3 diciembre 2024

ARTICULO DE NUESTRO COLABORADOR ALBERTO GRANADOS SOBRE EL LIBRO DE FERNADO DE VILLENA

Presentado como novela, no estoy tan seguro de que el último libro de Fernando de Villena (El aprendizaje del héroe, Barcelona, Editorial Carena, 2022) sea realmente una novela, pues podría perfectamente pasar por un libro de lo que la preceptiva literaria clásica llamaría Didáctica, o por un libro de viajes. Es cierto que existe una trama novelada, pero la carga doctrinal contenida en el libro devora literalmente el escaso argumento. También podría considerarse libro de viajes, ya que los protagonistas recorren una buena parte de España y, en el caso del migrante Tahír, también de Francia, con una estampa literaria de los monumentos de cada ciudad que van visitando.

          La trama parte del hecho de que un Anselmo, un hombre mayor, jubilado, viudo, solitario y con cierto poder adquisitivo, asiste a la llegada de una patera, de la que huyen todos los africanos, menos uno, que muestra evidentes signos de cojera. Aun sabiendo que puede caer en responsabilidades penales, el jubilado acoge a Tahír. A partir de ahí, lo que él creía una ayuda puntual se convierte en una verdadera convivencia, más novelesca que posible, en que el anciano va cubriendo las necesidades más urgentes del joven: ropa, medicamentos, contrato de trabajo e incluso una operación quirúrgica. Evidentemente, uno encuentra un padre y el otro encuentra un hijo, o al menos pupilo, y una corriente de verdadero afecto surge entre ellos.

Tahír encuentra en Anselmo todo un flujo de conocimientos lingüísticos, históricos, éticos, estéticos… que recuerdan a los viejos libros de enxiemplos medievales y barrocos (El Conde Lucanor o El Criticón me han parecido fuentes directas del autor) y así, en un tiempo reducido, el personaje logra una cultura general muy asentada, domina un vocabulario difícil de creer, adquiere una madurez argumentativa sorprendente, tiene una visión de la realidad española mucho más vasta que cualquier universitario (sobre todo si consideramos a los niñatos del madrileño Colegio Mayor Ahúja) y se convierte en un ciudadano del mundo, abierto, con criterio, bastante capacitado para hacerle frente al mundo que él ha elegido para vivir, o al menos, sobrevivir. El muchacho terminará en Francia, con el propósito de convertirse en escritor, enviando sus borradores a los concursos literarios y publicando alguno en alguna revista.

Hasta aquí, nada que objetar, pero Villena, que ha sido docente toda su vida, no se resiste a endosar al lector una carga doctrinal que impide el desarrollo narrativo normal y le distrae. Sus críticas a la pérdida del sistema de valores, al sistema de enseñanza, al triunfo literario amañado, a las nuevas costumbres sociales… se repiten sin cesar y el libro transmite al lector una sensación de amargura, de desarraigo, de frustración y dolor que el lector no espera, incluso conociendo la producción literaria anterior del autor.

Porque el libro transmite mucho desengaño barroco, mucha pena, demasiadas referencias a la muerte, todo ello con el mensaje implícito que ya formuló Manrique en el tránsito del Medievo a la etapa renacentista: No todo tiempo pasado tiene que ser mejor que esta sociedad que no sabe gestionar sus libertades y que presenta miles de contradicciones, pero que es la nuestra, la que nos ofrece un sistema de vida lleno de comodidades, unas conquistas sociales impensables en otras épocas, unas posibilidades de gozar la libertad que nunca estuvieron a nuestro alcance, sino en brevísimos períodos históricos.  Ni todo triunfo literario tiene que asentarse en una actitud venal, ni este mundo es tan desagradable y tan carente de sentido ético como el libro presenta, ni las sucesivas leyes educativas son el origen exclusivo de la decadencia moral. Ni cualquier tiempo pasado fue mejor. Les Luthiers decían que solo era… anterior.

Fernando de Villena ha querido hacer un corpus doctrinal y lo ha llamado novela, pero la moralina es tan obvia que uno se olvida del hilo narrativo, independientemente de que se comparta o no el contenido de esa doctrina. Personalmente, encuentro puntos en que estoy de acuerdo y otros que me parecen en las antípodas de mi sistema de pensamiento y valores.

Villena es un prosista de una vez (también en reseñas de sus obras anteriores he elogiado la sonoridad de su prosa) y un gran conocedor de nuestros siglos de oro, pero debería enfocar su escritura hacia un panorama más actual y aligerar en sus novelas esa doctrina excesiva. Si acaso, dejarla para sus libros de artículos periodísticos o para un ensayo, pero nunca para una novela, que exige un ritmo distinto. Es evidente que el novelista está pasando por un problema personal muy difícil, según se desprende de esa aura pesimista que rodea el libro. Que haya sido capaz de sacar esta novela adelante en sus circunstancias, es de agradecer, por encima de los reparos que le he encontrado. Es muy posible que ya esté trabajando en otra, pues no sabe vivir sin la escritura. Espero su próxima novela y le sugiero más contención, más contacto con la realidad y una mayor paz de espíritu: por su ya corpulenta obra y, muy especialmente, por la frescura y el optimismo de estar vivos que he gozado en otras novelas suya.

Alberto Granados

«El aprendizaje del héroe», de Fernando de Villena

FOTO: GRANADAHOY