Este artículo podía tener dos títulos: ‘¿Y Granada, qué?’, como aquel manifiesto iniciático del colectivo ‘Mujeres por Granada’ que lideró Mariluz Escribano hace veintitantos años ante la parálisis eterna del Ayuntamiento granadí; o bien ‘Esperando la moción’.

Tanto da, porque voy a decir lo mismo desde la radical independencia de casi veinte años firmando columnas y sabiendo, además, la realidad. No tiene mérito: cualquier periodista o columnista que se precie conoce los hechos. Y los hechos son que, en Madrid, los líderes de PP y Ciudadanos intercambiaron gobiernos como si fueran cromos en 2019. Uno de esos cromos intentaron que fuera Granada; lo que pasa es que el otro líder popular, Sebastián Pérez, sabiendo el pifostio que liaríamos al enterarnos, se resistió y negoció con Luis Salvador, un acuerdo de 2+2. Un apretón de manos (para mí eso es un contrato firmado) y muchos testigos que se acaban de acordar, casualmente cuando Sebastián ha abandonado su militancia de 35 años.

Eso lo escribí hace meses, mucho antes de que Sebastián dimitiera harto del trato displicente al que lo sometía Salvador con el beneplácito de Génova. Antes, también, de que Vox afirmara tajantemente que nunca vetó a Pérez para la alcaldía. Lo cual que llevamos dos años con un alcalde-selfie que no ha dejado casi hueco al resto del gobierno para mostrar la gestión de áreas. Los focos, a su persona, oigan. Y esto no es opinión tampoco: a la responsable de Cultura, Lucía Garrido, ni siquiera le autorizó autonomía de firma; a Olivares le cogía el teléfono dependiendo del día.

En el caso del PP, sucede igual, con el añadido de que perdieron por el camino a Sebastián Pérez y de que se mantuvieron por disciplina de partido pero, que, como todo el mundo conoce ya que el acuerdo local (el hecho desde Granada) implicaba que dos años gobernaba Ciudadanos y dos el PP, han querido hacerlo valer. Y claro, Luis Salvador, que se sentía seguro sin la sombra alargada de Sebastián de fondo, les ha dicho que el sillón es suyo. Resultado: el Grupo Popular se retiró del gobierno y lo dejó con cuatro concejales. Llegados a ese punto y como entiende cualquiera, aunque no le hayan hecho el estudio morfopsicológico que presentó Salvador en campaña para acreditar su “olfato relacional, pensamiento metódico y moralidad profunda”, lo normal hubiera sido negociar una salida digna. Pero no entraba en los planes del alcalde, con lo que ni Olivares ni Garrido han querido suicidarse porque ésta no es la batalla de las Termópilas. Lo digo por quienes critican el abandono de sus funciones, que a mí me parece justificado.

Y, ahora vamos al asunto; a qué hacer en este momento en el que, mientras Granada está siendo protagonista de un laberinto vergonzante, los señores concejales siguen discutiendo quién da el paso de la moción de censura o preguntando qué silla les toca. Y aquí retomo la pregunta que desconozco si se han hecho, siempre tan atentos ellos a Madrid: ¿y Granada qué? Porque debiera ser lo primero para todos se les necesita entendiéndose urgentemente en lo esencial, cohesionados, formando un equipo que se comprometa con la ciudadanía a acabar esta legislatura sin estridencias, constituyendo un gobierno de unidad que nos distancie del daño de esta boutade salvadoriana. Que nos devuelva la confianza. Por dignidad, por ética. Por Granada.

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