23 noviembre 2024

No acabo yo de entender la manía que tiene el personal a los okupas.

En una ciudad como Granada, con tanta vivienda vacía, con tanto piso deshabitado de vida y esperanza, los okupas desempeñan un papel trascendental: encender las noches de entusiasmo con el rule de los porros. Luego, que las consecuencias sean un incendio, o dos, no es algo que a ellos les afecte porque están contra el sistema, el capital, la propiedad privada y todas esas palabras utilizadas por los burgueses apesebrados que pagan los impuestos y tal. Porque, conste, que hay ocupas y okupas con k de keroseno. Unos son los ocupas que no pueden pagar la hipoteca, esos a los que les quitaron su hogar los mismos bancos que salvamos entre todos los españolitos con dinero público y se han tenido que refugiar para sobrevivir en esos bloques construidos al calor de la especulación. Esos sí son pobres invisibles a las estructuras de poder, salvo para destruirles el futuro golpe a golpe. Pero los que molan son los okupas marginales, los niñatos veinteañeros que dan una patada en la puerta, encienden un fuego con parte de la techumbre caída y, en media hora, incendian la madrugada para que luego la apaguen los bomberos jugándose la vida.

Que eso se produzca en la ladera de La Alhambra y resulte peligroso para las viviendas cercanas o para el monumento que lleva ahí casi siete siglos es irrelevante para ellos; un ósea, troncos, se siente, tíos, suele bastar. A veces, incluso, añaden un encogimiento de hombros mientras exhalan el humo del canuto compartido, para dejar más patente a nuestras fuerzas de seguridad que ellos no iban de mal rollo, que la culpa es del pegamento que han esnifado, que cada vez es de peor calidad y no coloca bien. Y, claro, en medio del barullo, la cosa se les ha ido de las manos porque hacía frío y la birra no bastaba para entrar en calor. La única posibilidad era hacer una fogata en mitad del salón de antaño.

Luego, si les ocurre algo a ellos, ya se buscarán responsabilidades: el concejal de Seguridad Ciudadana de turno que seguramente los desprecia, los de asuntos sociales que los ignoran, la lentitud policial, el clasismo granadí que no los protege… Cualquiera es culpable, exceptuándolos a ellos, naturalmente, porque no les hemos dado oportunidad de integrarse en la sociedad del bienestar, de encontrar un subsidio, porque de abrirse camino desde abajo levantándose a las seis de la mañana mejor ni hablamos.

Se olvidará entonces que han okupado cuevas con amenaza de derrumbe en el Cerro de San Miguel (ése que se quemó hace no tanto) o bien casas semiderruidas en la ladera alhambreña; que montan botellones sin control, que en cuanto los sacan de una vivienda a la que han roto el candado, se van a la de al lado para repetir la hazaña. Un desalojo implica otra okupación, ya lo aclaran las pintadas en edificios BIC. Y esto no es ideología para ellos: es un modo entretenido para pasar el rato. Da igual la angustia vecinal o la inseguridad que crean (tirones, robos con navaja, amenazas que convierten zonas enteras en guetos…). Aquí nadie parece que vaya a animarse a proponer soluciones hasta que las llamas no se acerquen lo suficiente a la Torre de la Vela.

FOTO: Casa ardiendo a los pies de la Alhambra | Foto y vídeo: Twitter/@pilarbellver