22 noviembre 2024

Me cuenta un exalumno de Ángel Gabilondo que en sus clases solía hablarles de la «incomodidad constitutiva» para referirse al malestar propio de quien no está completo.

 
¿Y quién no está completo? El ser humano, al que, a diferencia de los dioses, siempre le falta algo. Siempre tiene una china en el zapato. Conviene asumir esa incomodidad porque de ella nace el deseo de alcanzar acuerdos con uno mismo y con cuanto nos rodea. De hecho, es redundante hablar de «incomodidad constitutiva», porque el conflicto nos es tan inherente que, en efecto, nos constituye, nos da forma. Yo suelo decir a mis alumnos que se escribe desde ahí, desde el conflicto, porque sin él no hay escritura ni lectura. Tanto para iniciarse en la una como en la otra, es precisa la percepción de que hay algo entre el mundo y tú que no funciona como nos gustaría. Al leer y al escribir, ambas sensaciones se mitigan.
 
El deseo, por resumir, es hijo de la incomodidad. Deseamos un piso más grande porque el actual se nos ha quedado pequeño. Deseamos un sueldo mayor porque con este no llegamos a fin de mes. Deseamos que se enamoren de nosotros para certificar que valemos la pena. Necesitamos cierto grado de reconocimiento social para afianzar nuestra identidad en el grupo. El deseo es el motor de la vida. De ahí que no lo alcancemos del todo nunca porque nada de lo conquistado nos satisface de manera absoluta. La china del zapato no desaparece jamás. No le ha desaparecido ni a Bill Gates, por mencionar a alguien cuyos éxitos parecen insuperables. Es más, si la china del zapato desapareciera, moriríamos en el instante mismo de dejar de sentirla. No hay mejor eutanasia que la certidumbre de que ya no queda nada por alcanzar. Cuando ya no queda nada por alcanzar, la muerte deviene en el orgasmo totalizador, definitivo. No es casual que los franceses se refieran a él como la «pequeña muerte», pues al eyacular rozamos algo de la plenitud que conduce a la tumba.
 
Escribo estas líneas en homenaje a Ángel Gabilondo, que sufrió una arritmia sin importancia tras una campaña electoral agotadora, además de frustrante para él. Espero que, al tiempo de recuperarse, se tome el accidente clínico-electoral como un aspecto más de la «incomodidad constitutiva» y que coloque cuanto antes su deseo en otro proyecto. Mucha suerte, maestro.
 
J.J.Millás