El mercado es el mercado y los engominados del Ibex sólo entienden el lenguaje del dinero, del mejor postor.

En Granada están dejando de sobrevolarnos, con sus planeos rasantes, las palomas que alborotaban las fuentes y  los gorrioncillos saltarines buscando el cobijo amarillo de las últimas hojas de los tilos. Hasta los estorninos dormilones de la plaza de la Trinidad se están viendo ahuyentados por los buitres, esos fondos extranjeros de inversión que se compraron media España en la crisis de 2008 -y sucesivas- y aquí siguen, destrozando la vida cotidiana y pequeña de los mileuristas, de quienes sobreviven en una sociedad de gastos desenfrenados donde los necesitados se nos han vuelto invisibles. Seguramente porque quedan mal en las fotos de felicidad infinita de las fechas que se avecinan y hay que irlos apartando y silenciando, a ver si así desaparecen.

No nos gusta mirarnos en los ojos de un pobre de pan pedir, de los que duermen al raso en las noches friísimas sin luna porque nos recuerdan lo frágil de nuestro estado, que la suerte es caprichosa y de un día para otro nos derrota; y eso puede atragantarnos el jamón y los polvorones de las primeras cenas de empresa. Pero la verdad es santa. Y la verdad es que esta semana otro fondo buitre, de esos que compran las deudas a los bancos, ha puesto a otra familia granadina en la calle. Da igual si en esas familias que pierden todo en un instante hay niños, mujeres embarazadas o ancianos con surcos en el rostro evidenciando que vivieron una guerra con sus miserias y que hoy resisten apoyados en un bastón. No hay piedad, ni amparo y hay días en que cabe la duda de si para ellos existe justicia. Me temo que no, si miramos la página de ‘Stop desahucios’. El mercado es el mercado y los engominados del Ibex sólo entienden el lenguaje del dinero, del mejor postor. Aunque el mejor postor sea un carroñero que no respeta los derechos democráticos y que va cercando a su víctima hasta dejarla sin fuerzas. A esos fondos buitre externos se suman muchos bancos españoles, de aquellos que en los tiempos de ostentación animaban a la gente a pedir hipotecas y préstamos como si estuvieran hablando de billetes del monopoly; hoy, cuando el Euribor asfixia a la clase trabajadora,  miran para otro lado y venden las deudas de estas personas humildes  a mitad de precio a las aves de rapiña; o bien ellos mismos crean una estructura paralela interna para hacer, a la vez, de poli bueno y poli malo. El bueno, es el banco amigo de cualquiera de las calles principales de Granada (pongamos la Gran Vía o Constitución) que, pobrecillo, aunque el Gobierno de España lo rescatara del desastre con los euros de toda la ciudadanía (y que, naturalmente, nunca tuvo que devolver), ya se ha olvidado y no puede ahora darle margen para respirar al antaño señor cliente. El malo de esta película absurda, aparte del deudor que no tiene capacidad de pago, es esa financiera sin rostro, creada por el propio banco con otro nombre para que cobre como sea. Así de perverso es el sistema que ha propiciado que, desde esta semana, en Granada otra familia humilde (tal vez más) ha perdido su hogar, sus recuerdos engarzados a su pobreza limpia. Mientras, desde las grandes superficies nos avisan con sus luces multicolor de que se acerca este tiempo venturoso llamado navidad.

 

 

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