Daniel Rodríguez nos muestra la amarga realidad explicada por sus protagonistas

Son las diez de la noche en esta Granada que habita desvelada esperando la solución que no llega a la Plaza del Carmen por una obcecación que ya ha traspasado los límites del absurdo. Para distanciarnos de tanta soberbia abochornante, muchos nos hemos ido acercando, ahora que oscurece el viernes, a la Plaza de las Culturas de CajaGranada donde se va a proyectar el documental del periodista y amigo Daniel Rodríguez Moya. Nos vamos sentando, las miradas cómplices de quienes saben de la profesionalidad del hombre íntegro que es Dani, que se jugó la vida entrando en Nicaragua para contar la historia que no quiere que conozca el mundo el sátrapa que es Daniel Ortega.

Nicaragua, que está abrazada por dos mares (el Pacífico y el Mar Caribe), tiene volcanes como Momotombo, San Cristobal o Telica que, desde la cordillera de Los Maribios, muestran su rabia con lava incandescente para revelar que hasta la paciencia de la tierra tiene fin; dos lagos, casi tan inmensos como un mar, el Xolotlán y el Cocibolca; y una muchedumbre de mirada limpia que cultiva los campos con manos callosas y el sudor de su frente. Pero sucede que no posee gas natural, ni petróleo ni diamantes. Lo cual que, las grandes democracias, esas que -teóricamente- intervienen cuando la libertad peligra, no han movido un dedo porque no hay botín que repartir más allá de la honra que supondría ayudar para hacer justicia a la gente que sufre hoy en el exilio, está encarcelada o ha sido asesinada brutalmente en el país centroamericano. Todo por no aceptar las perversiones aberrantes del binomio del horror que conforman el dictador Ortega y su compañera Rosario Murillo, esotérica vicepresidenta con alma de hierro. Por eso resultan imprescindibles los periodistas de raza que se meten en la boca del lobo buscando únicamente la verdad, los que van derechos a lugares en conflicto a los que nadie se atreve a acercarse, salvo los hijos de la estirpe de corresponsales como Manu Leguineche, Ricardo Ortega o Jon Sistiaga, con la que entronca Rodríguez Moya.

Porque Daniel nos muestra la amarga realidad explicada por sus protagonistas: cómo, desde 2018, los paladines de la justicia nicaragüense viven escondidos en casas-refugio o han tenido que exiliarse abandonándolo todo. O, directamente, los han asesinado. De qué manera cierra el gobierno cadenas de televisión, apresa a los lideres sociales y masacra protestas estudiantiles con hordas de paramilitares al servicio de este Nerón vulgarizado, traidor a lo que significó el primer Gobierno del FSLN, integrado por intelectuales (Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal, Gioconda Belli, entre otros) que se esforzaron por conseguir una de las tasas de alfabetización más altas de Latinoamérica. Por eso impresiona escuchar al tristemente desaparecido Cardenal con la valentía en las pupilas hasta el último aliento, a los dirigentes estudiantiles como Lester Alemán o Madelaine Caracas, a la líder campesina doña Chica Ramírez, a los periodistas Sofía Montenegro, Lucía Pineda o Miguel Mora… y a tantos más. Sus entrevistas, hilvanadas por Daniel en un documental sublime en su infinito dolor, sirven para para que su voz se escuche nítida y clara en toda España. Gracias por tu valentía, Dani. Que esa bandera donde han bordado su legítima pretensión los nicas la compartamos unidos desde la solidaridad que hermana los pueblos. Hasta que Nicaragua sea una patria libre para vivir.

 

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