«Carmen la de Ronda. Entre el mito y la historia» por Alberto Granados

Los viajeros románticos que visitaron España contribuyeron a fijar una imagen falsa y llena de tópicos que aún se notan en algunas producciones cinematográficas cuyos guionistas no se han tomado la molestia de documentarse sobre nuestra realidad.

Uno de esos tópicos, convertido en mito universal, es el de Carmen la de Ronda, la mujer fatal que juega con sus amantes confiada en sus artes de seducción. El personaje salió de la pluma de Prosper Mérimée en una novela corta que fue publicada en 1847. El autor aseguró que la historia en que se basa la oyó en los salones granadinos de la Condesa de Montijo, Dª María Manuela Kirpatrick. En la breve novela, Mérimée convierte a su protagonista en una joven gitana.

Asentado el mito, Bizet compuso su ópera Carmen, estrenada en París en 1875. Algunas de sus composiciones consiguieron rápidamente una enorme popularidad (La Habanera, por ejemplo), lo que afianzó al personaje, que se universalizó, convertida en arquetipo literario. Se trata de una mujer de clase humilde, poco ilustrada, que ha aprendido a sobrevivir con el conocimiento de los estragos que su belleza ocasiona en los hombres, de cuyo deseo está dispuesta a sacar partido. Una buscona, en definitiva, que hace de los hombres verdaderos peleles.

El personaje tenía algo morboso, justamente lo que se convirtió en su mayor atractivo. La aparición del cine trajo consigo bastantes revisiones del mito, ya desde la época muda, pasando por una versión afroamericana (Carmen Jones,de Otto Preminger, 1954), convertida en ballet (Carmen, Carlos Saura, 1983) o la versión de Vicente Aranda (2003), que explota la sensual belleza de Paz Vega.

Sin embargo, la realidad del personaje fue bien distinta. El pasado noviembre se presentó en Ronda el último libro del historiador asentado en Granada Francisco Luis Díaz Torrejón, Carmen la de Ronda. Entre el mito y la historia, (Ed. La Serranía, Ronda, noviembre de 2022). En Granada, la presentación fue el pasado 10 de febrero, en el Centro Artístico, donde yo hice de gustoso presentador.

Se trata de un libro del que hace años conocí el planteamiento general por boca del propio autor, mi contertulio y amigo de las amenas charlas de los sábados en el hotel Juan Miguel. Allí nos contó cómo había encontrado un hilo del que tirar para conocer la realidad de aquella mujer rondeña que, por amor, provoca la deserción de un suboficial del ejército napoleónico y su heroísmo al desactivar las cargas y mechas que los franceses habían dejado preparadas para volar la ciudad.

Y aquel hilo del que tiró el autor ha ido encontrando documentación en diversas fuentes, lo que ha permitido establecer la identidad y buena parte de la peripecia vital del francés enamorado y de su joven esposa, que se llamó en realidad Isabel y que podría cantar perfectamente la copla de Carmen Sevilla Carmen de España, que desmentía la fama de devora-hombres del personaje de Mérimée y Bizet. Es curioso que Carmen Sevilla, en pleno franquismo, intentara deshacer la mala fama de Carmen, para adecuarla al modelo de mujer española que quería la Sección Femenina:

Pero no es verdad la historia
que de mi escribió un francés
al que haría pepitoria
si yo lo volviese a ver:
iba a servirme de camafeo
si atravesara los Pirineos.

Carmen de España…manola
Carmen de España…valiente
Carmen con bata de cola
pero cristiana y decente.

          El perfil de la copla se ajusta mucho más a la realidad de la mujer de carne y hueso que Díaz Torrejón ha retratado, hasta donde ha podido, pues a lo largo de su libro se queja varias veces de que el hilo de su investigación se pierde más de una vez porque los archivos rondeños fueron saqueados y destruidos durante la guerra civil.

          La reconstrucción del historiador combina la más rigurosa sistemática historiográfica con la fértil imaginación que formula hipótesis, deslindando honestamente los hechos probados de los idealizados en su reconstrucción literaria. De esta forma, los archivos demuestran que el suboficial francés, tras ocultarse para evitar el regreso a un ejército en retirada y el alejamiento de Isabel, se queda en Ronda y evita la voladura retardada de las principales fortificaciones. Convertido en héroe declara que se ha quedado porque ama a una adolescente de catorce años. También está probado que se le concede una recompensa que pierde cuando lo atracan en las anfractuosidades de la serranía, algo muy común en aquella España que pasa hambre y favorece el bandolerismo. De igual forma se comprueba que pasa a formar parte de una fuerza armada que vigila el contrabando, y que durante el trienio liberal pierde dicho empleo por lo que abre un pequeño telar familiar con el que malviven su mujer, él y dos hijos habidos del matrimonio. Díaz Torrejón especula con la ideología: el francés es un relista devoto de Napoleón y del absolutismo, por lo que tan pronto como Fernando VII deja sin vigor la Constitución liberal de 1812, vuelve a alistarse a las órdenes del ejército que persigue a los liberales, el mismo que fusila a Rafael Riego.

          En cualquier caso, Pedro Depa (ese es el nombre con que aparece desde que abandona el ejército napoleónico) regresa a su vida de miseria, de indigencia casi, en Ronda hasta que, sin que se haya podido averiguar la causa, desaparece de los censos definitivamente. ¿Una de las epidemias de cólera lo ha fulminado? Isabel, su esposa y trasunto de la Carmen de Mérimée, aparece tiempo después en una paupérrima corrala de la Málaga de las últimas décadas del s. XIX y sigue en la más amarga pobreza, hasta que muere en un hospital de caridad. Una biografía triste que no tiene nada que ver con la desenvoltura del personaje literario y operístico que los dos autores franceses crearon.

          Francisco Luis Díaz Torrejón hace un libro rigurosamente historiográfico, al que añade una versión imaginaria de los hechos no constatables documentalmente. Mezcla, con ello, historia y ficción. Ya conocíamos la capacidad literaria del historiador, que despliega una amenísima prosa en todos sus libros, incluso en los pasajes más documentados y exactos. A la doble labor de historiador y prosista, casi novelista, hay que agradecerle la de desmitificador de una figura universal.

          Mostrar la verdad oculta tras un mito universal implica una valentía heroica. Basta con extrapolar la situación: imaginemos que un investigador encuentra de manera fortuita documentación fehaciente sobre la verdadera identidad del hidalgo manchego don Alonso Quijano, y que esos datos no concuerdan con la biografía novelada que creó Cervantes para su personaje inmortal: el hidalgo podría ser un manchego mezquino sin una sola idea caballeresca ni la menor pulsión justiciera. Podría ir siempre a lo suyo, sin pensar jamás en desfacer entuertos ni imponer su justicia. Sería echar abajo toda una realidad teórica sobre la que hemos asentado nuestro pensamiento occidental y el propio hidalgo se quedaría en un personaje más, nunca en arquetipo literario.

Algo similar supone el enorme reto que ha afrontado nuestro autor, con este libro  que se centra en la humanidad del personaje real, frente a los oropeles exóticos de la novelita romántica de Prosper Mérimée, o al mito racial de la cigarrera sevillana, promiscua y perversa, la perdición de los hombres, según el universo de la copla, un esquema abiertamente misógino que culpabiliza a la mujer de todos los desvaríos del hombre, ya desde el relato bíblico de la pérdida de la inocencia y de las ventajas de habitar ni más ni menos que en el Edén. Carmen la de Ronda, o Isabel,  es solo una víctima más de la Historia que nunca salió de la pobreza, ni murió asesinada por un amante celoso, ni tuvo el glamour culpable de los personajes que fue generando. Descubrirnos la humilde verdad de una mujer normal, es sin duda, la gran vuelta de tuerca, el indiscutible mérito del libro de Díaz Torrejón, al que deseo mucho éxito y una larga trayectoria editorial.

Alberto Granados

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