Que Macarena Olona venía llegando se intuía, era un run-run en el ambiente político desde que la eligieron diputada por Granada.

Los (y las) paracaidistas tienen estas cosas: que llegan a un lugar y lo siguiente que intentan es convertirlo en su cortijo. La cuestión, luego, es que en la provincia afectada existan militantes cualificados y con carisma para moverle la silla en los siguientes comicios. Pero tal circunstancia nunca sucedería en Vox. Su cúpula es de ordeno y mando, una formación disciplinada de estructura militar, siempre a disposición del amado líder, que, desde su jaca jerezana, ya avisó, tiempo ha, de que quiere empezar no sé qué asunto de la reconquista (con minúsculas) desde Andalucía, pasando por Castilla-La Mancha y por Madrid. Lo mismito que los Reyes Católicos, quinientos años después y a la inversa. Otra cuestión es que el pueblo llano, los andaluces de a pie, queramos ser reconquistados para integrarnos por no se sabe bien qué causa, pero que se parece mucho a la que han liderado Marine Le Pen en Francia, Viktor Orban en Hungría o Mateo Salvini en Italia.

Lo cual que Macarena de Graná (tomo la denominación del maestro Chirino) se vino a las Cruces de mayo sabiéndose ya candidata y aquí la recibieron sus representantes municipales entre flores y aplausos; Olona, buscando corresponder, se trajo la lluvia para tratar de aguarnos la fiesta y así sacar su paraguas con bandera incorporada, que ya se sabe que, una política de ultraderecha, sin hacer ostentación de la enseña nacional es como una cruz granadí sin su ‘pero’ visible y sus tijeras correspondientes: una falta de respeto a la tradición.

Y aquí la tenemos ya, reivindicando sus orígenes andaluces (porque además, ya se sabe que los andaluces somos como los de Bilbao: que nacemos donde nos da la real gana), creando polémicas que le den votos desde la Feria de Sevilla, enfrentándose a los sindicatos “de clase” vestida de faralaes y reivindicando, desde su Porsche Panamera, al campesino y al obrero fetén, que como se sabe, tienen siempre caseta fija en el real de la Feria, con camareros dieciocho horas diarias, tal y como ella apoyaba desde su escaño frente a la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Mírala cara a cara que es la primera, que dicen las archiconocidas sevillanas. O la primera en la frente, que señala el refranero español, tanto da.

Olona no tiene demasiada idea de la realidad andaluza, pero se ha aprendido el discurso populista que algunas gentes cansadas quieren oír (sea verdad o no) y aplica una frescura alejada de lo que supone el ejercicio de responsabilidad que requiere la gestión pública. Vender humo, desde fuera, es fácil. Lo complicado luego será cumplir la palabra dada, pero para ese momento bastará con echarle la culpa a Moreno Bonilla, a Espadas o al sursum corda. Lo suyo es alcanzar un sillón en San Telmo (preferiblemente la vicepresidencia) en las elecciones del 19-J y, el día siguiente, Dios y la Virgen de las Angustias proveerán. A eso se ha comprometido con sus hooligans y en ello trabaja, con claveles en el pelo o vestida de flamenca. Es lo mismo. Ahora la estrategia que toca es tararear “esa gitana, esa gitana,/esa gitana,/ se conquista bailando por sevillanas” mientras espera que el personal se convenza de que es trianera de pura cepa.

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