Es típico de estas personas mediocres el no escuchar a los demás y, además, colgarse medallas que no son suyas

La adicción a la mediocridad: el deseo de «ser como todos», no alejarse mucho del rebaño ni diferenciarse de nada.

Hablar de humildad y de ego y unirlas nos permite trabajar desde la humildad para combatir el ego. Y es que la humildad es una forma de sabiduría. La humildad es un modo de estar y de relacionarse que tiende a dejar espacio a los demás. La humildad es la que nos permite valorar los éxitos de los demás y los propios con un rasero similar. Cuanta humildad falta en algunas personas, que creen que nunca se equivocan, además de ser altivos, bastante mediocres, muy ostentosos y claramente intolerantes!

Es típico de estas personas mediocres el no escuchar a los demás y, además, colgarse medallas que no son suyas, incumplir lo prometido o no reconocer un buen trabajo. Por ello, el nivel de integridad es básico para la mejora y el cambio. Y la realidad nos dice que empezamos a no sentir las cosas con la intensidad necesaria cuando vivimos como mediocres leales y no como brillantes críticos. Cuantos de nosotros nos basamos en la mediocridad y la chapuza!

Y en ese entorno, la ética, el compromiso o la confianza son valores fundamentales que se generan en el día a día, en el quehacer en los proyectos, en la vida. Y por tanto la bondad discreta y cotidiana lucha contra la chapuza y la mediocridad, tan presente en nuestros días. Viva el compromiso. Fuera la mediocridad. Me gustan esas personas que saben el esfuerzo que exigen porqué antes lo han experimentado desde abajo. También me gustan esos responsables que contienen sus egos y ceden el paso. Los que respetan sin escalafón. Los que lo piden todo por favor y dan las gracias.

El término mediocridad designa lo que está en la media, igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por debajo. Personalmente prefiero esas personas que mantienen la empatía, esas que no se olvidan de cuando empezaron y se acuerdan de lo que entonces ellos pensaban de los de arriba.

Y en ese entorno de mediocridad, la palabra «normalidad» ha adquirido un fuerte significado y ha terminado siendo un mantra del mundo actual. Ese deseo de ser normal y de volver a la normalidad cuando algo se altera ha quedado, en este caso, contagiado de mediocridad. La normalidad va ligado a una auténtica obsesión por estar en una posición de centro, como si eso fuera sustancialmente lo más deseable, cuando lo que es, es un lugar gris en donde suele habitar la mediocridad. Y es que la obsesión por mantenerse dentro de «lo normal» y no mojarse, puede conducir a la mediocridad; «ser como todos», no alejarse mucho del rebaño ni diferenciarse de nada, acatar con docilidad los mandatos y no salirse de orden, a menos que el desorden sea tendencia, nos lleva a personas mediocres, chapuzas y poco valorables.

La mediocridad o medianía actual no es un esfuerzo por regular los aspectos de la realidad para alcanzar las proporciones justas, sino una actitud que equipara lo normal, entendido como común, con lo ideal. Y la realidad es que la banalidad es la norma para esta gente. Por tanto, la mediocridad tiene que ver con el deseo íntimo de plegarse al rebaño sin cuestionarnos por qué.

Para salir de la mediocridad, no hay que virar hacia un extremo u otro, sino que es suficiente con reconocernos y tratar de ser fieles a esos principios que hemos construido mediante la reflexión, por encima de cualquier lealtad que se promueva o exija. Rompamos la adicción a la mediocridad. Trabajemos el respeto y el compromiso como maneras de cambiar estas situaciones tan frecuentes en personas que por no destacar se alían con «lo normal», lo banal, lo mediocre.

Se necesitan héroes y heroínas cotidianas que luchen contra la mediocridad y la chapuza. Para ello, es importante practicar un heroísmo discreto y cotidiano. Este es el tipo de heroísmo que necesitamos: que contagie valora, dignidad, calidad y compromiso.

FOTO: La adicción a la mediocridad: el deseo de «ser como todos», no alejarse mucho del rebaño ni diferenciarse de nada | Foto: J. C. M.
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