierro”, explica el psiquiatra italiano Felice Iasevoli. Sin embargo, otras personas, como las afectadas por el trastorno del espectro autista, sí experimentaron un intenso estrés por la pérdida de sus rutinas diarias y la imposibilidad de acudir a los centros especializados de rehabilitación.

En los casos más graves, las personas internadas en un hospital han vivido una experiencia todavía más dramática, según cuenta Montse Aguilera, que es miembro de una asociación por los derechos de las personas que, como ella, tienen algún problema de salud mental. Aquellos con trastornos mentales graves viven más apartados y son más vulnerables, por lo que el confinamiento y el aislamiento social pueden tener un impacto muy negativo, dice el psiquiatra
Armando D’Agostino, del hospital ASST Santi Paolo e Carlo de Milán (Italia).

Montse Aguilera

«Se me partía el alma cuando algún amigo
ha tenido que ingresar y ha vivido este doble
confinamiento, sin visitas, sin poder llamar»

Fotografía: Hugo Fernández Alcaraz

Una atención a la salud mental a distancia e intermitente

El coronavirus ha transformado por completo la atención sanitaria. Incluso una vez pasada la primera ola, sigue sin volver al ritmo habitual, ya sea por el colapso sanitario o porque los pacientes no quieren acudir por temor al contagio. Según alerta Martina Rojnic, portavoz de la Asociación Europea de Psiquiatría, “es necesario organizar una atención continua porque, si se interrumpe, un gran número de pacientes podría recaer”. En algunos lugares, se ha sustituido por llamadas telefónicas y, en ciertos casos, videollamadas. Según datos internos de la Asociación Europea de Psiquiatría, más del 75% de la atención que sí se mantuvo se realizó online durante la primera ola, aunque con importantes diferencias entre países. En España, por ejemplo, sería del 70%.

“Hay algunos países en los que la psiquiatría a distancia no se había utilizado en absoluto, lo que significa que paralizaron completamente los servicios. En aquellos que ya la habían implementado durante 30 años, como los países escandinavos, fue muy fácil cambiar hacia la atención psiquiátrica en remoto en estas circunstancias”, dice Rojnic. Según una encuesta realizada en 2015 por el WHO Global Observatory for eHealth, solo FinlandiaPaíses Bajos y Suecia contaban por entonces con un programa operativo de telepsiquiatría a nivel nacional.

Otros países, como Croacia e Italia, tenían iniciativas de carácter más informal, mientras que Grecia y España habían impulsado hasta ese año programas piloto para la atención psiquiátrica en remoto. En el caso español, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) destacó en 2019 el impulso de diversas iniciativas de telemedicina a nivel autonómico. “Antes de la pandemia, las consultas digitales nunca habían sido realmente un foco de atención en las políticas sanitarias”, comenta el psiquiatra italiano Armando D’Agostino. Pero durante el confinamiento ya no era una alternativa, sino la única opción.

Pese a que el seguimiento a través del teléfono y de videollamadas puede ayudar a mantener cierta atención, hacen falta especialistas. De hecho, esta carencia ya existía antes de la llegada del coronavirus: la falta de recursos limitaba la atención en salud mental. Según datos de Eurostat de 2018, España (10,93) era uno de los países con menor número de psiquiatras por cada 100.000 habitantes, muy cerca de Polonia (9,23) y Bulgaria (10,31). A la cabeza de esta clasificación estaban Alemania (27,45), Grecia (25,79) y Países Bajos (24,15), que contaban con el mayor número de especialistas en psiquiatría en relación a su población.

La atención en remoto no es la panacea

Si antes de la pandemia los recursos en salud mental ya eran escasos, en la actualidad el acceso es mucho más complicado. Y las opiniones sobre la atención a distancia son diversas. Para algunas personas, los encuentros presenciales son muy importantes por el contacto visual y la confianza que se genera entre los profesionales y las personas tratadas. “Si no te queda otra, lo haces, pero no es lo mismo”, asegura la paciente Montse Aguilera. Por el contrario, otros se han sentido más cómodos con la atención en remoto que en la consulta presencial, como es el caso de Jorge Daniel Castilla, un paciente que forma parte de la Associació Ment i Salut La Muralla.

Jorge Daniel Castilla

«Yo me abrí muchísimo porque noté
que por teléfono te podías abrir más que
cuando tienes delante al profesional»

Fotografía: Hugo Fernández Alcaraz

Para la psicóloga Marta Poll, directora de Salut Mental Catalunya, experiencias como la de Jorge muestran que la atención a distancia puede ayudar a aquellas personas que les cueste más desplazarse o generar una relación de confianza cara a cara con el especialista. No obstante, existen barreras de acceso que pueden dificultar la atención de algunos pacientes, especialmente en el caso de las personas más mayores o de aquellas que tengan impedimentos para utilizar estos recursos tecnológicos.

Según los profesionales sanitarios consultados, las llamadas y las videollamadas pueden resultar útiles para saber cómo están los pacientes que lleven un tiempo en tratamiento. Sin embargo, no siempre son tan efectivas. “Pueden llegar a ser complicadas para los nuevos usuarios con los que todavía hay que generar una alianza terapéutica”, asegura el psiquiatra Armando D’Agostino. Según diversos trabajos publicados en los últimos meses, el examen a distancia de los pacientes también resulta más limitado, aunque son varios los países que han optado por la atención en remoto, incluida España, donde sobre todo se realizaron llamadas telefónicas durante el primer estado de alarma. En algunos lugares, como Utrecht (Países Bajos), han planteado soluciones más imaginativas. “Cuando estaba vigente el confinamiento, introdujeron la propuesta de café para llevar. Los profesionales de la salud mental se encuentran con las personas en espacios exteriores manteniendo la distancia y hacen la terapia mientras caminan”, relata Marcin Rodzinka, portavoz de Mental Health Europe.

Preocupación por el futuro

El problema de la salud mental no es sólo cómo atender a las personas ya diagnosticadas, sino también a los casos que podrían aparecer en el futuro. “Las consecuencias [de la crisis] van a ser devastadoras para muchísima gente, que se verá en la ruina, en el paro, sin horizontes”, afirma Nel Zapico, familiar de una persona con un trastorno de este tipo y presidente de la Confederación Salud Mental España. De hecho, el propio director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ya advirtió acerca de este peligro. Los primeros estudios realizados en varios países europeos mostraron un aumento de la angustia y la preocupación ante la pandemia. En Cataluña, se triplicaron los síntomas relacionados con la depresión, la ansiedad y el malestar emocional durante el confinamiento, según una encuesta hecha por la Agència de Salut Pública.

Además, los profesionales que trabajan en primera línea, como el personal médico y de enfermería, también pueden sufrir problemas de salud mental. “Hay un nivel más alto de agotamiento y quizás más tarde de Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT)”, explica la portavoz de la Asociación Europea de Psiquiatría. Sabemos que esto no es solo un augurio. En anteriores epidemias, como la del primer SARS y la del MERS, la salud mental de algunos de los profesionales sanitarios implicados se vio afectada. Un estudio realizado en España sobre el impacto de la primera ola de la COVID-19 destaca que la mayoría de los trabajadores en primera línea no ha recibido la necesaria ayuda psicológica y psiquiátrica.

Aquellos que han perdido a sus seres queridos también llevan consigo la pena de no haberse podido despedir de forma adecuada, recuerda el psiquiatra Roberto Mezzina, quien fuera director de un centro de referencia en salud mental de Trieste (Italia) antes de su jubilación. Y advierte: “Esta cantidad de dolor sigue flotando en el aire, suspendida, y en cualquier momento puede tener un fuerte impacto en la sociedad”.

 Este artículo forma parte de la European Data Journalism Network y se publica bajo una licencia CC BY-SA 4.0.