Algo que ignoran los seguidores de este blog es el hecho de que soy un consumidor compulsivo de cine y literatura relacionados con los nazis.

Cada libro y cada película que veo sobre los totalitarismos del s. XX me provocan una reacción de rabia, de impotencia ante tamaña injusticia que obtengo un torrente de mala baba, de rechazo total y absoluto frente a los Stalin, Mussolini, Hitler, Franco y otros de menor calado. Es como un chute de racionalismo frente a la depravación moral de los camisas negras, los SS, los falangistas valerosos de gatillo fácil y demás indeseables, de esos que después se acercan a misa y comulgan como inocentes benefactores de la moral pública y la rectitud ideológica. De esos que hemos conocido tan de cerca en España y que ahora se estén haciendo hueco en las instituciones, como si el juego democrático les hubiera interesado de verdad alguna vez.

Al hilo de la idea anterior, hace unos meses encontré en YouTube una canción que al momento reconocí como trascedente, pese a estar cantada en griego, y sobre la que posteriormente me informé. Hoy la traigo a este blog, en el que existe una categoría dedicada a Música, que hace tiempo que no visito.

          Se trata de Asma asmatón, título que equivale al salomónico Cantar de los cantares, cuya historia quiero exponer para todos ustedes.

          Iakovos Kambanellis fue un conocido escritor greco-judío, encerrado en el campo de exterminio de Mauthausen, en Austria. Fue testigo directo de todas las formas de la crueldad, pero consiguió sobrevivir, aunque nunca olvidó el horror, al que dio forma poética en su ciclo Mauthausen, que primero fue apareciendo en los suplementos literarios del diario griego Elephteria, y tras el consiguiente éxito, publicados en la editorial Themelios. Mientras se preparaba la edición, el autor eligió cuatro capítulos, fundamentalmente narrativos, y los reconvirtió en poemas, destinados a aparecer en el libro. Fue una sugerencia del editor que esos poemas los musicara el conocidísimo Mikis Theodorakis. Y el popular compositor supo darle tal profundidad a los textos que su Balada de Mauthausen se convirtió pronto en un paradigma de música popular que trasciende su categoría para convertirse en algo mucho más serio.

          La Balada de Mauthausen tuvo un éxito inmediato y un recorrido glorioso con el paso del tiempo. Así, en 1988, la música de Theodorakis fue interpretada en un auditorio improvisado en el propio campo de Mauthausen por decisión del entonces canciller austriaco Franz Vranitzky. Las cuatro arias fueron interpretadas en griego (por Maria Farandouri), en hebreo (por Elinor Moav) y en alemán (por Gisela Mayel).  El mismo concierto se repitió en el campo al cumplirse 50 años de la liberación. Y la Orquesta Filarmónica de Israel hizo su versión, dirigida por Zubin Mehta en el Festival de Atenas. La Balada pronto apareció como grabación musical, con lo que su difusión se multiplicó exponencialmente, sobre todo en países donde los migrantes de origen helénico tienen amplia representación.

Iakovos Kambanellis conoció a una pareja de prisioneros que esperaban el momento para verse a través de las alambradas que separaban a hombres y mujeres. Veía las miradas expectantes, la alegría del reencuentro, la pena de saberse tan frágiles que en cualquier momento podría ser ejecutado alguno de los dos. Y llegó el momento en que aquel prisionero de la sinrazón sintió el amargo peso de la ausencia definitiva.

Kambanellis les dedicó su Asma asmaton, una paráfrasis de un pasaje del Cantar de los Cantares, adaptada a la dramática situación. Theodorakis, siempre comprometido, supo darle la profundidad que el nuevo texto requería y consiguió una canción bastante simple en su estructura musical, pero de una intensidad emocional deslumbrante. He encontrado varias traducciones, que he reelaborado para llegar a la que sigue:

¡Qué hermosa era mi amada

con su vestido de diario

y una peineta en el pelo!

Nadie supo que era tan hermosa.

Muchachas de Auswitz,

muchachas de Dachau,

¿habéis visto a mi amante?

La hemos visto en un viaje lejano,

No tenía ya su vestido

ni la peineta lucía en su pelo.

¡Qué hermosa era mi amada,

la mimada de su madre

y llena de los besos de su hermano!

Nadie supo que era tan hermosa.

Muchachas de Mauthausen,

muchachas de Belsen,

¿habéis visto mi amor?

La hemos visto en la plaza congelada

con un número en su mano blanca,

y una estrella amarilla en el corazón.

¡Qué hermosa era mi amada,

la mimada de su madre

y llena de los besos de su hermano!

Nadie supo que era tan hermosa.

Unos simples versos llenos de sencillez, repetitivos, casi de canción infantil, una voz y la música de Mikis Theodorakis pueden crear un clímax obsesivo de dolor, soledad y desgarro provocados por la barbarie. Nunca deberíamos ser testigos de estas simples tragedias.

Alberto Granados

foto: https://hmong.es/wiki/Mauthausen_Trilogy

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