21 noviembre 2024

Ni un paso atrás, siempre adelante sin perder la perspectiva de lo transcendental, forjando un discurso unitario fruto del debate y del consenso. Para que, como decía la poeta, llegue el día en que de verdad las mujeres seamos libres. Libres, iguales y violetas.

La semana que se fue con su ramalazo de lluvia en la caída de la tarde ha inaugurado un tiempo de experimentos de esos que antes se aconsejaba hacer con gaseosa. Por un lado, Alfonso Fernandez Mañueco ha firmado un pacto con Vox, que se ha bajado (sólo un poquito) del monte para ver qué se hace aquí abajo, en los espacios de gestión pública donde las gentes debaten y no se aplica un pensamiento único. El salmantino ha sido el primero en España en meter dentro de un gobierno autonómico (que es una palabra que fastidia mucho a los hooligans de Abascal)  a los chavales que le salieron díscolos a la gaviota y se marcharon a hacer la guerra por su cuenta; y ahora la gracia del asunto, si es que tuviera alguna, es que se van a retratar con las medidas que se aprueben en tierras castellanomanchegas. A ver cuándo empiezan las ocurrencias. Por lo pronto, don Alfonso ya ha empezado a parecerse al alcalde de Villar del Río en ‘Bienvenido Míster Marshall’ que, cuando tenía dificultades para justificarse,  tiraba de retórica: “Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar”. Aquí el señor Mañueco ha tirado de titubeo parafrástico intentado escabullirse de las preguntas de periodistas, esos que todo lo enredan preguntando sobre inmigración ordenada, pines parentales o violencia intrafamiliar, que es como Vox quiere llamar eufemísticamente a la violencia machista en un país en el que llevamos ya seis mujeres asesinadas en lo que va de año. Si empezamos así, le espera un viacrucis importante a este sector del PP. Como ha visto claro Moreno Bonilla, el próximo al que le toca reválida, hay límites que no deben traspasarse porque siempre tienen consecuencias.

Por eso, en este preocupante escenario de fragmentación ideológica, había que responder con la manifestación del 8M a la notoriedad preocupante que va tomando la ultraderecha; era imprescindible reflejar la unidad de una mayoría de mujeres y hombres en torno a cuestiones primordiales como la lucha contra la violencia de género, la precariedad laboral de las mujeres o la igualdad de derechos en su sentido más amplio. Resultaba primordial que nadie (repito: nadie) intentara apropiarse de lo que implica el compromiso feminista, de su pluralidad de pensamiento que no se cierra a ningún posicionamiento coherente. Y así, todas las ciudades y los pueblos de España se convirtieron en una riada de gentes,  con niñas y niños, madres y padres, ancianos y ancianas. Familias completas que acudían propiciando así que nuestras nuevas generaciones asuman desde la infancia lo que significa la igualdad. En Granada capital acudieron más de treinta mil personas que, desde su libertad y su independencia, decidieron que el fanatismo solo beneficia a las estructuras patriarcales, ésas que han sido inamovibles durante décadas, avala el éxito de la convocatoria de la Plataforma 8M granadí.  Por eso  había que estar allí sin ambición de protagonismo, manteniendo los postulados de siempre pero ampliados al contexto que vivimos, a la solidaridad, a la reivindicación de la dignidad. Ni un paso atrás, siempre adelante sin perder la perspectiva de lo transcendental, forjando un discurso unitario fruto del debate y del consenso. Para que, como decía la poeta, llegue el día en que de verdad las mujeres seamos libres. Libres, iguales y violetas.