24 noviembre 2024

Si sabe aprovechar esta oportunidad, el presidente brasileño podría ampliar su arco de alianzas y arrinconar al bolsonarismo radical

Hay una paradoja en las escenas de terror político de las irrupciones e intentos de toma de la Presidencia brasileña, el Congreso y el Tribunal Supremo este domingo en Brasilia.

Visualmente, mostraban a miles de seguidores del expresidente Jair Bolsonaro (llamados bolsonaristas) superando barreras policiales, depredando oficinas, rompiendo ventanas y destruyendo cuadros de pintores clásicos brasileños. La versión tropical del 6 de enero trumpista se planteó como una demostración de fuerza de los votantes que no aceptan la derrota electoral. En realidad, sin embargo, los actos de Brasilia podrían convertirse en la mayor oportunidad del presidente Lula da Silva para extender su poder y arrinconar al bolsonarismo contra la pared.

El centroizquierdista Lula fue elegido el 30 de octubre presidente de Brasil por tercera vez con 60,3 millones de votos, con solo 2,1 millones de votos de ventaja sobre el entonces presidente Bolsonaro, de extrema derecha. Fue la menor diferencia de votos de la historia y ya en los días posteriores miles de bolsonaristas interrumpieron carreteras exigiendo la anulación del resultado. Con el paso de las semanas, varios de estos militantes montaron campamentos frente a cuarteles del ejército en todo Brasil pidiendo la intervención militar. Fue en estos campamentos donde los bolsonaristas planearon los actos terroristas del domingo.

Heredero de un país dividido por la mitad, Lula da Silva asumió la presidencia el 1 de enero tratando de evitar una confrontación. El nuevo ministro de Defensa, José Múcio, afirmó que las acampadas junto a los cuarteles eran “manifestaciones democráticas” y que incluso familiares suyos apoyaban estas protestas. Admitido como moderado, Múcio asumió el cargo precisamente para no generar conflictos con las Fuerzas Armadas, que apoyaban ostensiblemente al Gobierno de Bolsonaro. Los comandantes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea nombrados por Bolsonaro cambiaron las fechas de sus relevos para no tener que jurar lealtad al nuevo presidente.

Esa cautela con los partidarios de un golpe militar ha perdido sentido desde el domingo. Las imágenes del acto vandálico causaron una conmoción nacional que unió al país como solo son capaces de hacerlo los partidos de la selección brasileña de fútbol. Una encuesta de Quaest en las redes sociales a lo largo del domingo mostró que el 90% de los brasileños condenaba las invasiones.

Al anunciar la intervención federal en la seguridad pública del Distrito Federal, el presidente Lula responsabilizó a Bolsonaro por las depredaciones. “Él no solo provocó esto, no solo estimuló esto, sino que lo sigue estimulando a través de las redes sociales. Es su responsabilidad, la responsabilidad de los partidos que lo apoyan y todo esto será investigado con mucha fuerza y muy rápidamente”, dijo Lula. Según Quaest, el 87% de las menciones en las redes sociales fueron en apoyo del discurso.

Importantes líderes políticos, entre ellos el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, partidario de Bolsonaro, atacaron los actos y apoyaron la decisión de Lula de intervenir en el Distrito Federal. Lira anunció una reunión con Lula y los presidentes del Senado y del Tribunal Supremo esta semana para “dejar absolutamente claro que los tres poderes están más unidos que nunca en favor de la democracia”. Varios gobernadores vinculados a Bolsonaro también se solidarizan con Lula. Con los actos del domingo, mantenerse cerca de Bolsonaro se ha vuelto políticamente tóxico.

Lula tiene ahora el monopolio de la democracia a su lado. Sus adversarios le alaban por haber tomado la iniciativa en la defensa de las instituciones e incluso sus oponentes tienden a suavizar sus críticas para no ser confundidos con los golpistas. Los jefes militares han acordado la desmovilización inmediata de los campamentos situados frente a los cuarteles.

Si sabe aprovechar esta oportunidad, Lula podría ampliar su arco de alianzas y arrinconar al bolsonarismo radical. Los grupos de derecha y centroderecha que rechazan a Lula pero son demócratas pueden verse abocados a una opción más moderada. Esto le daría a Lula, como consecuencia, la legitimidad política para tomar medidas contrarias al bolsonarismo más radical, como ampliar el gasto público social y castigar a los mineros ilegales de oro y a los deforestadores de la Amazonia. Las protestas en Brasilia intentaban golpear la gobernabilidad de Lula, pero en la práctica golpearon la credibilidad de Bolsonaro.