«Amor y morriña (Theodor Kallifatides)» por Alberto Granados
Tenía yo curiosidad por leer algo de Theodor Kallifatides, el griego emigrado a Suecia y los Reyes Magos me trajeron su última novela publicada en España: Amor y Morriña (Galaxia Gutenberg, octubre de 2022, 221 páginas, traducida del sueco por Carmen Montes Cano y Eva Gamundi Alcaide).
Leída en unas 72 horas, hubiera pasado por otra novela más de iniciación o de amores imposibles o incluso por una fotonovela de peluquería, pero la prosa del autor, la amenidad del relato y el conjugar perfectamente los elementos narrativos de la trama con los planteamientos éticos la convierten en algo mucho más sólido que las simple novelas de iniciación al uso. Pensaba que la última novela de amores imposibles era Travesuras de la Niña Mala, de Vargas Llosa y este autor demuestra que es un campo argumental inagotable. He sentido que no era yo, el lector, quien tiraba del hilo, sino que la novela me engullía y era quien buscaba los ratos libres para tirar de mí, una sensación muy grata para mis aficiones lectoras.
Kallifatides nos presenta un microcosmos, el de una residencia de estudiantes en Estocolmo durante los sesenta o setenta (da leves pistas sobre la guerra de Vietnam o la inminencia del golpe de los coroneles). Allí confluyen Christo, un emigrante griego y pobre, tal vez el trasunto del propio autor, Thanasis (igualmente, griego, pero con mayor capacidad económica), y el matrimonio formado por Matías y Rania, que tienen una niña pequeña. Cada uno se dedica a sus estudios (Christo estudia filosofía e intenta presentar una tesina sobre el concepto de catarsis en Aristóteles; Thanasis estudia empresariales y lo hace con ahínco, Matías trabaja como diseñador y Rania, su esposa, estudia algo equivalente a nuestras Bellas Artes, destacando en fotografía.
Christo ve a la chica salir semidesnuda de la sauna y queda fascinado. No sabe si es amor o una desmedida pasión sexual, pero no encuentra la paz, pese al desahogo verbal con el racionalista Thanasis, que le hace ver que no tiene derecho a interferir en una relación consolidada y con una hija pequeña. Pese a la búsqueda del equilibrio, el protagonista no encuentra la catarsis aristotélica sobre la que intenta escribir su trabajo académico, en el que ha dejado de creer. ¿Qué catarsis puede describir alguien que vive en un mundo de celos, deseo, angustia y sensación de culpabilidad?
Va conociendo a personas que hacen frente a sus vidas como buenamente pueden. Encuentra la comprensión de varias mujeres, al tiempo que descubre los engaños del adulterio, la pena de quienes se sienten traicionados, el gozo de la entrega amorosa, la muerte de sus padres, la lejanía de su tierra y sus costumbres, y en definitiva, se inicia en la vida adulta, la de cualquier hombre que goza y sufre o convierte su vida en pura contradicción. El conjunto supera con creces lo que se puede esperar de la suma de sus elementos: la novela iniciática, la fotonovela o la novela de amoríos tempestuosos y eso es indudable mérito del narrador.
Un acierto la creación del personaje Rania, una mujer que quiere ser libre pese a todos sus condicionantes, con los que estaría dispuesta a luchar si no fuera por tener un marido y una niña, cuyo universo no puede romper en pedazos. En un momento del relato dice: “Estoy harta de ser siempre de alguien: la hija de, la mujer de, la amante de, la madre de… ¿Cuándo voy a poder ser yo misma, sin condicionantes?”
Si la narración resulta amenísima y ligera, el tratamiento de los conflictos humanos de la extensa galería de personajes complementarios, de los sufrimientos del amor, de la consolidación de un sistema ético adulto lleno de coherencia y honesto, que le exigirá nuevas renuncias, está tratado con sutileza, usando refranes griegos llenos de lirismo o versos de Kavafis y Seferis, junto a los postulados aristotélicos y platónicos.
Me ha hecho gracia el uso de erotismo cómplice que hacen dos personajes del adverbio “concretamente”. El desenlace es agridulce, que es la única salida que el relato admite.