24 noviembre 2024

Hasta que Gallego Burín culminó el proceso de traer el líquido elemento en las casas, la ciudad lo solicitaba a los aguadores. Los aljibes habían sido utilizados por árabes y cristianos, abandonados en 1950 y recuperados treinta años después

Aquel día del verano de 1984 el redactor jefe me propuso que hiciera un reportaje sobre la rehabilitación de los 28 aljibes que hay Granada. “Estamos secos de originales y este tema puede ser muy refrescante”, me dijo para construir una metáfora con el encargo. Les juro que yo por entonces ni siquiera sabía que Granada tenía tantos aljibes. Es más, ni siquiera sabía muy bien lo que era un aljibe. Por lo visto el Ayuntamiento de Granada había iniciado un proyecto para recuperar estos recursos arquitectónicos para almacenar agua que se habían construido en los siglos IX y X y que se habían abandonado en el siglo XX.

En mis pesquisas para escribir el reportaje bebí de las fuentes -seguimos con las metáforas- de los autores que habían escrito sobre el agua de Granada y comprobé que esta ciudad ha tenido siempre una especial relación con el agua, una relación casi idílica. Los romanos la utilizaron para mover grandes cantidades de tierra en la que se encontraba oro.

 
El Aljibe del Rey, convertido en Centro de Interpretación del Agua.

El Aljibe del Rey, convertido en Centro de Interpretación del Agua.

Cerca de Cenes aún se pueden ver los grandes deslizamientos de tierra que provocaba la técnica llamada ‘ruina montium’, agua que se utilizaba para disolver esa tierra que luego se lavaba en el río para buscar trocitos de oro. Los sarracenos importaron la técnica de traerla desde sitios muy lejanos. Se captaba en origen y mediante minas o conducciones subterráneas que a su paso iban cogiendo del sustrato arenoso las aguas manaderas y filtradas por la lluvia, se conducía hasta la Alhambra y el Generalife. Los árabes consideraban al agua el origen de la vida y el conocimiento, un fuerte símbolo de la pureza: se extasiaban oyendo el rumor del agua. Establecieron una ingeniosa red hidráulica. Hasta el punto de que muchas de sus acequias para conducir el agua están todavía en uso.

Pocas ciudades en el mundo como Granada saben tanto de agua y enseñan con tanta parsimonia las maneras de oírla, verla, interpretarla, repartirla, sentirla…”, dice Andrés Molinari. Otro buen amigo, Antonio Castillo Martín, catedrático de Hidrogeología y acreditado zahorí ilustrado, ha dedicado su vida a estudiar fuentes y veneros y ha llegado a la conclusión de que Granada es muy rica en aguas y en manantiales por su carácter montañoso y su singular geología. “Dame montañas y te daré agua”, dice el famoso adagio. Para Antonio Castillo oír el rumor del agua en un venaje es como oír una sinfonía de Beethoven. García Lorca hizo un recuento y dijo que “Granada tiene dos ríos, ochenta campanarios, cuatro mil acequias, cincuenta fuentes, mil y un surtidores y cien mil habitantes”.

 

La alberquilla del Señor en el Realejo, la primera 'piscina' de pago en la ciudad BUENA

La alberquilla del Señor en el Realejo, la primera ‘piscina’ de pago en la ciudad BUENA / García Noguerol

Ganivet dijo sobre Granada que “es un pueblo que concentra todo su entusiasmo en el pan en el agua, debe ser un pueblo de ayunante, de ascetas, de místicos. Los granadinos somos los más místicos de todos los españoles, por nuestro abolengo cristiano y más aún por nuestro abolengo arábigo”. Ricardo Villa-Real dice que en Granada el agua es “como un ídolo, un fetiche, un mito, algo casi idolátrico”. Teófilo Gautier, uno de los muchos escritores románticos que se pasearon por Granada, notó que “el agua brota por todas partes, bajo los troncos de los árboles, a través de las hendiduras de los viejos muros. Cuando más aprieta el calor, tanto más abundantes son los manantiales alimentados por la nieve”. Además de que eran otros tiempos, seguro que aquel año no era de sequía. Azorín, que estudió en la Universidad de Granada, dijo que el agua en Granada “llega a ser su más alta expresión de delgadez y limpidez”. Gallego Burín, al que le dedicaremos más atención unas líneas más abajo, estaba convencido de que era en el agua en donde estaba el alma de Granada. Y Juan Ramón Jiménez cuenta en su libro Olvidos de Granada que estando de visita en la Alhambra vio junto a la escalera del agua a un hombre con el que entabló una pequeña conversación.

–Oyendo el agua ¿eh? -le dijo el hombre

–Sí, señor. Y a usted parece que también le gusta oírla -le dijo Juan Ramón Jiménez.

–No me va a gustar, señor, si hace 30 años que la estoy oyendo. Figúrese usted las cosas que ella me habrá dicho. ¡Lo que le he oído!

. La estatua de Gallego Burín está en los jardines del taller de Miguel Moreno.

La estatua de Gallego Burín está en los jardines del taller de Miguel Moreno.

El emperador japonés Naruhito dijo en una entrevista: “Me acuerdo del sonido del agua cuando pasaba por los jardines de la Alhambra y en el patio de los leones, fue la primera vez que me di cuenta de que el agua era tan importante”.

Agua en pésimas condiciones

Hasta que se domesticó el líquido elemento y se puso en las casas, en 1948, Granada se surtía de fuentes. Hasta ese momento Granada había sido famosa por tener un agua pésima. Sus aguas contaminadas llegaron a ser una verdadera pesadilla para la ciudad. Las malas conducciones subterráneas acababan rompiéndose y mezclando aguas blancas con negras y marrones; había que esperar al cañero que desatrancara la porquería acumulada.

El cañero llegó a ser un oficio importante y el colectivo tenía mucho que decir en las decisiones urbanísticas de la ciudad. Hubo quien definió a estos operarios como “una auténtica masonería, cuyos miembros llegaron a ser virreyes en la vida cotidiana”. No eran pocas las veces que en las conducciones de agua se encontraban un perro o un gato muerto y que el tifus hiciera presencia a causa de la pésima calidad del líquido elemento. Ibas a un bar de Granada y cuando el camarero te ponía agua de Lanjarón, te decía: una de salud.

Por eso surgió como genuino el oficio de aguador o aguaor, como decimos aquí. Granada llegó a tener censados hasta doscientos aguadores que iban por las calles ofreciendo el agua del Avellano, de La Teja, del Mono, de la Salud o del Algibillo. ¡Eh, el agua!, era su grito preferido. El barón Davillier había venido a Granada a comienzos del siglo pasado y había visto a unos burros cargados de cántaros con agua y a un arriero que lo guiaba. “Transportan el agua en asnos que llevan a cada lado de su albarda unas jarras protegidas de una espesa capa de hojas, lo que hace parecer un matorral ambulante”, escribió el barón. Ángel Ganivet decía de los aguadores que “huelen donde hay sed.

Un aguaor a principios del siglo XX.

Un aguaor a principios del siglo XX.

Desde muy antiguo la venta del agua en Granada quedaba regularizada por las Ordenanzas municipales desde el siglo XVI. Decía la ordenanza que la carga de agua se venderá “a dos maravedís; y si el aguador cobra más, se le multará con cien maravedís, se le romperán los cantaros e irá diez días a la cárcel”. En los años cuarenta del siglo pasado se cobraba a tres perras gordas el cántaro de agua y los que no querían pagar se iban a las fuentes y pilares a hacer cola para llenar cántaros y botijos.

Las cántaras donde transportaban el agua estaban cubiertas de mimbres y de acacias para mantener fresca el agua. También se hicieron populares los que iban por las calles ofreciendo agua de un botijo. Cobraban según el tiento que cada cual le daba o el vaso que llenaba. Por supuesto estaba prohibido beber a morro.

Fue tan importante el oficio de aguaor que en 1999, en tiempos del alcalde Díaz Berbel, se le levantó una estatua en la plaza de la Romanilla en la que se ve a un integrante de este oficio con su burro. La escultura es obra de Aurelio Teno, quien utilizó la técnica del expresionismo figurativo. Está realizada en bronce a tamaño natural y representa al típico personaje rudo y pobre, con la ropa hecha jirones. Le cubre la cabeza un sombrero que hace recordar a los bandoleros del siglo XIX. El aguaor porta un vaso en la mano izquierda, con el que ofrece agua por las calles, y va acompañado de un burro cargado a cada lado de damajuanas. Muchos granadinos no entendieron muy bien por qué el escultor le había hecho una cara tan fea al aguador y surgieron chistes y bromas en torno a la obra escultórica. Los socialistas que sucedieron a Díaz Berbel plantearon devolver la estatua al autor para que, al menos, le cambiara el rostro. Pasado el tiempo ya parece que está asimilado y hasta resulta simpático. Aunque todavía hay gente que dice eso de “anda, que eres más feo que el aguaor de la Romanilla”.

La estatua del alcalde

Un caminante observa el aljibe de La Vieja.

Un caminante observa el aljibe de La Vieja. / Juan Ortiz

Para muchos granadinos, el que hubiera agua corriente y limpia en las casas fue el logro más importante del alcalde franquista Antonio Gallego Burín. La mayor conquista de la civilización urbana occidental fue el alumbrado público, el alcantarillado y la traída de agua a las casas. Rafael Moreno, abuelo del escultor Miguel Moreno, era de ideas socialistas, pero cuando el agua potable entró en las casas, dicen que comentó refiriéndose al primer edil granadino:

-Abrir un grifo y que salga agua… eso no tiene precio. Este hombre se merece un monumento.

Y lo que son las cosas. Su nieto Miguel se convirtió en un afamado escultor y le hizo el monumento al edil que trajo el agua a Granada casi cincuenta años después. Fue un encargo de Gabriel Díaz Berbel, del PP, que creía que Gallego Burín se merecía un reconocimiento por parte de la ciudad. Pero la escultura, ya terminada y pagada a medias, no se pudo poner en ninguna plaza de Granada porque la izquierda se opuso rotundamente por considerar que el citado político había sido el causante del destrozo de gran parte del patrimonio urbanístico de Granada, además de un destacado franquista que había utilizado la política para beneficio propio y escalar en el poder, que fue mucho a raíz de ser nombrado director general de Bellas Artes. El caso es que la estatua, a día de hoy, está en el patio del escultor, debajo de un laurel y entre glicinias. Al menos no la cagan las palomas.

Gallego Burín fue para muchos granadinos el mejor alcalde que ha tenido Granada, el que definió el urbanismo de la capital, el que diseñó el ensanche del centro y, además, el que creó el Festival Internacional de Música y Danza de Granada cuando era director general de Bellas Artes. El que se comprometió a adecentar el barrio de La Manigua, donde una casa sí y la otra también constituían el lugar de trabajo de las prostitutas. Por entonces no existía el teletrabajo y todo era presencial. Además, era un intelectual experto en arte y había escrito muchos libros sobre la ciudad que lo vio nacer.

Sus detractores dicen que el plan urbanístico que él continuó ya estaba en marcha y que este hombre se vendió al capital cuando pudo haber luchado más por la ciudad a la que representaba. Un erudito al servicio de la dictadura y un intelectual ambivalente que fue cambiando de ideas conforme el tiempo lo cambiaba a él. Un chaquetero, vaya. El caso es que ha pasado el tiempo y las nuevas generaciones de políticos siguen hablando de él. Se han escrito varios libros sobre este alcalde, pero muchos de ellos partidistas. Los de derechas lo alaban y los de izquierdas lo crucifican. La vieja idea de las dos Españas.

Cuando voy a ver la escultura me mira en silencio, como mira el bronce. Si uno se fija bien, sobresale el gesto mohíno del alcalde, como si supiera lo que iban a hacer con su imagen la generación posterior a la suya.

Galápagos del Cubillas

En cuanto a los aljibes, dice Antonina Rodrigo en un estudio sobre ellos, fueron un servicio público con vida propia que durante muchos siglos rindieron utilidad de primer orden a la comunidad musulmana y después a la cristiana. Los aljibes eran tan esenciales, escribe la escritora albaicinera, que los vencedores cristianos, que tantos desmanes cometieron a su entrada en el Albaicín, los respetaron escrupulosamente. Hasta hubo un oficio que se llamó ‘acequiero’ y otro ‘aljibero’.

Con la llegada del agua a las casas los aljibes dejaron de prestar servicio comunitario. Empezó su decadencia y fueron abandonados, cegados y otros convertidos en basureros. Hasta que el Ayuntamiento de Antonio Jara decidió recuperarlos. Y ese es el reportaje que tenía que hacer yo. Recorrer algunos aljibes y contar la historia de estos.

Hoy hay rutas organizadas donde se pueden apreciar en todo su esplendor. Hay aljibes con nombres de sonoras resonancias: el del Gato, el de la Gitana, el de la Vieja, el de la Cruz de Piedra… Otros llevan nombres de santos: el de San Nicolás, el de las Tomasas, el de San José o el del Salvador. Aunque hay uno que a mí me sorprendió: el del Rey. Está en un carmen del mismo nombre que alberga la Fundación Aguas de Granada. Para visitarlo hay que bajar a él por una angosta escalera, hasta llegar a una amplia cisterna que llegaba a contener 300 metros cúbicos de agua.

Dicen los investigadores que tanta agua o bien se utilizaba para regar las huertas del Rey Badis o para dar agua a un alcázar. Lo que sí es cierto es que los aguaores venían hasta aquí para cargar sus tinajas y vender el agua por la ciudad, durante todo el año. Cuando el aljibe tenía agua, me contaron allí, en su interior se criaban anguilas, para conservar el líquido almacenado. Las anguilas se alimentaban de algas e insectos, además con el movimiento que hacían al nadar estos animales, se evitaba que el agua se estancara. Así que no es raro que algunas de aquellas anguilas acabaran en las tinajas de los aguaores.

También contaba el aljibe del Rey con galápagos del Cubillas, que son buenos indicadores de la potabilidad del agua. Uno de los recorridos más demandados por los amantes del patrimonio de esta ciudad, es precisamente un recorrido por los más representativos aljibes del Albaicín. Y lo que son las cosas, precisamente el redactor jefe que me envió a hacer el reportaje, Esteban de las Heras, terminó siendo treinta años después el director-gerente de la Fundación Aguas de Granada y su despacho lo tenía en el aljibe del Rey. Las vueltas que da la vida.

Andrés Cárdenas

FOTO: Diaz Berbel y Miguel del Valle, durante la inauguración del monumento al aguaor. / Juan Ortiz

https://www.granadahoy.com/granada/alma-Granada-esta-agua_0_1588941605.html