¿De dónde viene lo de ‘ser un vivalavirgen’, ‘estar sin blanca’ o ‘joder la marrana’?
Hay cosas que decimos sin saber por qué y otras que no sabemos cómo decir, pero Alfred López nos guía en su nuevo libro por estos maravillosos recovecos de la lengua. ¡Pon a prueba tus conocimientos en el test de palabros!
Giste (es decir, la espuma de la cerveza), luquete (la rodaja de cítrico que se introduce en una bebida) y boquerel (la boca de la manguera del surtidor de combustible) son tres de las setecientas palabras y expresiones que aparecen en ‘El listo que todo lo sabe ataca de nuevo’ (Larousse), el nuevo libro de este barcelonés, erudito en curiosidades, que empezó a compartir asombros en 2006 a través de su blog ‘Ya está el listo que todo lo sabe’. En este caso, ha centrado sus intereses en las palabras y los palabros (en efecto, también ese término figura en el diccionario de la RAE, para designar un término raro, mal dicho o grosero). «Yo soy un curioso desde siempre: me gustan las anécdotas, la intrahistoria… Y, cuando empecé a descubrir las etimologías y a toparme con palabras que no conocía, se me abrió un mundo. Descubrir una palabra nueva es una de las mayores satisfacciones que puedo tener», explica.
A Alfred le fascina, muy en especial, dar con la palabra específica que da nombre a conceptos cotidianos. ¿Cuáles son sus términos favoritos de este peculiar glosario que ha recogido en el libro? «A mí me encanta ‘antimacasar’, que es el típico tapete de ganchillo que hacían nuestras abuelas y que mi madre, que es una señora de 91 años, sigue haciendo y poniendo en los sofás. Antigüamente los caballeros se echaban en el pelo un aceite llamado macasar que lo pringaba todo, así que se empezó a proteger las superficies con tapetes. Luego está, por ejemplo, ‘cascarria’, el barro seco que se queda en los bajos de los pantalones o entre los dedos. Y tenemos ‘petricor’, claro, que de un tiempo a esta parte se ha vuelto bastante popular: es maravilloso que el olor a lluvia, a tierra mojada, tenga su nombre. Esta es una palabra que de alguna manera ha resucitado, yo creo que por las redes, porque cada vez somos más los que nos dedicamos a publicar palabras semidesconocidas».
La mosca que no vuela
Además de vocablos poco comunes, Alfred también ha recopilado los orígenes de expresiones que a menudo usamos sin saber de dónde vienen. «A mí me gusta mucho lo de tener la mosca detrás de la oreja, una de las referencias a animales que en realidad no lo son. Esa mosca no es un insecto que nos esté revoloteando tras la oreja, sino la mecha con la que se encendían los arcabuces: los arcabuceros se colocaban la mosca detrás de la oreja y, en el momento que venía el enemigo, la cogían y la encendían para disparar. ¡Es fascinante! Hoy no tenemos arcabuceros, así que pensamos en el insecto y la verdad es que sirve perfectamente».
«A mí me encanta ‘antimacasar’, que es el típico tapete que hacían nuestras abuelas para el sofá» Alfred López
Alfred está convencido de que el diccionario puede resultar tan entretenido como una red social. «Si te propones ir avanzando de la A a la Z, a lo mejor se te hace un poco tedioso, pero, si lo abres en una página aleatoria y buscas términos que no conoces, o acepciones distintas de los que sí conoces, te brinda un mundo de diversión y entretenimiento». Y también apunta que estas curiosidades lingüísticas sirven como fuente inagotable de temas de conversación: «Son ideales para charlar, para decirles en la panadería que la greña es ese corte que se le hace al pan, o incluso para ligar… En los bares, desde luego, no fallan: es fascinante hablar de palabras y palabros mientras nos tomamos nuestras cervecitas con dos deditos de giste». Y, si nos liamos, siempre podemos quitarle el agrafe a una botella de cava (o sea, esa pieza metálica en forma de u invertida que sujeta el corcho) o incluso tirar la casa por la ventana y pedirnos una nabucodonosor, una de esas colosales botellas de 15 litros que también aparecen en el libro.
He aquí los orígenes de algunas de las expresiones que aparecen en el libro.
Quedarse en cuadro. No tiene nada que ver con la pintura, sino con el mundo castrense. «Se originó como referencia a las unidades militares que, durante una batalla, habían perdido a la mayoría de la tropa», detalla Alfred López. Al final quedaba solo el cuadro de mando. Por eso se aplica a las situaciones en las que merma un grupo inicialmente numeroso.
No hay tu tía. Significa que debemos abandonar la esperanza de conseguir algo que deseamos, pero nuestra pobre tía no tiene la culpa de nada. En realidad, la fórmula original es ‘no hay tutía’ o ‘no hay atutía’, por el nombre árabe del óxido de cinc con el que se preparaban ungüentos medicinales para diversas dolencias. Cuando se había acabado la atutía, no había remedio.
Tener potra. Originalmente, la potra en cuestión no era ninguna suerte:se trataba de una hernia que aparecía en una víscera o en el escroto. Parece que quienes la sufrían eran capaces de detectar cuándo iba a cambiar el tiempo o se acercaba una tormenta. «A pesar de las molestias, muchos vieron una ventaja en el hecho de estar herniado, para poner a salvo la cosecha», aclara López.
Ser un vivalavirgen. Un vivalavirgen (o viva la Virgen, que de las dos maneras se puede escribir) es una persona informal de la que no te puedes fiar mucho. Cuando se hacía recuento de la tripulación de un barco, el que cerraba la lista gritaba «¡viva la Virgen!» para invocar la protección celestial. Y, claro, solía ocurrir que el último en completar el grupo fuese el más irresponsable de los marineros.
Ir maqueado. Explica Alfred López que esta expresión proviene del maque, una laca que se utilizaba para barnizar y embellecer utensilios, muebles e incluso joyas, ya que les daba un acabado reluciente. De las cosas saltó a los seres humanos hasta adquirir el sentido coloquial que tiene hoy:una persona maqueada es la que va arreglada, vestida de manera elegante, tan chula como si se hubiese barnizado.
De tiempos de Maricastaña. Usamos esta expresión para referirnos a algo que nos parece muy viejo y pasado de moda, pero, si nos ponemos estrictos, estaríamos hablando del siglo XIV. María Castaña era una mujer de Cereixa (Lugo) que encabezó una protesta contra el despotismo que ejercía el obispado. Ya Cervantes la citaba para aludir en sus textos al pasado lejano.
Ir en plan comando. Es una incorporación relativamente reciente al castellano, con el significado de ‘ir sin ropa interior’, y parece que procede de los soldados estadounidenses en las guerras de Vietnam o Corea. Unas fuentes sostienen que, para aprovechar mejor su pequeño macuto, prescindían de los calzoncillos; otras apuntan a que sencillamente no se los ponían por el calor agobiante de la región.
Hacer un sol de justicia. Una de las imaginativas ordalías o ‘juicios de Dios’ de la Inquisición consistía en colocar al acusado al sol durante determinado número de días, sin proporcionarle comida o bebida. Si seguía vivo al acabar el suplicio, se consideraba que era inocente. Y, si moría, se entendía que Dios había impartido justicia a través del sol.
Se jodió la marrana. A Alfred López le divierten especialmente las expresiones que parecen aludir a un animal, pero que en realidad están hablando de otra cosa. La marrana en cuestión no es una cerda, sino el eje de la noria, y lo de ‘joderse’ hace referencia al sabotaje de ese mecanismo, atrancándolo para causar el correspondiente perjuicio al dueño o los demás usuarios del pozo o el molino.
Eso lo va a hacer Rita la Cantaora. Junto con Picio o la Bernarda, es otro de esos personajes misteriosos que asoman de vez en cuando en nuestra conversación. Rita Giménez nació en Jerez en 1859 y, en efecto, era cantaora de flamenco. Parece que siempre estaba dispuesta a actuar, aunque sus colegas de profesión se hubiesen negado a hacerlo porque les pagaban poco.
Estar sin blanca. Equivale a no tener un duro, o a no tener ni un real, expresiones que ya van necesitando una explicación según la edad del interlocutor. Las blancas eran monedas acuñadas con una aleación de plata y cobre y la frase hecha se refiere a una blanca concreta, del siglo XIV, que se devaluó y acabó teniendo un valor ínfimo. Si no tenías ni siquiera eso, es que no tenías nada.
Hacer algo en un santiamén. Viene de la frase en latín que se utilizaba para santiguarse: «In nomine patris et filii et spiritus sancti, amen». Como solía marcar el final de una oración o de la ceremonia, algunos querían acabar rápido. Explica López: «Parece que muchas personas cogían carrerilla y pronunciaban las últimas palabras tan deprisa que se oía ‘santiamén’».