‘Elvis’: el circo del Rey del Rock según Baz Luhrmann
El autor de ‘Moulin Rouge’ firma un excesivo, barroco y deslumbrante biopic del cantante, tan pasado de rosca como Tom Hanks en la piel del taimado Coronel Parker
Una encuesta entre los ‘millennials’ británicos señalaba que el 24% nunca había escuchado a Elvis Presley. En 2011, el Circo del Sol clausuró las representaciones en Las Vegas del montaje ‘Viva Elvis’ tras apenas un par de temporadas con tibias recaudaciones. Hasta los cerca de doscientos imitadores del cantante que sobreviven en la ciudad de los casinos y las capillas de matrimonios rápidos se vienen quejando de que cada vez tienen menos carga de trabajo. En el imaginario popular, Elvis permanece asociado a sus últimos años, cuando el mito se atrincheró en Las Vegas para vivir su decadencia. Gordo, enganchado a los barbitúricos y a su colección de pistolas, el Rey del Rock falleció el 16 de agosto de 1977 en el cuarto de baño del segundo piso de su mansión Graceland en Memphis. La causa de la muerte fue una arritmia causada por el consumo de opiáceos como codeína, Demerol y Percodán. Tenía 42 años.
Baz Luhrmann quiere reivindicar en su película al Elvis que cambió la historia de la música y sacudió a un país. Al Elvis que supuso una transgresión y un quiebro cultural trascendental y no tanto al icono kitsch que cantaba sudoroso ‘Can’t Help Falling In Love’ con un traje blanco de pata de elefante. Al Elvis de 19 años que vivió en el barrio negro de Tupelo, Mississippi, en el que no entraban los blancos y donde absorbió los ritmos que escuchaba en los ‘juke joints’ (garitos donde se bailaba y apostaba). Las canciones country y los ritmos góspel de la Iglesia pentecostal también alimentaron a aquel chaval nacido entre los ‘white trash’ (basura blanca), que en 1956 fue recibido con hostilidad por moverse y cantar como un negro. Elvis legitimó lo que hasta entonces se llamaba rythm and blues, destinado al mercado afroamericano, y que a partir de su éxito se bautizó rock and roll.
‘Elvis’ llegó este 24 de junio a los cines españoles tras su presentación en el pasado Festival de Cannes fuera de competición, donde la crítica no se deshizo en alabanzas precisamente. Es lo que suele pasar con la películas de Baz Luhrmann, que nunca dejan indiferente. Deslumbrante para unos, mero autor de envoltorios esteticistas que encubren el vacío para otros, el australiano se enorgullece de un particular estilo que juega la carta de la provocación y bombardea al espectador con apabullantes delirios visuales repletos de anacronismos. ‘El amor está en el aire’, ‘Romeo y Julieta’ y, sobre todo, ‘Moulin Rouge’, donde revisitaba el París de Toulouse-Lautrec al ritmo de temas pop-rock, han cimentado el prestigio de Luhrmann entre los amantes del cine pirotécnico y excesivo.
‘Elvis’ no es una excepción. Su resumen puede ser que los números musicales son deslumbrantes, pero la chicha dramática no tanto. Empezando por una discutible decisión: el narrador desde el que contemplamos la acción no es el propio protagonista, sino el Coronel Tom Parker, que ni era coronel ni se llamaba así. Un manager que no tenía ni idea de música y que explotó a Elvis adoptando pésimas decisiones, como hacer que dejara de dar conciertos para centrarse en el cine. En la película, sin embargo, aparece como un pionero que vio las posibilidades dinerarias de su representado más allá de la música, por ejemplo con el merchandising.
La primera vez que aparece en pantalla Tom Hanks con las prótesis que deforman su rostro para añadirle una papada digna de Hichcock casi parece un personaje de ‘La Hora Chanante’. Después ya nos acostumbramos a una sobreactuación que está pidiendo a gritos la nominación al Oscar. Más ajustado se muestra Austin Butler en la piel del rey del rock a lo largo de un arco dramático que comprende veinte años, desde su ascenso a la fama hasta la época en la que Estados Unidos, viene a decir Luhrmann, perdió la inocencia. Olivia DeJonge encarna a su mujer, Priscilla Presley, que hoy controla el legado del músico, y Helen Thomson es su madre, Gladys, que alentó los sueños de su pequeño.
El coronel Parker, que nos habla desde su lecho de muerte, intuyó que aquel crío con carisma andrógino que volvía locas a las fans y escandalizaba a un país con un movimiento de pelvis era un negocio colosal. Luhrmann se detiene en mostrar la lucha del mito por preservar su pureza en lucha con las influencias externas que lo acusaban de corromper a la juventud. «Un reverendo me dijo una vez que cuando sea demasiado peligroso decir algo lo cantara», afirma el protagonista en el filme.
A lo largo de sus 159 minutos, ‘Elvis’ estalla las tracas necesarias para no aburrir al espectador y hasta para provocarle algún que otro escalofrío gracias a la conjunción de imágenes brillantes y los temas inmortales del cantante. Luhrmann aprovecha toda la iconografía asociada al mito y explota sus trucos visuales mientras va despachando episodios de su vida sin que ninguno nos afecte demasiado. El conflicto resulta demasiado infantil y previsible. La banda sonora, que incluye rap, es tan desprejuiciada y excesiva como es habitual en el autor de ‘El gran Gatsby’.
Rodada en los estudios Village Roadshow de Australia, donde se recreó hasta Graceland, ‘Elvis’ reproduce las épocas de manera deslumbrante y su cuidada estética demuestra el talento (y el dinero) que hay detrás. Barroca, extravagante, excesiva, deslumbrante, la nueva película del autor de ‘Moulin Rouge’ vuelve a mostrar el mundo del espectáculo como un circo, una gran feria en la que se empieza gritando ‘El Rock de la Cárcel’ ante quinceañeras histéricas y se acaba susurrando ‘Suspicious Mind’ ante ricos decadentes en un casino de Las Vega