El embarazo transforma el cerebro de las mujeres para favorecer el vínculo con sus hijos
La potente actividad hormonal durante la gestación, con similitudes con la de la adolescencia, produce cambios cerebrales que facilitan la relación con el bebé
Tener hijos cambia la vida y también el cerebro. Un estudio que se publica este martes en la revista Nature Communications muestra que la liberación de hormonas durante la gestación modifica la estructura cerebral de las embarazadas y las predispone a algunos comportamientos maternales, como la creación de un vínculo, con el feto primero y con el bebé después, o incluso la preparación del hogar para la llegada de la criatura, un comportamiento que se observa en muchos animales.
Las autoras, lideradas por Elseline Hoekzema, del Centro Médico de la Universidad de Ámsterdam (Países Bajos), siguieron a 40 mujeres antes del embarazo, durante la gestación y después del parto, para observar los cambios en su cerebro en esas etapas. Durante ese tiempo, a través de técnicas de diagnóstico por imagen, observaron un incremento en la actividad de la red neuronal por defecto (RND), un conjunto de regiones del cerebro interconectadas, o una disminución de la materia gris, un efecto que ya se había visto en embarazadas en estudios anteriores. Todas estas modificaciones están relacionadas con intensos cambios en los niveles hormonales, en particular con el pico de estradiol que se produce en el tercer trimestre.
Hoekzema reconoce que no se puede asegurar con certeza que estos resultados signifiquen que el cerebro de la mujer se reprograme para cuidar de su bebé. Sin embargo, sí que han visto “que estos cambios en el cerebro están relacionados con las respuestas fisiológicas y neuronales de la madre ante los niños” con aspectos de su “comportamiento maternal” y con “problemas en las relaciones madre-hijo”. “Así que hay indicios de que estos cambios cerebrales, de una forma similar a otros mamíferos, desempeñan un papel en la estimulación del cuidado materno y en la supresión de las reacciones negativas a los pequeños”, afirma. Sobre este último punto, la investigadora cuenta que las ratas “tienden a evitar o incluso rechazar a sus crías, pero un tratamiento hormonal que imite al embarazo puede producir comportamientos maternales en estas hembras, reduciendo su reacción negativa hacia ellas y haciendo que las crías les produzcan una sensación de recompensa grande”.
Las autoras consideran poco probable que factores como la consciencia de estar embarazada u otros aspectos psicológicos puedan explicar los grandes cambios en la estructura y la función de los cerebros que han registrado. “No se han encontrado asociaciones con otros factores como el estrés o los niveles de sueño”, indica Hoekzema, que asegura: “Aunque es difícil separar los factores fisiológicos de los psicológicos, pensamos que los aspectos biológicos del embarazo representan los factores más fuertes que desencadenan estos cambios”.
Aunque el efecto de la maternidad en el comportamiento de animales se ha estudiado desde principios del siglo XX, los trabajos para comprender qué sucede en el cerebro de las mujeres embarazadas son recientes. En 2016, Hoekzema publicó en la revista Nature Neuroscience un primer estudio en el que se señalaban los cambios en la estructura cerebral que experimentaban las embarazadas. Entre otras cosas, la investigación mostró una reducción en la masa de materia gris. Este proceso, que también se ha visto en la adolescencia, podría ser una forma de eliminar algunas conexiones cerebrales para facilitar la creación de otras nuevas, en este caso, las necesarias para hacerse cargo del cuidado del bebé.
Aquel trabajo, supervisado por Susanna Carmona, del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, y Óscar Vilarroya, de la Universidad Autónoma de Barcelona, abrió esta nueva área de estudio. Estos dos investigadores están ahora a la cabeza de BeMother, un proyecto financiado con 2,5 millones de euros por el Consejo de Investigación Europeo para estudiar estas adaptaciones para la maternidad durante el embarazo y el posparto.
La intención de esta línea de investigación es, por un lado, caracterizar esa posibilidad de cambio que muestra el cerebro durante el embarazo. “Antes se pensaba que la neuroplasticidad estaba limitada a la infancia y la adolescencia, pero esta línea de investigación pone en cuestión que no exista en adultos”, explica Magdalena Martínez, investigadora en Neurociencia en el grupo Neuromaternal del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y una de las coordinadoras del proyecto BeMother. El cerebro de las mujeres embarazadas cambia, en primer lugar, por la exposición a una explosión de hormonas, pero también por la interacción con el bebé después del parto. Estos trabajos tienen un segundo objetivo, señala la investigadora: “Si caracterizamos cómo se adaptan las mujeres de forma no patológica a estos cambios, después podríamos ver qué hacer para ayudar a las mujeres que sufren trastornos como la depresión posparto, que afecta a un 20% de las madres”.
La investigadora también ha buscado el efecto de la paternidad en padres primerizos. “Analizamos dos grupos de padres, uno de California y uno de España, y vimos cambios cerebrales, aunque no tan pronunciados como en el caso de las embarazadas”, recuerda Martínez. En los padres vieron modificaciones que localizaban en la corteza cerebral, que es la más externa y la “más humana”, pero en las mujeres, además de cambios en la corteza, vieron cambios a nivel subcortical, “en regiones evolutivamente muy conservadas, que compartimos con otros animales, que son más básicas”, dice la investigadora. No obstante, Martínez advierte de que no hay que sacar conclusiones precipitadas y afirma que es necesario seguir investigando. Además, plantea, “es posible que esta recompensa que es el bebé, que te hace querer estar cerca y cuidarlo porque produce placer, esté más potenciada en la madre embarazada y el hombre tenga que trabajarlo un poco más”. En estudios anteriores, tanto en animales como en humanos, el trato continuado con las crías produce cambios fisiológicos que favorecen el cuidado de los pequeños.