ALBERTO GRANADOS ESCRIBE EN SU FACEBOOK SU DOSIS DIARIA DE MUÑOZ MOLINA Y EL DÍA 5 DE FEBRERO ESTE ERA SU RELATO:

«Cuando yo me fui a vivir a Granada, en un otoño de hace veintitantos años, el tranvía de la sierra acababa de ser abolido. También acababan de cortar por entonces los árboles grandiosos de la avenida que se llamaba de Calvo Sotelo, pero éstos aún me había dado tiempo a verlos, en alguna de mis primeras visitas a la ciudad, de las que guardo una memoria inexacta de umbrías y veladores arrasados enseguida en beneficio del entusiasmo cateto por el asfalto y los motores de explosión.
 
No recuerdo el tranvía, pero mis amigos me han transmitido su nostalgia, y he visto fotos de los esbeltos vagones amarillos ascendiendo con una gracia suprema por las laderas de la sierra, con un delicado equilibrismo que tiene algo de la poesía urgente de lo tecnológico, de una tecnología más sabia aún porque se aventura en el espacio de la naturaleza sin dañarla, sin envenenar el aire ni destrozar el paisaje. No es verdad que el progreso humano sea incompatible con la preservación del medio natural: el tranvía de la sierra, igual que una casa en medio del campo o que el diseño geométrico de una huerta, era un signo admirable de la presencia humana, una muestra de la capacidad de los hombres para mejorar su vida en el mundo sin necesidad de destrozarlo. 
 
Durante mucho tiempo el tranvía perdido siguió teniendo en la ciudad una existencia fantasma. En algunas calles adoquinadas quedaba el brillo sinuoso de las vías, que se volvían resplandecientes bajo la luz de las farolas en las noches de lluvia, y entonces parecía posible que el tranvía surgiera al doblar una calle con el mismo sigilo con que se le ve aparecer en las cuestas de Lisboa, ciudad que debe por cierto una parte de su belleza a la preservación de los tranvías».
 
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