22 noviembre 2024

En la propia filosofía profunda de las novatadas subyace una afirmación cuartelera que pretende ser una verdad axiomática: la veteranía es un grado.

No me extraña que el origen de tal aserto sea una institución basada en la jerarquía piramidal, como es el estamento militar, tan escasamente democrático y tan opaco, tan necesitado de actualizar sus maneras y adaptarlas a una sociedad democrática, europea y plural. Es posible que las novatadas no sean un patrimonio cultural exclusivo de nuestro país: el cine, especialmente el americano, ha explotado este filón zafio que permite a los veteranos humillar, acosar, insultar, degradar a los novatos de las fraternidades universitarias, a los reclutas de remplazo, a los policías en prácticas, etc.

Yo creo que la veteranía, la experiencia, solo es una ventaja en el caso de que el paso del tiempo haya permitido madurar al veterano, adquirir una técnica incuestionable en lo suyo, haber sacado un provecho indiscutible de lo aprendido durante un tiempo. En cambio, la veteranía del universitario que no aprueba ni las marías, del soldado que se sigue equivocando en la instrucción, del policía que no tiene la intuición para continuar una investigación estancada, más que una ventaja es una prueba evidente de su incapacidad, una prueba que yo tendería a mantener lo más oculta posible.

La reflexión previa viene a cuento de una noticia de estas últimas horas: los internos de un colegio mayor masculino madrileño han proferido gritos insultantes a las chicas de la residencia femenina próxima. Han sido insultos gruesos, de contenido sexual y especialmente soeces.

No se trata en este caso del mecánico cuyo taller exhibe una colección de fotos recortadas de una revista pornográfica, ni del albañil que desde un andamio lanza ofertas sexuales prometedoras a las mujeres que pasan por la calle. Son universitarios, destinados a formar los cuadros del futuro en campos vitales: enseñanza, investigación, medicina, arquitectura, artes, obras públicas, derecho… Son jóvenes, alocados, gozan de una libertad que mi generación jamás hubiera soñado, pero no han aprendido a gestionar esa libertad, a ponerse unos límites que simplemente eviten su propia degradación moral. Ellas, tampoco: las chicas, igualmente destinadas a formar parte de esos cuadros esenciales del futuro, han restado importancia y no se sienten ofendidas ni humilladas. Ni siquiera, molestas: lo ven una situación normal. Posiblemente, en algún caso, hasta halagadora. Consideran algo inocuo, inocente que las llamen putas, que les anuncien un uso sexual descarnado, que las identifiquen como conejas…

(Imagen tomada de Vozpopuli)

Nunca me gustaron las inocentadas porque percibo en todas ellas un sustrato fascistoide. Participé como víctima en una novatada bastante inocente en un internado (nos cortaron el agua caliente de las duchas, aunque ya lo barruntábamos y nos enjabonamos lo menos posible para salir en cuanto el agua se enfriara), y en el cuartel donde hice la mili (nos formó un veterano, con permiso evidente del oficial de guardia a las tres de la mañana), pero con 21 años eso era cosa sabida y lo importante era que la novatada llegara cuanto antes para quedarnos tranquilos de una vez. Pero he leído en prensa otras novatadas menos inocentes: en la Facultad de Medicina de la UGR, una chica recién llegada de Jaén, se tiró por una ventana, presa del pánico, y sufrió varias fracturas que le hicieron perder el curso. Así de divertido.

 

Algunas universidades han prohibido las novatadas, pese a lo cual se siguen dando. Algunas tan chisposas como pintarrajearles las batas recién compradas por los padres a los alumnos de Medicina. No puede negarse que esta manifestación lúdica debe de resultar muy divertid para los padres que han pagado la bata, posiblemente con un considerable esfuerzo económico, para que quede inservible ya en los primeros días de curso.

Y en plena ola de afirmación feminista, cuando algunos gobiernos se esfuerzan por erradicar conductas sexistas y proteger la integridad y la dignidad de las mujeres, estalla este escándalo al que se le quiere soslayar la profunda carga machista.

Viendo el vídeo en los telediarios de anoche, me dejó K.O. un hecho: la unanimidad. Un tipo sale a su ventana, insulta a las chicas de enfrente y, súbitamente, se abren las demás ventanas y aparecen tres siluetas en cada una, como si de una coreografía ensayada y siniestra se tratara. ¿No hubo nadie discrepante? ¿Tiene tal capacidad de convocatoria una propuesta tan denigrante?, ¿Es posible tal grado de borreguismo?

Cada vez estoy más convencido de que aquella Educación para la Ciudadanía que laminó el ministro Wert en nombre del PP es necesaria, más que nunca, en una sociedad que pese a la brecha económica vive en cierta opulencia, en un desarrollo tecnológico futurista, pero se permite una futura clase dominante a la altura moral del primate.

ALBERTO GRANADOS

FOTO: CADENA SER

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