Cualquier solución distinta a la convalidación de la reforma laboral habría significado un fracaso colectivo.

Los trabajadores españoles más precarizados en sueldos y temporalidad pueden felicitarse por la aprobación de la reforma laboral en el Congreso de los Diputados. Pero ellos y el resto de los españoles no se merecen el espectáculo que dio ayer la política en un pleno que solo puede tener como peligrosísimo efecto secundario la alimentación de la antipolítica. El mejor retrato de la degradación de las prioridades de sus señorías son las imágenes del júbilo del PP cuando un error de la presidenta Meritxell Batet dio por tumbado el decreto de la reforma y, con él, la mejora de la vida de miles de trabajadores y la posibilidad de la llegada de miles de millones de los fondos europeos. El estrambote del vodevil fue que la reforma se aprobó finalmente por el voto erróneo de un diputado popular. Las reglas de la Cámara dicen que si un diputado se equivoca no hay marcha atrás, no puede rectificar y su voto computa tal y como lo emitió. Hay decenas de ejemplos en todas las legislaturas. Pero el PP ha activado ya la campaña de descrédito de esa votación, se lleve lo que se lleve por delante. Mención aparte pide lo ocurrido con los votos de UPN, en los que confiaba el Gobierno: o ha pecado de exceso de confianza o ha sido engañado sin más.

Semejante espectáculo se produce en torno a un acuerdo histórico entre patronal, sindicatos y Gobierno. Al margen del error del diputado popular, la votación final hizo llegar al Ejecutivo apoyos políticos desde áreas infrecuentes del espectro parlamentario. Hubiesen sido difíciles de prever hace apenas unas semanas, cuando entró en vigor la reforma laboral, que corrige y enmienda la que impulsó el Gobierno de Mariano Rajoy en 2012, cuyos efectos fueron inequívocamente desastrosos en amplios sectores del mercado laboral. La votación de ayer consagró de forma visible una quiebra del bibloquismo: tanto ERC como el PNV y EH Bildu han sido esta vez impermeables a las razones de Estado que otras veces han aducido para respaldar una reforma que beneficia objetivamente a los trabajadores. Sus motivos para votar en contra de la convalidación (junto al PP y Vox) parecen cargados de tacticismo electoral cuando empieza un largo ciclo de dos años. La prevalencia de los convenios autonómicos frente a los estatales, como demandan esas formaciones, difícilmente puede justificar de forma consistente su rechazo a la transformación del mercado de trabajo en lo relativo a temporalidad y precariedad laboral. De hecho, los primeros datos atribuibles a su posible influencia refuerzan las razones para haberla aprobado: un 15% de media de contratos indefinidos en enero es una cifra relevante —casi 239.000, tres veces más que en el mismo mes de 2021— frente a la media del 9% con la legislación del PP.

La búsqueda desesperada de los votos de ERC ha resultado estéril y ha generado un desgaste en la ministra de Trabajo que merma parte de los réditos políticos que obtuvo en una negociación a varias bandas. Involucró en el acuerdo a patronal y sindicatos, con la implicación de todo el Gobierno en el proceso final. Ese afán por revalidar la mayoría de apoyo habitual parecía devaluar la calidad de los votos de Ciudadanos y de otras formaciones políticas que han bendecido la reforma, a pesar de sus diferencias políticas o incluso de sus discrepancias hacia ella. El mal sabor de boca que deja la votación en Unidas Podemos pone negro sobre blanco la dificultad de los acuerdos con formaciones nacionalistas (y/o independentistas) que suelen regresar a su campo de intereses cuando sospechan el menor rasguño o herida en el Congreso a la competencia electoral en sus territorios. Por eso es también buena noticia que el PDeCAT haya convalidado la ley sin muchos esfuerzos argumentales.

No hacía falta gran aparato retórico para votar a favor de una reforma comprometida con Bruselas. Hasta ayer, ERC y el PNV tenían muy difícil explicar su rechazo; hoy tendrán que echar mano de una ingente imaginación verbal para convencer a su electorado de la decisión. Pedro Sánchez no ha encontrado una nueva geometría política en el Parlamento ni una mayoría alternativa ante el desplante de sus socios habituales, y es impredecible lo que pueda suceder cuando haya que afrontar la reforma de las pensiones o la subida del salario mínimo interprofesional.

EL PAIS

 

A %d blogueros les gusta esto: