24 noviembre 2024

Quiso llegar a viejo con una libretilla y periodista hasta el final. Contribuyó a la formación de la conciencia andaluza, a la evolución de la línea editorial de los medios en la Transición y a la popularización y divulgación de figuras como Federico García Lorca

Antonio Ramos Espejo (Alhama, 1943-2023) no quería ser periodista. Le seducía la leyenda de su tío aventurero que abrió el Gran Cine de la calle Honkow y el Victoria de la calle Haning, donde tenía sus oficinas en China la ‘Ramos Amusement Corporation’. Puede que quisiera ser director de cine o poeta, pero inicialmente no se le pasó por la cabeza convertirse en reportero: «El periodismo es una circunstancia que se te aparece en tu vida: te tienta, te atrae y te atrapa». Como le gustaba decir parafraseando a Indro Montanelli, el oficio se le posó encima con las alas del destino.

En el colegio de Santa Cruz la Real de Granada aporreaba un cartón para simular que escribía a máquina, en una redacción improvisada donde Manuel Franco Morales imitaba a Matías Prats. Todas las tardes se rezaba el Rosario y, después, Radio Granada conectaba en directo con el colegio de los dominicos. Así empezó todo.

Hasta que el pasado sábado 25 de febrero, en la antesala de otro Día de Andalucía, se cerró el álbum de un alhameño que quería llegar a viejo con su libretilla, «reportero hasta el final». En las hojas están los albañiles muertos de la avenida de la Constitución de Granada en la huelga de 1970; el estudiante Javier Verdejo pidiendo pan y trabajo en un muro del Zapillo, en Almería, antes de caer abatido a tiros; el hijo de Blas Infante buscándose la vida como emigrante en Holanda; Angelina Cordobilla con el último plato caliente para Federico García Lorca en la mano antes de que lo fusilaran. Antonio Ramos con el escudo de Andalucía en el Dyane 6 o pegando carteles del homenaje del Cinco a las Cinco en Fuente Vaqueros, la primera media hora de libertad en una Granada donde todavía retumbaba el eco de los palos. Y en la penúltima página, una nota manuscrita de Antonio: «Retomemos la historia antes de que, haciendo dejación de nuestras propias responsabilidades, permitamos que, como en cualquier lugar del universo, nos arrastre esta ola que unifica, manipula y oscurece a los pueblos. Estamos obligados a escribir nuestro propio guion de rebeldes con causa y a correr, otra vez, la aventura arriesgada de ser políticamente incorrectos».

«Dio voz a los que no suelen aparecer. Su misión fue contar buenas historias como jamás antes nadie las hubiera contado»

Periodista hasta que la memoria se le hizo sombra. Que empezó en 1968, cuando asomó por la redacción del diario ‘Sol de España’. Medio siglo de la crónica de un pueblo. Heredero de grandes reporteros, desde ‘Azorín’ a Vázquez Montalbán, que asumieron la misión de recuperar los objetivos más nobles del periodismo: «El orgullo de ser los primeros en el eslabón de la historia. No habrá prensa sin noticias. Y no habrá periódicos sin vosotros, sin el alma de los reporteros».

En 1970 se traslada a Roma, donde alterna los estudios de Filosofía con su trabajo en la delegación de la Agencia EFE, dirigida entonces por Melchor Saiz-Pardo. Algunas noches cuidaba a sus niños para que Melchor saliera a cenar con su mujer. Siempre se admiraron y respetaron. De su mano regresa a Granada y se incorpora en 1972 a la redacción de IDEAL, donde Antonio Ramos desarrollará su amplia labor como reportero, acompañado habitualmente por Ricardo Martín Morales.

Busca a los maquis en Cataluña, donde alhameños y andaluces se marchan para ganarse la vida cuando en el sur no hay ni pan ni trabajo. Allí encuentra a ‘el Polopero’, un maqui de Agrón, y a Andrés Molina, guerrillero de Salar. Recorre «las Alpujarras del silencio», las cuevas, una «Andalucía de paraísos y tragedias». Siempre en el camino. «En su larga travesía, el periodista apenas tiene tiempo para pensar, siempre con las maletas cargadas de datos e historias, en un orden a veces caótico, disperso, con bandera libre, esperando el momento justo para atracar en un puerto y descargar ese equipaje que lleva la marca de identidad de su gente». Gente como Adela, una gitana de Huéscar que tiene casi un siglo y pesa 25 kilos; la fumadora más vieja de toda Andalucía a la que aún daba vergüenza prender un cigarrillo delante de los hombres. Firma la primera información sobre las caras de Bélmez y la entrañable María Gómez, a la que el enigmático busto se le había representado mientras guisaba. Da charlas a sus personajes, como ‘Azorín’ a los obreros de la ‘Andalucía trágica’. A Tita, la viuda del municipal gitano de Baza que había escrito mil versos en honor a Franco y que recibía un duro diario con carácter vitalicio por dedicarles loas a su alcalde. Eduardo Zafra Bella, de 70 años, un hombre que cada vez que le nombraban a Descartes se echaba a llorar; o la de aquel otro que vivió durante 17 años en el monte porque el humo dañaba su muela divina. ‘El Gorrión’, un hombre «primitivo» que solo salió de la Sierra de Abla en la guerra o cuando le metieron en la cárcel, con el que acaba bebiendo vino y comiendo migas con las manos. El reportero que estuvo a punto de acabar de padrino de un hijo de ‘el Lute’.

El periodista emigrante que se marcha con los jornaleros a Frankfurt, a la vendimia manchega, al País Vasco y a Cataluña. Crónicas en las que cuenta la vida de los ‘gastarbeiter’, los inmigrantes que se dejaban la espalda y las manos en las fábricas alemanas. Como Manuel ‘El Recovero’, que antes de terminar en Alemania vendía gallinas por los cortijos del sur de España. Eran los años en los que los andaluces se iban en tromba a Cataluña, donde el Barrio Chino se convirtió en un segundo Marsella.

Díalogos de urgencia

En 1975 publica la serie ‘Diálogos de urgencia’, donde está presente «una defensa más consciente de lo que es el sur» y colabora a la formación de la conciencia del andalucismo. Y también es de ese año la serie ‘Conversaciones en torno a la muerte de García Lorca’, por donde pasaron Vila San Juan –que había ganado el premio Planeta con una teoría peculiar sobre la muerte del poeta—, Gerald Brenan, Antonina Rodrigo y Angelina, la criada que llevó la comida a Federico horas antes de morir. Se habla por primera vez en IDEAL y en el periodismo andaluz abiertamente de la muerte del poeta con una estrategia meditada. El entonces director, Melchor Saiz-Pardo, recordaba ese aperturismo en un momento aún comprometido: «En Granada el tema de Lorca estaba en las conversaciones, era una herida abierta, una mala conciencia de los granadinos ver cómo un poeta como García Lorca había sido asesinado en su propia tierra natal. Era una preocupación nuestra y estábamos con la gente porque empezamos a conectar con estratos sociales que no habían conectado nunca con el periódico. El mérito fue coger ese tema que estaba en la calle y sacarlo con las buenas maneras profesionales que lo hizo Antonio Ramos, con una gran documentación, con una gran sensibilidad y con un gran equilibrio, y desde el punto de vista literario magnífico». Las mismas líneas de trabajo las llevaría después a ‘Diario de Granada’, ‘Córdoba’ o ‘El Correo de Andalucía’.

Antonio Ramos dio voz a los que no suelen aparecer en los diarios. Su misión fue contar buenas historias como jamás antes nadie las hubiera contado. El periodista que no quiso ser periodista y que pronto se ganó los pantalones de estambre; esos que Tom Wolfe contaba que merecían los reporteros del ‘New Yorker’ que firmaban grandes historias. Un maestro humilde en una profesión sembrada de egos.

Quico Chirino

FOTO: Antonio Ramos Espejo, en un barco de pesca durante un reportaje a principios de los ochenta. Ideal

https://www.ideal.es/culturas/quico-chirino-antonio-ramos-reportero-pasaporte-andaluz-20230228010309-nt.html