«Las Aguilas vencidas de Bailén» por Alberto Granados
La Historia, o tal vez la leyenda, atribuyen al caudillo galo Breno una frase que define perfectamente la situación de los que pierden las guerras: Vae victis. Significa ¡Ay de los vencidos! y sirve para describir ese hecho de que las guerras entre estados, bandos o facciones …
siempre sirven para dar alas a la ambición y a las expectativas de políticos, militares de alta graduación y fabricantes de armas, pese a que quienes mueren suelen ser los soldados, meros peones de ese tétrico ajedrez que es cada contienda.
Churchill hizo suya una frase atribuida a Orwell: La Historia la escriben los vencedores. Los perdedores no cuentan apenas, simples espectadores de su propio destino. Sin embargo, unos perdedores muy concretos, las tropas napoleónicas que perdieron la llamada Batalla de Bailén frente al General Castaños, ya tienen al historiador que ha invertido la tendencia: Francisco Luis Díaz Torrejón documenta y narra los avatares de un contingente de casi 16.000 franceses derrotados en su magnífico libro Las águilas vencidas de Bailén. Éxodo de prisioneros napoleónicos por Andalucía (julio-diciembre 1808), (Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, Navarra, 2015, 666 páginas). Agotada la primera edición de esta obra en pocos meses, a finales de 2015 ha aparecido una reedición de la misma, para disponibilidad de quienes deseen leerla.
Francisco Luis Díaz Torrejón. Foto: Ramón L. Pérez
Díaz Torrejón, estudioso del período napoleónico en España, sobre el que ha publicado una veintena larga de obras, tras revisar archivos civiles, eclesiásticos y militares de media Andalucía y del Ministerio de Defensa francés, aborda la primera parte de la historia de estos soldados franceses, que en muchas ocasiones pagaron con su vida el delito de ser invasores derrotados, víctimas de un odio que se fomentó desde los púlpitos. La obra viene avalada por un incontestable aparato documental: más de tres mil notas a pie de página, unos detallados índices de fuentes documentales, bibliográfico, geográfico y onomástico, así como dos mapas preparados ad hoc por Francisco Vela. Además, los hechos expuestos contienen una importante carga narrativa, en la que el autor se desenvuelve con verdadero pulso de novelista, ameno, interesante y lleno de soltura. El historiador tiene además la decencia de separar rigurosamente lo que ha conseguido documentar y contrastar (a menudo resultan notables las diferencias entre las historiografías española y francesa) y lo que es una simple interpretación, una conjetura.
En la primera parte el lector sabrá que toda la campaña andaluza no es sino el afán largamente pospuesto por Napoleón de desbloquear la Armada francesa, estrechamente vigilada en la Bahía de Cádiz por las Marinas inglesa y española desde la batalla de Trafalgar. La necesidad del ejército de Napoleón de disponer de sus barcos hace al emperador aventurarse en terreno andaluz con el convencimiento de que se trata de una empresa sumamente fácil. La realidad le mostrará las dimensiones de su error. Las tropas napoleónicas se adentran en Andalucía por Despeñaperros y llegan con relativa facilidad a Córdoba. El expolio que realizan en esta ciudad, donde roban vasos sagrados y tesoros religiosos, les traerá funestas consecuencias. Plantean un repliegue hasta las cercanías de Despeñaperros para proteger el paso y cuando se asientan en las proximidades de Bailén, en un emplazamiento estratégicamente inadecuado, surgen las primeras escaramuzas, la llamada Batalla de Bailén. Toda la grandeza napoleónica sucumbe al verse rodeados y sin posibilidad de escapatoria, lo que obliga al general Dupont de L’Estang a firmar unas capitulaciones que le traerán dañosas consecuencias como militar caído en desgracia.
Un general inexperto, Castaños, ufano con su victoria, firma un compromiso mucho más allá de lo que está en su mano conceder. Uno de los puntos de las mencionadas capitulaciones exige embarcar a todos los prisioneros franceses desde Sanlúcar y Rota hasta el puerto francés de Rochefort.
Itinerarios de los prisioneros franceses hacia Cádiz. Mapa de Francisco Vela
En la segunda parte del libro, los prisioneros inician, siguiendo dos rutas diferentes, el desplazamiento hasta tierras gaditanas. El odio al francés, acentuado por las proclamas de los párrocos que consideran enemigos ideológicos los avances de las luces francesas, genera tal violencia que muchos franceses son masacrados por los caminos y pueblos que atraviesan.
Sin embargo, la Junta de Defensa considera que ese punto sexto de las capitulaciones imposible de llevar a efecto: no se puede enviar a tan numeroso contingente de prisioneros a Francia para que sean movilizados de nuevo contra España, por lo que una serie de órdenes y contraórdenes se cruzan sin tener demasiado claro qué hacer con las columnas francesas. Mantenerlas a diario exige un costoso despliegue de logística; concentrarlos supone un riesgo, pues están en tan desesperada situación (el calor del verano andaluz, heridos, enfermos, desesperación, sensación permanente de riesgo…) que puede surgir un motín. Es entonces cuando la Junta de Defensa decide enviar a Francia sólo a los militares de alta graduación y disolver al resto de presos en casi cincuenta asentamientos a lo ancho de Andalucía. Con ello se refuerza el sentido de derrota de los presos, que además de prisioneros, se saben al margen de las decisiones del Estado Mayor.
Dispersión de los prisioneros franceses. Mapa de Francisco Vela
En la tercera parte del libro, el autor hace un rastreo de la documentación disponible de cada pueblo donde hubo un asentamiento de franceses. Lo hace con un enorme rigor metodológico: qué compañías llegaron a cada localidad, quiénes estaban al mando, dónde se asentaron los prisioneros, las condiciones del asentamiento, qué sucesos generó la convivencia entre franceses y españoles… Hay que señalar que sólo en algunas poblaciones la convivencia fue normal, mientras en la mayoría se dieron brutales episodios de violencia. El pretexto podía ser tan nimio como que los franceses asistieran a misa un domingo o que una joven de la localidad se dejara cortejar por un francés. Los estallidos de violencia alcanzaron en algunos casos proporciones alarmantes, con el resultado de un trágico número de muertos.
La obra finaliza con la nueva concentración, en diciembre 1808, de todo el contingente francés que aún sobrevive. Se les va a enviar a un nuevo destino. Es el final del libro, pero no de los sufrimientos de los prisioneros, a los que les esperan aún dos trágicas situaciones: los pontones de la Bahía de Cádiz, una piadosa forma de nombrar el abandono absoluto, con una nueva acumulación de muertes por inanición e insalubridad y la isla balear de Cabrera (desde un plano literario, Jesús Fernández Santos se ocupó de este asentamiento en su desoladora novela Cabrera –Barcelona, Plaza & Janés, 1981–). De los 16.000 prisioneros de Bailén sólo una mínima parte llegará a ser repatriada a Francia tras la caída de Napoleón. Las águilas imperiales, derrotadas en Bailén, dejaron, junto a un elevado número de muertos, la constatación empírica de lo que Hobbes había enunciado: que el hombre es un lobo para el hombre, especialmente si es un perdedor. ¡Ay de los vencidos!
Alberto Granados