7 diciembre 2024

Dice Isabel Díaz Ayuso en su periódico de cabecera, ése que la convierte en protagonista quincenalmente con enjundiosas entrevistas donde revela sus altas preocupaciones de estadista de peluquería, que está harta de pagar el alquiler; pero con la constante subida de los precios, no puede comprarse un pisito. Naturalmente, se comprende, porque con un mísero sueldo de 103.000 euros anuales (un 25% más que un ministro y un 30% más que el Presidente de la Junta de Andalucía, por poner dos ejemplos), no nos imaginamos cómo consigue llegar a fin de mes la musa de la ultraderecha, siempre con permiso de Macarena de Graná. Será por eso que ha pensado favorecer con becas de estudios a esas familias del barrio de Salamanca, esos pobres Borja Mari o esas Cayetanas que tienen dificultades para llevar a sus hijos colegios privados como ‘El Pilar’ y mantener simultáneamente el estatus de estirpe familiar. A ver si vamos a estar beneficiando aquí que sean universitarios gracias al parné público los hijos de los agricultores, de los albañiles o los de las muchachas que les limpian el chalet de los findes, que hasta ahí podíamos llegar. Si el Dios de la señora Olona ha permitido la sociedad de clases con la inestimable colaboración teórica de Marx y Engels, a ver quiénes somos nosotros para venir a cambiar un orden establecido desde el siglo XVIII. Por lo tanto, vengan las ayudas para los chicos menesterosos con polo ‘Lacoste’ cuyos padres ganan sólo 100.000 euros (130.000 si no practican la política del hijo único); porque hay que robar a los pobres para ayudar a los ricos, ahí reside la clave. Tengo para mí que Díaz Ayuso no ha captado bien la idea que defendía Robin Hood en el bosque de Sherwood cuando saqueaba a los poderosos para que pudieran sobrevivir los oprimidos. Lo mismo es que, con lo liada que está, sólo le han puesto un fragmento de la película, cuando Errol Flynn/Robin Hood, con unas mallas de elfo a lo Peter Pan, atraviesa con sus flechas a tres o cuatro traidores del pueblo de un golpe y besa a Olivia de Havilland (la bella lady Marianne) justo antes del ‘the end’ más pasteloso que vieran los siglos. Para Díaz Ayuso el pueblo, su pueblo verdadero una vez superado el periodo electoral, lo conforman los desasistidos cien mileuristas de los que la izquierda se olvida siempre. Incluso tiene pensado que el dinero para lograrlo se puede sacar de los centros de atención primaria, cerrando urgencias, con la uberización del sector del taxi o de tantas milongas inútiles pensadas para currantes grises. Sus clases vip están llamadas a las más altas empresas mientras que los tristes hijos de obreros deberían heredar el oficio de sus padres -o madres- por aquello de mantener las tradiciones familiares. No por clasismo ni por desprecio, ni nada que se le parezca; sino porque cada cual debe estar con su iguales, que hay que ser ordenados. Lo llamativo es que el personal no se le rebela; pareciera que se ha resignado ante el discurso de la niña/mujer Isa, a la que si le hubiera dado una beca, lo mismo se nos hubiera colocado en Australia a tiempo en vez de ejercer de tuitera del perro de Espe. Porque hay que ver lo que marcan los traumas de infancia, oigan.