Ser o no ser, esa es la cuestión, así para el ciudadano normal como para cualquier político, desde los tiempos de Hamlet a esta modernidad líquida que habitamos. La clave está en existir, bien para la vida anónima, bien para la cosa pública (con todos los focos centrados en la mismidad de un individuo/personaje que ejerce de estadista momentáneo). Pero siempre, y ahí está el dilema, hay que elegir dónde situarse. Porque las puertas están para entrar o salir, pero no para quedarse en medio impidiendo el paso de la gente. Normas tan básicas de urbanidad aprendidas cuando niños se les han ido olvidando a muchos, como evidencia ahora el comportamiento de Pablo Iglesias, que quiso dejar de ser vicepresidente del Gobierno de España y líder de ‘Podemos’, pero sólo un rato.

El antaño (es un decir) dirigente y actual líder espiritual del totum revolutum morado, fue eliminando a todas las personas que fundaron con él ‘Podemos’ aplicando el método de ‘Los inmortales’ (ese de que sólo puede quedar uno) y luego abandonó el barco como un niño enfurruñado cuando los votantes de Madrid le negaron el apoyo para gobernar su comunidad. Entonces Pablo dijo que se iba, que se echaba a un lado para que el partido no se quemase con esos resultados vergonzantes. Pero sucede que aquel gesto de dignidad, de dejar paso, le duró poco. Lo justo: hasta que vio que Yolanda Díaz iba por libre y no seguía la hoja de ruta que él, como patriarca indiscutible, dejó marcada. Es decir, Díaz ha procurado el consenso con la mayoría del gobierno frente a esa guerra abierta que mantienen la Ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra y la de Igualdad, Irene Montero.

Lo de Belarra, Secretaria General podemita, tiene su explicación en que aún no se ha enterado de que forma parte del Consejo de Ministros y, por tanto, no puede atacar y defender al mismo tiempo, ser gobierno y oposición simultáneamente; la justificación de la Ministra de Igualdad Montero es diferente: parece fruto de la soberbia pueril de creerse infalible en relación a la ley del “Sólo sí es sí”, cuando ha se ha constatado en su desarrollo como un rotundo fracaso. Conste: no porque no sea necesaria, sino porque no está bien diseñada tal y como evidencian los datos y las declaraciones de juristas como Manuela Carmena, poco sospechosa de ser adalid del ideario conservador radical. O eso se suponía hasta que la exalcaldesa madrileña cuestionó al tándem Belarra-Montero con la sensatez de quien ha sido juez ejerciente y desmontando su argumentario populista de huida hacia adelante. Bastó la discrepancia sensata para que Pablo la acusase de hacer el juego la derecha. Pero el culmen de este proceso de radicalización de Iglesias avanza sin control con su amenaza a Sánchez de que lo pagará si pacta modificaciones con la oposición, una vez asumidos desde la bancada socialista los errores y la necesidad de consenso en una ley primordial. Lamentablemente, se olvida Pablo de que el origen de ‘Podemos’ estuvo en el asambleísmo del 15M, en ese saber negociar para llegar a acuerdos de mayorías. Ahora, ya sin coleta, es otro: un paterfamilias ofuscado y faltón que no acepta que perdió la oportunidad de ayudar a cambiar España. Una especie de Hamlet agonizante que, obstinado, se revuelve furibundo negándose a aceptar su destino.

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