“En España el mérito no se premia. Se premia todo lo malo”.

España debiera ser una farsa satírica escrita por Valle-Inclán en una de esas tardes de estío, de aburrimiento supino, de agotamiento existencial para el maestro del esperpento. Sin embargo andaba don Ramón tan ocupado con su ‘Ruedo Ibérico’ que no estaba para bromas en aquellos tiempos de reflexión/evasión noventayochista. Seguramente por esto puso en boca de un personaje menor (un sepulturero de ‘Luces de bohemia’) la frase proverbial que tan bien nos define como pueblo: “En España el mérito no se premia. Se premia todo lo malo”. Pero como también decía el polígrafo gallego, el ingenio y el buen humor tampoco se acaban en esta tierra a pesar de que nos pongan a prueba una semana sí y otra también. Lo nuestro es ahora deformar la estulticia patria en los espejos cóncavos para ver si también nos sale un esperpento, porque de heroicidad no nos queda nada desde que habitamos el Callejón del Gato.

Lo cual que hoy veníamos a abordar el sentido de chiringuito que, como todo el mundo sabe, hasta no hace mucho hacía referencia a un quiosco de bebidas al aire libre, según la Real Academia Española, la magna institución que limpia, fija y trata de dar esplendor a nuestro idioma. Pero como los españoles somos muy creativos, aparte de los chiringuitos playeros, con sus paellas y sus espetos, ahora hemos inventado otros chiringuitos que dependen de ministerios, comunidades autónomas, municipios y fundaciones varias. Es decir, que la RAE tiene que incorporar otra acepción al vocablo, por aquello de hacer honor a la natural evolución de la lengua española. ¿Y para definir qué?, dirá algún sabio despistado (uno que viva en un monte al modo de Fray Luis, olvidado del mundo); pues para definir estos nombramientos digitales que se hacen para colocar a un amigo/a con cargo al presupuesto público. Si, total, el dinero de todos ya se sabe que no es de nadie.

Esta semana, a espera de ver lo que sucede en el Ayuntamiento de Granada, el ejemplo mas rotundo es Tony Cantó, que ha pasado de actor cómico de “Siete vidas” a dirigente político-cómico por obra y gracia de tres partidos: UPyD (descanse en paz), Ciudadanos (en fase terminal) y, ahora, por el Partido Popular de Díaz Ayuso. Primero, intentó ir en las listas para el gobierno del oso y el madroño como fichaje estrella. Luego, cuando fracasó la jugada, lo dejaron en barbecho (un mes, que tampoco es mucho) hasta sacarse del magín un carguete a la altura de Cantó para ubicarlo y no mandarlo a trabajar como ciudadano normal donde a nadie le pagan 75.000 euros de sueldo tan fácilmente. Aparte de que su trayectoria lo avale como gafe contrastado, nombrarlo ahora Director de la Oficina del Español tratando de plagiar el gran trabajo del Instituto Cervantes, suena a desprecio de lo que significa proyectar una lengua tan preclara como la nuestra, hablada por 536 millones de personas. Por lo pronto ha empezado Cantó agradeciendo el sueldo/nombramiento en un mensaje cargado de adulación a su nueva lideresa y de faltas de ortografía, definiendo con su designación dos vocablos de la España contemporánea: chiringuito y enchufismo. Y, mientras los españolitos tratamos de entender cómo hemos llegado a este punto, que algún mandamás explique desde cuándo residimos a medio camino entre el Callejón del Gato y el 13 Rúe del Percebe.

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