Pasaporte de vacunación para viajar en verano: ¿es buena idea?
El documento que permitiría viajar a las personas vacunadas frente a la COVID-19 genera numerosas dudas a nivel sanitario y ético.
En primer lugar, porque todavía falta mucha información sobre el tipo de inmunidad que confieren las vacunas actualmente aprobadas, como nos recuerda Matilde Cañelles, científica en el Instituto de Filosofía del CSIC y con una larga trayectoria a sus espaldas en investigación básica en inmunología: “A nivel de sistema inmune hay una gran variación entre personas, y además aún no está garantizado que una persona vacunada no transmita el virus”. Es decir, sabemos que las vacunas nos protegen de desarrollar una infección grave, pero no está claro si una persona vacunada podría funcionar como asintomática y ser transmisora de la enfermedad.
Dudas éticas
En un escenario en el que las campañas de vacunación masiva contra la COVID-19 apenas acaban de empezar, la implementación del pasaporte de vacunación plantea, además de las dudas sobre su utilidad para controlar la pandemia, numerosos conflictos éticos.
Por un lado, posiblemente este verano haya un grupo muy numeroso de personas que aún no se hayan vacunado, no porque no hayan querido, sino porque todavía no les ha tocado en el calendario de grupos de población. “El pasaporte de vacunación se debería hacer, al menos, cuando la gente tenga un libre acceso a la vacunación, porque de lo contrario estás marcando a los ciudadanos como de primera y de segunda por algo que ellos hoy por hoy no pueden escoger”, reflexiona Oriol Yuguero, profesor colaborador de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universidad Abierta de Cataluña y presidente del Comité de Ética Asistencial de la Región Sanitaria de Lérida. “Por un lado estamos dando importancia a unas vacunas que aún no sabemos si son capaces de evitar la transmisión del virus. Y por otro habrá personas que, por sus patologías, no se podrán vacunar, además de aquellas a las que se vacunará en último lugar por no ser grupos de riesgo”, indica el experto. “Creo que la reflexión que hay que hacer sobre el pasaporte es qué finalidad tiene y qué excepciones se permiten para que la gente que no puede recibir la vacuna tenga la posibilidad de viajar. Imagina, por ejemplo, que se te está muriendo un familiar en un país vecino, y como no has recibido la vacuna no puedes ir, en cambio otra persona vacunada sí que podría… esto provoca desigualdad a nivel de justicia de distribución de unos recursos actualmente son finitos”.
Además, tal y como comentábamos al inicio, aún no sabemos si todas las vacunas aprobadas evitan la transmisión del virus. “Si se observaran diferencias entre unas vacunas y otras, el pasaporte COVID también estaría discriminando dentro del mismo grupo de vacunados, que actualmente tampoco están eligiendo qué vacuna recibir”, recuerda Cañelles.
El pasaporte podría alimentar la corrupción
El aumento de la corrupción es otro de los riesgos de implantar un pasaporte de este tipo cuando el suministro de vacunas es muy escaso. “Ya hemos visto como, incluso sin pasaporte de vacunación, hay personas con acceso a puestos de poder que se han vacunado saltándose el orden de prioridad, pues imagina si eso te da acceso a viajar libremente”, indica Yuguero. Otro de los fenómenos asociados es lo que se está llamando el ‘turismo de vacunas’: viajes organizados por agencias a determinados países que incluyen el ansiado pinchazo por precios astronómicos. “Todo esto plantea numerosos problemas éticos y económicos, porque volvemos a lo mismo: estamos en un escenario de escasez de vacunas y este tipo de prácticas están privando del fármaco a personas de riesgo que deberían recibirla cuanto antes”, explica el experto.
Pasaporte de vacunación, ¿una opción para el futuro?
Como ya hemos visto, la implementación del pasaporte de vacunación a corto plazo plantea numerosos conflictos sanitarios y éticos, pero podría ser una opción a considerar para el futuro. “Este el momento de abrir el debate para ver cómo reacciona la sociedad ante este tipo de medida, pensar en cómo se implementaría y qué problemas y conflictos éticos pueden surgir”, explica Cañelles. “Yo creo que es positivo que una persona, si está vacunada y se demuestra que tampoco está transmitiendo el virus, pueda viajar y podamos ir recuperando una cierta normalidad. Pero creo que es prematuro hacerlo este verano, aún nos falta mucha información”.
Yuguero coincide en este análisis: “Yo entiendo que a nivel económico es importante permitir la movilidad, pero hay que ver en base a qué criterios se hace. En mi opinión es pronto para plantear la obligatoriedad de un carnet de vacunación, sobre todo porque esto lo hacemos para evitar la propagación del virus, y de momento no hay garantías de que la vacuna lo haga. Quizá dentro de un año o dos, cuando tengamos más información, pero ahora mismo todavía hay mucho virus y mucha variante circulando. Ya hemos visto que, a pesar de las restricciones, la variante británica ha puesto a nuestro sistema patas arriba… imagínate si permitimos la movilidad de gente que se cree protegida pero puede ser transmisora, eso puede ser una bomba de relojería”, reflexiona.
En el futuro, si se demuestra que las vacunas evitan la transmisión, y una vez que el acceso universal a las mismas esté asegurado, el panorama cambiará bastante: “Hay determinados países a los que no se puede viajar sin estar vacunado de la fiebre amarilla, pero esta vacuna se puede conseguir sin problema, no hay una limitación en el suministro. Y si no te puedes vacunar por tener alguna determinada patología que lo desaconseje, debes presentar un certificado médico que lo acredite. Quizás en los próximos años esto pueda ser también posible para la COVID-19, pero hoy por hoy la situación es completamente distinta”, concluye.