Las cosas que piensan tus hijos sobre perder la virginidad y que nunca jamás te van a contar
Reunimos a varios chicos y chicas ‘millennials’ y generación Z para saber qué piensan sobre el gran tabú de la adolescencia, perder la virginidad, y cómo se percibe este momento en 2023
Los últimos registros, a 1 de enero de 2022, mantienen a la capital y Motril como los municipios más poblados, seguidos de Almuñécar, que ha experimentado un considerable aumento de habitantes
No se conocen ni entre ellos ni entre ellas. Y, sí, aquí el desdoblamiento de género es necesario. Primero, siete desconocidos se sentaron unos enfrente de otros para hablar de, quizá, el gran tabú de la adolescencia: la virginidad. Este tema, que tantos sinsabores ha causado a miles de jóvenes, también lo trataron después seis mujeres. En total, 13 personas entre las que se encontraban un católico, un homosexual, varias bisexuales, una pansexual, una musulmana y una hindú.
El corolario de opiniones y experiencias está servido. Las preguntas en 2023 siguen siendo muy parecidas a las que se han enfrentado los miembros de generaciones anteriores, aunque aquí todos son millennials o de la generación Z. ¿Se pierde la virginidad al realizar sexo oral? ¿Cómo influye el porno en las expectativas de la primera vez? Si no se llega a eyacular, ¿cuenta también? ¿Lo hacen bien los padres y madres con sus hijos e hijas? ¿Cómo la virginidad llega a afectar a la salud de las mujeres?
Rubén es un nombre ficticio, como todos los que aparecerán en este texto, para preservar su anonimato. Rubén también es un hombre de 24 años, español y heterosexual: «Yo creo que la definición más extendida de virginidad es excluyente, es decir, no acepta otra cosa que la penetración vaginal de un hombre a una mujer», se adelanta a compartir con el grupo. En realidad, más allá de los significados personales, la virginidad es una construcción social que, como tantas otras, se ha intentado hacer pasar, sobre todo para las mujeres, por una realidad biológica, apelando al himen, la sangre y el dolor como características necesarias para determinar si una mujer es virgen.
La virginidad, cuestión de expectativas
Clemente tiene 28 años y no se olvida de una cosa que sucedía en su instituto y que le hizo replantearse qué era la virginidad y para quién: «Yo tenía una compañera que, por las creencias de su familia, tenía que llegar virgen al matrimonio, pero sí practicaba sexo anal y oral. ¿Era virgen ella? ¿Y los tíos que lo hacían con ella perdían la virginidad o no? Y, si no la perdían, ¿la gente que solo ha practicado sexo anal sigue siendo virgen?», se cuestionó con el grupo. Clemente tampoco tiene miedo a reconocer su pasado al afirmar que, si un amigo homosexual suyo le hubiera dicho que ha perdido la virginidad de forma pasiva, le hubiera roto la cabeza, parafraseando sus palabras.
Andrés es bisexual y tiene 25 años. Hace ya una década de su primera vez: «Fue algo terrorífico. Solo tenía en la cabeza ser el mejor. Nada más terminar pensé si eso que había ocurrido iba a ser así siempre», afirmó. Él, como la mayoría de los chavales de su edad, lo primero que hizo fue contárselo a sus colegas, aunque les mentía. «Ocurrió en casa de mis padres y la chica no me gustaba, pero quería perder la virginidad. Con toda la presión no se me levantaba, y ella forzó la situación. Me insultó diciendo que no servía para nada y eso lo trasladé a mis siguientes relaciones sexuales. Mientras les decía a mis colegas que había follado, llegaba a casa llorando«, relata. Y se hace una pregunta: «¿La gente cuenta como primera vez si no se llega a correr?».
Esta confusión conceptual es resultado de lo que han aprendido de la expresión «perder la virginidad» y lo que cada persona a lo largo del tiempo ha resignificado. Alfredo es el único católico del grupo. Tiene 23 años y piensa que «la virginidad es cómo uno mira, cómo uno siente«. Pese a ello, eso de la primera relación sexual es algo que le consumía por dentro, en sus propios términos, «y todo por culpa de las expectativas».
Las personas LGTB: otras realidades no entendidas
A sus 23 años, Adrián es el único homosexual del grupo. Por eso, su primera experiencia fue algo diferente: «Yo tenía un grupo de amigas que me echaban una mano para ligar con tíos. Como tenía menos gente entre la que escoger, me entraba más prisa por hacerlo«, remarca el joven. El pánico fue tal que llegó a pensar que cuando entrara en la universidad sería la única persona de su curso que todavía era virgen. «Lo vivía como algo necesario, perderla. Incluso un amigo más tímido se planteó recurrir a la prostitución», prosigue. La primera vez llegó con un hombre con el que no compartía ningún componente afectivo, lo que redundó en la experiencia, carente de empatía: «Nos quedamos a medias y durante años pensé que aquella no había sido mi primera vez, sino más bien mi media primera vez», dice en tono jocoso.
Estas personas se muestran incluyentes respecto al colectivo LGBT. Pese a ello, las mujeres que tienen relaciones sexuales con mujeres denuncian sentirse excluidas del imaginario colectivo que entiende que sin la penetración de un pene no podría perderse la virginidad.
«Hasta que un hombre no te penetra, no cuenta como sexo»
Marta, bisexual con 20 años, afirma que ella siente que ha perdido la virginidad dos veces: con un hombre y una mujer, ya que nadie lo reconoció como tal cuando mantuvo relaciones sexuales con otra mujer. Noelia también es bisexual. Procedente de la India, a sus 24 años sabe bien que, cuando tuvo su primera relación sexual con una chica, nadie lo consideró perder la virginidad. «Hasta que un hombre no te penetra, no cuenta como sexo«, apuntilla.
Paula también tiene 24 años y es lesbiana: «Yo perdí la virginidad con un hombre porque todas mis amigas lo estaban haciendo y me convencí de que era el amor de mi vida, pero yo soy superlesbiana en realidad». Pese a haber mantenido su primera relación sexual con un hombre, cuando llegó al ginecólogo le preguntaron con quién mantenía relaciones. Ella respondió que con otras mujeres, y la sanitaria dio por hecho que era virgen. Según las palabras de Paula, médica de profesión, hay una norma no escrita en ginecología que respalda que, si la paciente es virgen, no se la puede entrar por vía vaginal. «He llegado a ver cómo a una niña de nueve años se le hacía una ecografía de ovarios y, en lugar de meter el ecógrafo por la vagina, se lo metían por el culo, y la madre estaba de acuerdo», ejemplifica.
Perder la virginidad para ganar una losa personal
«Cuando perdí la virginidad, sentí que también me deshacía de esa losa social que tenía encima, pero gané otra personal al no haber cumplido con lo que yo entendía en ese momento que tenía que ser la primera vez», dice Rubén. Una de las principales maneras de entender la virginidad es quitarse un peso (social) de encima. También puede entenderse como una ofrenda o regalo que se le hace a una persona que quieres. Esto, sobre todo, se observa en las mujeres, cuya actividad sexual históricamente se ha legitimado en entornos románticos, así como en personas religiosas donde se sigue señalando una mayor importancia de la virginidad en las mujeres.
«Es muy sorprendente hasta qué punto tiene que llegar una persona para dar esa imagen pública y que no la vean como una fracasada»
Raquel tiene 25 años y es pansexual, es decir, le puede atraer cualquier persona independientemente de su sexo o género. Ella ha conseguido romper ese constructo llamado virginidad: «Nosotras no somos vírgenes que alcanzar por nadie. No soy una cosa, sino una persona con sentimientos». Andrea, procedente de una familia católica aunque ella sea atea, tiene 22 años y ha sido testigo de la presión que han sufrido sus amigas, ya no para mantener relaciones sexuales por primera vez, sino para que se supiera: «Algunas me han dicho en la intimidad que nunca lo han hecho. Es muy sorprendente hasta qué punto tiene que llegar una persona para dar esa imagen pública y que no la vean como una fracasada«. En su caso personal, dice que le hubiera gustado hacerlo más adelante, y que si lo hizo fue por presiones de su pareja.
Las mujeres de este grupo, concienciadas respecto al consentimiento sexual, retoman este tema de conversación en un par de ocasiones más señalando la ausencia del mismo en la primera relación sexual de Raquel. En su caso, se vio presionada a hacerlo por la supuesta retribución romántica que su pareja comprendía del hecho de «entregar» su virginidad.
¿Dónde quedan los padres?
A Rubén no se olvidan las condiciones tan precarias en las que la chavalada suele tener sus primeras relaciones sexuales, en un parque o en esos 15 minutos en los que tus padres no están en casa, ilustró este joven. Clemente, además, piensa que la opinión de los progenitores puede ser muy enriquecedora, y no solo la de tu «colega el orangután», en sus propios términos. Pero advierte: «Para eso, tus padres también tienen que leerte a ti como un adulto, que la conversación sea entre adultos, no de padres a hijos».
«En la India, la noche de bodas tiene un nombre que significa ‘la noche del marido»
En esta relación que se puede trabar entre padres e hijos, también está el cambio de culturas entre ambos. Sonia, musulmana de 25 años, siempre ha sabido que debes probar a tu familia que llegas virgen al matrimonio «y que la persona que te va a desvirgar es tu hombre, por así decirlo». Según su religión, debe perder la virginidad la misma noche de bodas, lo que le incomoda: «Yo no sé si estaré preparada para hacerlo esa noche. Puedo estar nerviosa, o lastimarme, así que pienso que es algo que tiene que pasar cuando te apetezca, no impuesto», agrega. Noelia le responde: «En la India, la noche de bodas tiene un nombre que significa ‘la noche del marido«. Es en este punto cuando otras mujeres del grupo respetuosamente apelan a Sonia opinando que nadie debería de meterse en la vida sexual de una misma, ni siquiera los progenitores.
Marta recuerda cómo su madre le empezó a hablar de la virginidad cuando tuvo novio, pero no novia, como había sucedido con anterioridad. A Paula le pasó algo diferente. Cuando iba con sus novios de tapadera a casa, a sus padres no les hacía ninguna gracia, pero, cuando se echó novia, no tenía ningún problema. «¿Entonces qué les molestaba exactamente?», se pregunta de forma retórica.
Porno y educación sexual
Siempre se ha dicho que la juventud adolece de la educación sexual necesaria para ser conscientes de lo que supone mantener relaciones sexuales. Como mucho, alguna charlilla en el instituto con un condón y un plátano, pero poco más. Como si no hubiera decenas de formas de vivir la sexualidad que también necesitan explicarse, la juventud busca otros referentes que suelen encontrar, más ellos que ellas, en el porno y el cine en general. Sin ir más lejos, Andrés pensaba hasta los 19 años que «follar era hacer lo que hacían en los vídeos porno» hasta que una chica le dijo: «Oye, que yo también quiero que me hagas cosas».
Esto, tan extendido a lo largo de décadas, parece que empieza a cambiar, aunque tanto ellos como ellas sean víctimas de lo que les ha venido impuesto. Ismael es el mayor de todos los presentes, tiene 29 años y recuerda cómo también para las mujeres puede llegar a ser un problema que el hombre no llegue al clímax.
Antonio disfrutó de sus primeras relaciones sexuales cuando tenía unos 12 años. Ahora tiene 27 y la cosa ha cambiado bastante: «Me pregunto qué hubiera pasado si no hubiera conocido a ciertas personas que me han ido orientando y compartiendo cómo se han sentido conmigo en la cama». Esta suerte de autoeducación sexual no ha llegado sola. Según agrega el joven, «en el código que manejábamos los tíos no se planteaba posibilidad para el diálogo, y en eso ha influido para bien el feminismo». Y defiende la tesis de Ismael: «Las mujeres también asumen ese rol de que es el hombre el que tiene la responsabilidad de tener que saber hacerlo todo, porque también están influidas. La película A tres metros sobre el cielo nos marcó. Yo me llegué a pillar una chupa de cuero como la del protagonista para hacerme el chulo, y las tías me lo compraban».
«Muchas de nosotras tenemos nuestra primera relación sexual incluso antes de que nos masturbemos»
Andrea también dedica unas palabras a la educación que reciben: «Muchas de nosotras tenemos nuestra primera relación sexual incluso antes de que nos masturbemos y conozcamos nuestro cuerpo y lo que nos gusta. Llegamos ahí y no sabemos qué nos gusta, y por eso yo creo que las primeras veces en mujeres decepcionan tanto».
La ausencia intencionada de una educación sexual amplia e interseccional que desmitifique la primera relación sexual y que tenga presente todo tipo de prácticas sexuales más allá de la penetración resulta ausente en el aprendizaje del conjunto de jóvenes. Ante esta situación, el porno es un agente más que reproduce roles de género perpetuando la cosificación de las mujeres y el papel de líder de la situación para los hombres. Esto les genera fraudulentas ideas que tienen un impacto negativo en la primera relación sexual. A varios de los participantes les gustaría que la primera relación sexual fuera como otra primera vez más: como la primera vez que montas en bici o vas al cole, pero sin restar importancia al impacto que tiene el desarrollo de la erótica y las relaciones sexuales en la construcción psicosocial de las personas.
Clemente, cuya primera vez posiciona entre las tres peores experiencias sexuales de su vida, condensa bien lo explicitado en estas conversaciones con este comentario: «Si ahora me viera con 17 años, me diría una cosa: disfruta e intenta hacer disfrutar. La primera vez no te va a marcar para toda la vida», concluye.
Por Guillermo Martínez / Miriam Jiménez