«COMO OBTENERME» por Juan J. Millas
He extraviado el cuaderno en el que tenía apuntadas todas mis contraseñas y soy incapaz de acceder a los territorios en los que antes se me abrían las puertas.
Como si el Señor de las Contraseñas hubiera advertido mi pérdida y quisiera hacerme pagar por ello, me las piden de repente en todas las aplicaciones en las que intento entrar. Se da también la circunstancia desgraciada de que el ordenador se ponía en marcha gracias a un programa de reconocimiento facial. Pero me he cambiado de gafas y no me reconoce.
Escribo esto en un portátil prestado con el que no tengo afinidad ninguna. Y se nota. Lo noto en las pulsaciones, en los errores mecanográficos y hasta en la sintaxis. Dado que el extravío se ha producido fuera de casa (quizá en el metro), me pregunto, angustiado, si el que encuentre el cuaderno podrá acceder a la sucursal de mi cerebro abierta en el mundo digital.
El miedo me paraliza. No sé por dónde empezar, aunque el sentido común me dice que debería cambiar todas las contraseñas, pero son decenas y decenas, páginas y páginas de mi cuaderno mágico, con el que me abría paso por las interioridades de mi existencia virtual.
Me pregunto también por qué tenía las contraseñas de mi mundo digital en un cuaderno analógico. Pero no sé cómo apuntarlas en el ordenador o en el móvil sin el peligro de quedarme sin ellas en el caso de olvidar por ahí uno de estos aparatos. Llamo a un amigo experto. Me dice que debo guardarlo todo en la nube. Y creo que lo tengo todo guardado en la nube, de hecho, pago mensualmente por ese servicio. Pero también la contraseña par acceder a la nube se encontraba en el cuaderno.
Es evidente que no he resuelto bien las relaciones entre los átomos y los bits. Tengo un pie en cada uno de esos mundos que tiran de mí provocándome desgarros en las ingles. El otro día, al coger un avión, había extraviado el código QR en alguna zona inaccesible del smartphone: menos mal que había impreso la tarjeta de embarque, por si acaso. Procuro, en fin, tenerlo todo duplicado. Dispongo incluso de dos versiones de mí mismo. Pero no puedo disfrutar de una de ellas porque ignoro ahora mismo el modo de obtenerla. No sé cómo obtenerme. Me han separado de mí mismo. Las contraseñas, por Dios, las contraseñas.
J.J.Millás
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