«Crónica de un sueño. En recuerdo de Antonio Ramos Espejo» por Alberto Granados

Quienes compramos El País el 28 de febrero de 2000, encontramos dentro un libro de difusión gratuita, probablemente pagado por la Junta, en que, para celebrar el Día de Andalucía, se hacía un recorrido, entre histórico y sentimental, de la transición en nuestra tierra: Crónica de un sueño. Memoria de la Transición Democrática en Andalucía (1973-83). Aparecía El País, como editor y en cada provincia andaluza tuvo un título y unos autores diferentes.

Esta pasada festividad cívica, lo desempolvé y, al abrirlo y mirar el índice, me encontré que para hablar de 1975, el recientemente fallecido Antonio Ramos Espejo incluyó un artículo, La agonía, en que hacía un retrato exacto de la comunidad autónoma y de la Granada de entonces. Me dejé llevar y lo revisé. ¡Qué malas faenas nos gasta la memoria! Recordaba muchas de las cosas de que habla el texto, pero el paso de los años había borrado por completo de mi memoria muchos nombres y algunas situaciones que en su momento me produjeron una verdadera reacción anímica, de entusiasmo o de rechazo. Y esos recuerdos me trajeron otros y otros.

Confieso no haber sido nunca demasiado autonomista y mucho menos, andalucista. Una cosa es descentralizar la administración de un estado y otra organizar diecisiete satrapías (Muñoz Molina, suele llamar a nuestras comunidades con este apelativo), estancas entre sí, muy encantadas de un pasado y una tradición, históricos o creados ad hoc, al que sublimar en falso, y muy distintas de la deriva por la que nos lleva la sociedad, que tiende cada vez más al agrupamiento en organizaciones más extensas, mientras las autonomías parecen mirarse su propio ombligo.

Me pareció un artículo demasiado largo para un blog, pero después pensé que tenía un denso contenido histórico que solo recordamos, y con lagunas, los que ya llevamos acumulada demasiada juventud. Por ese motivo y como recuerdo a la figura de Ramos Espejo, lo traigo hoy a este blog:

Antonio Ramos Espejo, La agonía

Noté que se apoyaba en un coche con la mano temblorosa y la mira­da cansada. No había nacido para mártir, sino para jornalero o peón de la construcción, lo que constituía un martirologio, aún más grave que predicar en tierra de infieles y vérselas con jalifas y mandarines. Y, sin embargo, su carrera evolucionó hacia un sacrificio peor, que con­llevaría malos tratos, multas y entradas y salidas de la cárcel. Me quedé observando, a cierta distancia, a aquel hombre de edad madura hasta comprobar que se trataba, efectivamente, de Paco Portillo. Su carrera volvía a ser como siempre, la de un asalariado en las escalas inferiores del mercado, de guardacoches del parking del Palacio de Exposiciones y Congresos de Granada. «Aquí me tienes», me dice con una mueca de sonrisa nerviosa. Me recordó después nuestro primer encuentro. Fue antes de este año de la agonía interminable cuando entró en mi casa fingiendo ser vendedor de libros, su coartada, para sincerarse después y aclarar que era el secretario general del Partido Comunista de España en Granada, que le habían seguido hasta allí los de la brigada social, que lo sentía mucho pero que quería contactar conmigo como redac­tor deIdeal, para que el periódico de la Editorial Católica tuviera en cuenta la voz de los comunistas. Entonces me recordó la necesidad de salir de las catacumbas en aquella Granada de puño férreo, tristemen­te famosa por la espiral de represión que seguía practicando el fran­quismo a través de los herederos de los que habían cometido el asesi­nato de García Lorca en el verano de 1936, y de aquellos otros que ordenaron disparar contra los obreros que en el verano de 1970 pedían un aumento salarial. Cayeron tres albañiles muertos. Otra vez, recor­dando a Antonio Machado, el crimen fue en Granada.

LARGO TÚNEL

Nos encontramos ya recorriendo ese largo túnel del año de la agonía. Hay una España vestida de azul, condecorada y con patentes de corso, Soficos y Matesas, nacional católica, de Franco y de monseñor José María Escrivá de Balaguer, de José Antonio Girón de Velasco y de Carlos Arias Navarro; otra España sueña con ver la luz y recuperar el tiempo perdido. Carrillo, desde Francia, al frente de la Junta Democrática, y Felipe González, el joven líder socialista, que ha trasladado su residencia de Sevilla, desde primeros de año, a un pisito de Madrid, donde despliega la tarea no sólo de organizar a viejos y nuevos socialislas, sino de participar en la creación de la Plataforma de Convergencia Democrática. La oposición tiene de su parte a la otra Iglesia que le abre los templos y cuenta en sus filas a miles de políticos, estudiantes, profesionales, sindicalistas, militares rebeldes, que están multados o en las cárceles. Como los que figuran en el sumario del «1.001»: Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, etc., y sus compañeros sevillanos en Carabanchel, Francisco Acosta, Fernando Soto y Eduardo Saborido. Abogados laboralistas que no dan abasto, ¡lustres letrados que se arriesgan a defender a los empapelados por el régimen y que, además, se sienten obligados, como Adolfo Cuéllar, a declarar sobre su condición política: «En tiempos, estuve adscrito a un pequeño grupo político constituido, de hecho, por Manuel Jiménez Fernández, cuyo ideario podría ser de izquierda demócrata cristiana. Yo soy católico y procedo de Acción Católica, en la que tuve un curio­so incidente a cuenta del baile, cuando fue prohibido por el cardenal Segura. Lo cierto es que yo, que no sabía bailar, me pasé un mal rato por defender el baile». ¡Qué tremendo el cardenal Segura! Franco y él no cabían en el mismo palio, los dos eran poder, los dos Iglesia Católica Apostólica Romana; pero el cardenal los ponía encima de la mesa para enseñarle al dictador que para mando el de su Iglesia. Sin embargo, cuando el arzobispo cardenal muere en 1957, Franco, con la excusa de honrarlo, colocó al prelado bajo jurisdicción militar al decretar para sus honras fúnebres honores de capitán general con mando en plaza. Ya no son sólo los obreros y los intelectuales, a los que los comunistas unen como las fuerzas del trabajo y la cultura. Los estudiantes que se encierran en las aulas, con graves conflictos en las de Sevilla tomadas en el mes de febrero por dos mil estudiantes; seguirían manifestaciones con incidentes, cierre de la Universidad y dolores de cabeza para su rector, Manuel Clavero Arévalo, al que el destino le reservaría una brillante carrera política.

La oposición logra abrir dos brechas importantes: la primera con el éxito de la Unión Militar Democrática (UMD), que se extiende por los cuarteles con la llamada rebelión de los capitanes; y la segunda, la huelga convocada por los actores. Nada menos que la farándula, que para sorpresa del dictador también parece decantarse del otro lado de la frontera, como esos demonios comunistas y masones que agravan sus dolores flebíticos y cuestionan los poderes mágicos del brazo incorrupto de santa Teresa que guarda en la alcobapara que lo pre­serve del maligno. El 9 de febrero son detenidos los actores Tina Sainz, Enriqueta Carballeira, José Carlos Plaza,Daniel Dicenta, Pedro Mari Sánchez, etc.Algunos de ellos sufren pena de cárcel.  La rebelión se le desmadra al régimen además del importante número de actores que la secundan, como Lola Flores, Manolo Escobar o Sara Montiel.

Los periódicos del régimen se emplearán desde entonces en combatir a estos artistas, dedicando especial atención a Sara Montiel: «Era demócrata antes de El último Cuplé, durante y lo he seguido siendo después. Y mis éxitos no se los debo a nadie; sólo yo sé lo que me ha costado obtenerlos y los impedimentos que he tenido que superar hasta por detalles tan irrisorios como los escotes de mis vestidos, ya que mi busto era considerado pecaminoso, y me consta que en cier­tos centros se advertía del peligro en que podían caer (¡pecado mor­tal!) aquellos que fueran a ver mis películas. ¡País!».

Para la prensa es un año de afinidades o de choques. El TOP del magis­trado Rafael Gómez Chaparro hace estragos. Unos periodistas acaban en la cárcel, otros son multados; otros, como en el caso del sudameri­cano Joaquín Mejías, casado con una granadina, y padre de cuatro hijos, es expulsado de España porque a unos cacicones de Granada no les gusta la línea informativa de la revista Granada semanal. Cuando el TOP no actúa, los guerrilleros de Cristo Rey se toman la justicia por su mano, propinando una paliza de muerte en Madrid al periodista almeriense José Antonio Martínez Soler, director de la revista Doblón, que había osado publicar un reportaje sobre el ejército. Para los fieles servidores de la cruz y la espada el derecho de réplica, ni gaitas, arro­pados desde arriba, presumen de tatuaje en la piel y exhiben cadenas y pistolas como santo y seña de los nuevos chulos del régimen. Los aires de libertad en la prensa se consiguen con cuentagotas y en algu­nos casos ni tan siquiera eso. Es cerrado Sol de España, el periódico malagueño, por una información sobre el “León de Fuengirola», José Antonio Girón de Velasco, al parecer metido en una oscura operación para hacerse con el poder antes de que Franco muera. Era director en funciones Rafael de Loma y redactor jefe, Juan de Dios Mellado. La revista Cambio 16, imprescindible en aquellos años, de la mano de Juan Tomás Salas, José Oneto, Román Orozco, Miguel Angel Aguilar, Federico Ysart, José Manuel Arija, Carmen Rico Godoy, y en Andalucía, Juan de Dios Mellado y Antonio Guerra convierten a la publicación en clave para entender el cambio que estaba ya a las puertas. Secuestros, multas y amenazas son casi permanentes.

La revista Triunfo, dirigida entonces por José Ángel Ezcurra, varias veces sancionada, es otro de los estandartes de la oposición contra el régimen con las firmas de Eduardo Haro Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán, los andaluces Víctor Márquez Reviriego, Antonio Burgos, etc. Y el psiquiatra y analista político, José Aumente, que publica el artículo “¿Estamos preparados para el cambio?» (Triunfo: n° 656, 26 de abril). El régimen se dispone a darle una lección justiciera a la publicación hostil: secuestro de ese número y sumario abierto para depurar responsabilidades, que se saldarían con la máxima sanción de cuatro meses de suspensión de la publicación y dos severas multas, a Jsé Aumente como autor y a Ezcurra como director. Pepe Aumente, que comenzaba ya a liderar ideológicamente el nuevo andalucismo, se convierte en un referente nacional, como Carlos Castilla del Pino y Antonio Gala desde esta Córdoba califal, que se dispone a dar la últi­ma batalla al franquismo desde la plataforma del Círculo Juan XXIII, con el abogado y defensor de los derechos humanos, Joaquín Mar­tínez Bjorkman, el abogado Rafael Sarazá, Balbino Povedano, Rafael Vallejo, Jaime Loring, Paco Martín, liberales como Carmelo Casaño, en línea directa ya con el «Grupo Libra» de Joaquín Garrigues Walker y Soledad Becerril, etc. Se prepara ya el desembarco del vivero de profesores comunistas de Montilla, donde Julio Anguita experimenta, como Pablo de Tarso, una conversión radical y sincera, de judeocristiano a marxista-leninista. Cordobeses que van y que vienen en este trasvase histórico que aupará a unos al poder y a otros al reino de las sombras, como a estos dos ministros de Franco, el educado Cabello de Alba y José Solis Ruiz, la sonrisa del régimen.

REINO DE PENUMBRAS

Pero todavía estamos en el reino de las penumbras, donde quieren mantener al profesor don Alfonso de Cossío y del Corral, catedrático de Derecho Civil, al que le retiran el pasaporte para que no acuda a          Estrasburgo. Víctima de la intransigencia, el ex decano del Colegio de Abogados recibe un homenaje de sus compañeros en. «Si a don Alfonso de Cossío le quitan el pasaporte —se decia la  la gente que en Sevilla está en el ajo del cambio democrático— ¿a quien se lo van a dejar?, escribe  Antonio Burgos en Triunfo. También a don Ramón Carande catedrático de Hacienda, de 88 años, se le veta para ser doctor honoris causa por la Universidad de Madrid; y,  como respuesta, los estudiantes de la Universidad de Sevilla le organizan un acto de desagravio.

A unos les quitan el pasaporte, a otros los confinan, como a Alejandro Rojas M arcos, que lo destierran a Écija, desde donde tiene más tiempo para preparar, junto con Luis Uruñuela en Sevilla y Miguel Ángel Arredonda en Màlaga, la salida de las cavernas andalucistas en las que han logrado sobrevivir los históricos Juan Álvarez Ossorio, Emilio Lemos y Rodríguez Aguilar. Los políticos con más visión de futuro van descubriendo sus cartas, definiendo posiciones partidarias o indepen­dientes pero de clara oposición. La Junta Democrática lanza su Ma­nifiesto de la Reconciliación. Son mensajes que van calando en el teji­do social de una población que permanece callada, que tiene miedo, pero que está muy atenta a los cambios. La reconciliación a la herida de las dos Españas tendrá necesariamente que imponerse. Sor Clara Vinuesa, que es la madre superiora del convento de San Diego, de Alhama de Granada, me abriría años después las rejas de la clausura para decirme: «En nuestro pueblo la transición se hizo pacíficamente gracias a Marín». Por Marín, zapatero de profesión, portero del con­vento, secretario local del PCE, responde Salvador Fernández Pavón.

La primavera andaluza produce los grandes sarpullidos. Andalucía es un hervidero. Se intensifican las manifestaciones, las persecuciones de los policías contra estudiantes, profesores, obreros, todos preparados para correr los cien metros lisos y librarse de las porras, de las balas perdidas, lo mismo en Granada, con los Portillo, Terriente, Verdejo, Cid la Rosa, María Izquierdo, Díaz Sol, Mariló; los peteneros de Roberto Mayoral y Enrique Cobo; los libertarios de García Rúa, los poetas García Ladrón de Guevara y Antonio Carvajal; que en Sevilla, con el superclandestino Manuel Benítez Rufo, los Pérez Royo, Amparo Rubiales, Aristu, Pina López Gay, etcétera. En Jaén, se reorganizan los discípulos de Fernández Torres, su hijo Fernández Malo, y los comunistas de Ignacio Gallego, todavía en el destierro, con Felipe Alcaraz, los Anguita Peragón, etcétera. En Huelva, el socialista Navarrete es un referente obligado, como Juan Ceada, que sería un año después carne de presidio. Los abogados laboralistas no dan abasto, lo mismo los del despacho de Felipe González en Sevilla, con Rafael Escuredo, Ana María Ruiz Tagle o Manuel Chaves; los de Filomeno Aparicio en Córdoba; que los de otros despachos repartidos por Andalucía, en los que no sólo se defiende a los trabajadores, sino que se redactan comunicados y se capta para su causa a los periodistas que se atreven ya a escribir entre líneas sobre un conflicto laboral o dar cuenta de una manifestación en la que la policía ha repartido palos y practicando detenciones , de las que la autoridad gubernativa informa siempre falseando la realidad. Y lo mismo los curas que entran en acción.

Hay ya dos iglesias: la de Marcelo González Martín, la del régimen y los guerrilleros de Cristo Rey; y la de Tarancón.

En la diócesis de Córdoba, Cirarda se resiste a abrir los templos para que la policía se lleve a los encerrados. Los curas son carne de cañón de las multas, fuertes sanciones económicas a sacerdotes del Campo de Gibraltar (Avelino González, Ramón Pérez, Manuel Gaitero…); en Málaga José María González Ruiz lidera la oposición eclesial contra la imagen prostituida de Andalucía en la Costa del Sol; Esteban Ramírez influye en los nuevos sacerdotes desde la dirección de Cáritas en Jaén; Elías Alcalde en el Llano de Zafarraya, Rodríguez Quirantes en la Alpujarra, y tantos otros que aparecen como aliados imprescindibles en la defensa de las libertades y de los derechos humanos.

CURAS «ROJOS»

Pero es en Granada donde la alianza de las Hermandades Obreras Católicas (HOAC), con CCOO y otros sectores de la Iglesia, pondrá en jaque al nuevo gobernador, José Manuel Menéndez-Manjón y Sancho-Miñano, así, con todos sus apellidos, que jura con el traje oscuro de falangista en sustitución del Leyva Rey, más conocido por Carateja, ascendido al gobierno de Sevilla, tras haber aprobado el máster en represión que había hecho en la ciudad de la Alhambra. Se intensifican los encierros de trabajadores contra las alar­mantes cifras de paro. Destaca la ocupación de la Curia por 35 traba­jadores, entre ellos los hermanos Cervilla, Luis Gálvez…, además de los sacerdotes Antonio Quitián, Ángel Aguado y el jesuíta José Godoy, El Pope, fundador de Solidaridad Andaluza. El arzobispo de Granada, monseñor Benavent Escuin, soporta las críticas del Gobierno por con­sentir el encierro. Aquí entra de nuevo Paco Portillo en escena, cuan­do en los alrededores de la Curia lanza unas octavillas que contienen las reivindicaciones laborales de los encerrados. Portillo es el primero en desfilar hacia la cárcel fría de Granada. Aunque el arzobispo no da su consentimiento, la policía entra en la Curia. Amanece el día de la Cruz. Qué cruz esta que padecen siete de los líderes del encierro. Multas que ascienden a cinco millones de pesetas. Entran en acción los abogados, Jerónimo Páez y Antonio Jiménez Blanco —fundadores del Club Larra, plataforma fundamental para entender la transición en Granada—; Luis González-Palencia, el despacho de Miguel Fernández-Aceytuno…, mientras Fermina Puerta, sor Encarnación y Antonio Lozano, el gitano de oro que predicaba la no violencia, y otros muchos militantes de la solidaridad recaudan fondos, y Bruno Alcaraz envía las listas de los detenidos a Amnistía Internacional. Cárcel para los cabe­cillas principales, entre los que se encuentran los sacerdotes Quitián y Aguado, que son enviados a Carabanchel —dos días después tuve la oportunidad de llevarles sendas maletas preparadas por sus familiares a la cárcel madrileña, y Pope Godoy, que, en su condición de jesuita, cumple cárcel concordataria en un convento religioso de Cájar, en la periferia granadina, donde se declara en huelga de hambre.

Funerales por Franco en la catedral de Málaga

Monseñor Bueno Monreal tiene revuelta su Iglesia en Sevilla. Las extravagancias folclóricas y milagreras de la conjura de sacristanes que encabeza Clemente en el Palmar de Troya son una anécdota de la iglesiamarginal, en comparación con larebelión de curas que se asocian  a los trabajadores en la protesta contra el paro. De la comarca de Osuna surge, entre otros sacerdotes, la figura del párroco de Los Corrales, Diamantino García, que destacaría como un auténtico apóstol obrero, emigrante en las vendimias, y pieza fundamental del movimiento jornalero del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), fundado ese mismo año —con el apoyo del Partido del Trabajo de España de Eladio García Castro, Antonio Zoido, etcétera— que arraiga con fuerza por esta zona y otras comarcas de Sevilla y del Marco de Jerez. Pero el cura que más dolores de cabeza crea a su propio arzobispo y a la policía se llama José Antonio Casasola, malagueño de Alcaucín, que destaca en la eclosión del movimiento jornalero de Lebrija, junto al indomable Gonzalo Sánchez —uno de los muchos sindicalistas infiltrados en el Sindicato Vertical—, y después por su activismo en Sevilla, donde se convierte en carne de cañón de la policía por el número de veces que es multado, apaleado y encarcelado.

Con Soto, Saborido y Acosta en la cárcel —este último sería el primero en salir en libertad—, el cura Casasola se convierte en una mosca cojonera que trae en jaque a la policía sevillana. Un cura con una Vespino es un peligro público y como tal hay que cazarlo para que deje de enredar en todos los conflictos y de forma aún más desafiante en el de la construcción de los últimos meses del año y primeras sema­nas del siguiente. Su testimonio es impresionante: lo mismo recibe multas de casi un millón de pesetas, que el impacto de una bala en el pie, que le abofetean al entrar en comisaría, que le encarcelan y, vuelta a empezar, se le propina una paliza histórica dentro de la iglesia de la Corza. Entre 1975 y 1976, Casasola es detenido nueve veces: una vida entre rejas, sometida al dolor de los golpes, a los temblores de las huelgas de hambre… Y en los claros que le dejan sus actividades revo­lucionarias, ganándose el pan a pico y pala e instruyendo, a su mane­ra, eso sí, a los feligreses a interpretar el Evangelio en la Sevilla del paro y el señorío.

HUELGAS Y REPRESIÓN

La represión en Andalucía sigue el modelo del castigo colonial. ‘Pan y palos’ —artículo de Jaime Jover en la revis­ta Mundo— resume la memoria histórica de Andalucía: «Algunos, resistiéndose al sacrificio, se revuelven. Pero se encuentran siempre con el orden público y con multas de hasta 200.000 pesetas. El dine­ro que les falta para comer ellos y los suyos se lo exigen en sancio­nes. Dura ironía que, naturalmente, se resuelve con la cárcel». Esta Andalucía de 1975 no parece haber avanzado con respecto a aquella que encontraron Blasco Ibáñez, Leopoldo Alas Clarín, Azorín, también en la trágica Lebrija, en las descripciones de Blas Infante, de Juan Díaz del Moral, de Gerald Brenan, de Jean Sermet, de Antonio Miguel Bernal, de Tuñón de Lara, del malogrado Antonio María Calero Amor, etcétera, la que había encontrado Juan Goytisolo en los Campos de Níjar, en la Chanca, ésa de los Juan sin tierra, título de la novela que el franquismo le acaba de prohibir; esta Andalucía de los obreros agrícolas de Palma del Río que se declaran en huelga para pedir el aumento salarial de 455 pesetas a 700 de salario mínimo; ésta de los 20.000 albañiles de Cádiz en huelga; muchos de ellos multados y detenidos; ésta de los 40.000 andaluces que se van, como cada año, a la vendi­mia francesa, y luego al espárrago de Navarra, a las frutas de Lérida, temporeros sin fortuna, que caminan cabizbajos como si se tratara otra vez de moriscos expulsados; los miles de emigrantes fijos ya en Cataluña, en el País Vasco, los gasterbeiter, o trabajadores invitados, que he visto en las fábricas de Frankfurt, donde se organizan y espe­ran que pasen los años de la agonía, mientras recuerdan que llegaron con números en las espaldas, cruzando fronteras clandestinamente, o formando partidas de trenes especiales, como salió Luis Blas Infante, el hijo de la Patria andaluza al que encontré de camarero en un bar de Amsterdam, andaluces que escaparon del hambre y de la dictadura, que no se resignaron a ser topos escondidos, republicanos, maquis, hijos de los derrotados, hijos simplemente de la España de la corrup­ción y el trapicheo, jornaleros de sol a sol, carne de cuartelillo.

Gerald Ford, presidente de EE UU, no tiene en Madrid el recibimiento que se esperaba. Franco quiere más peaje por las bases americanas en España. En las ciudades andaluzas, donde campan por sus respetos los soldados yankis. «Yankis, no; bases, fuera». Ya Alberti había formulado su poética protesta en Rota, un pueblo para la muerte.

Carlos Cano cantó por primera vez el Himno de Andalucía

Alberti es una referencia en el Trastévere de Roma, desde donde espe­ra llegar algún día a su Puerto de Santa María. En Roma vive también, hasta este año, el fundador del Opus Dei, José María Escrivá de Balaguer, que murió en el mismo año en que se celebró el aplazadísimo juicio sobre Matesa,. En este caso es muy probable que la Providencia quisiera evitar al fundador del Opus el mal trago de un Rafael Calvo Serrer sentado al lado de Dolores Ibárruri, en el transcurso del homenaje a La Pasionaria, celebrado en Roma, o el peor trago de ver cómo un buen puñado de los hijos de la Obra empeñados en afanes económicos tenían que escoger entre la cárcel y el exilio.

En el nuevo cambio de Gobierno, sale el malagueño José Utrera Molina; entran Fernando  Suárez y Fernando Herrero Tejedor, que pro­mueve en su ministerio a toda una promesa política: Adolfo Suárez, como la joven guardia del Movimiento. Al poco tiempo muere en acci­dente de tráfico Herrero, y la figura de Suárez parece quedar, momen­táneamente, huérfana. En sustitución del ministro desaparecido, entra, de nuevo en un gabinete de Franco, José Solís, que acompaña a otro andaluz, el jienense León Herrera y Esteban en Información y Turismo. Ni la sonrisa del régimen sirve ya para levantar el ánimo del Genera­lísimo en su última agonía. Desde Estoril, don Juan de Borbón juega sus propias cartas en la ofensiva que contra el régimen despliegan los comunistas de Carrillo y sus aliados, y un Felipe González que cuenta con su compañero inseparable, Alfonso Guerra, que recorre Andalucía levantando adhesiones inquebrantables. González, que se codea con los socialistas François Mitterrand, con el líder de los socialistas portu­gueses Mario Soares y con el alemán Willy Brant, que se encuentra sin pasaporte y no le faltará razón a uno de los policías que intervienen en una nueva detención: «Me parece que dentro de poco nuestro trabajo dependerá probablemente de este señor».

La Junta Democrática y la Plataforma se unen en la Platajunta para hacer una oposición más efectiva. Monseñor Enrique Tarancón pre­senta peticiones de amnistía e indulto a Franco. El cerco se está ce­rrando. Ya dice doña Pilar Franco, la inefable hermanísima, que su hermano «se merece un descanso».

VERDE, BLANCA Y VERDE

Al que no dejan descansar ni en su tumba de Colliure (Francia) es a Antonio Machado, junto a su madre, doña Ana Ruiz, en el día de su centenario —Sevilla, 1876—. Meses antes, Juan Rejano evocaba su figura en Triunfo, en la última imagen que recordaba del poeta: «Porque también nosotros sentimos el corazón de Antonio Machado: lo seguimos sintiendo entre esta brisa o, más bien, bruma de nostalgias y esperanzas que nos envuelve lejos de España”. Qué suerte la de los poetas andaluces. Lorca, fusilado; Machado, muerto en el exilio, como Cernuda; Aleixandre, postrado en una cama con ventanales hacia el mar azul de Málaga

          Y Alberti que pregunta: «¿Oué cantan los poetas andaluces de ahora?” lmiar Canta Meneses cuando no le prohíben las letras de Moreno Galván, canta Enrique Morente a Miguel Hernández, canta Gerena Los cantes del pueblo para el pueblo, canta Benito Moreno en la emigración, cy Carlos Cano que va desde Ronda, de pueblo en pueblo, con una canción que es himno y es bandera rescatada de la memoria: Verde, blanca y verde, que se canta en sustitución del himno de Andalucía creado do por Blas Infante, que está prohibido y que contiene, además, esa estrofa de «Andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad», subversiva a flor de piel. Salvador Távora difunde el nuevo mensaje teatral de Los palos y Juan de Loxa se ha inventado el Manifiesto Canción del Sur y Poesía 70 para denunciar cantando verdades como puños. Y en Barcelona, el Premio Espejo de España se le concede a la obra García Lorca asesinado, asesinado, ¿toda la verdad?, de Carlos Vila San Juan, para ofrecer una lina cierta versión que no dañara mucho la responsabilidad del réqimen, mientras llevaban años prohibidos los libros donde se decía la verdad que se buscaba, los de Gerald Brenan, Couffon e Ian Gibson.

Tengo entonces la oportunidad de publicar en Ideal, con el riesgo asu­mido de mi director, Melchor Saiz-Pardo, una serie de entrevistas sobre la muerte del poeta, entre las que me impresiona el encuentro con Angelina Cordobilla, la criada que vio por última vez al poeta, y sintió «dolor de vientre», «dolor de madre». «¡Qué lástima de familia!”. Poco tiempo después muere Francisco, el hermano de Federico, de vuelta ya en Madrid. Años antes había fallecido en accidente de trá­fico su hermana Concha, la viuda de Fernández Montesinos, el alcal­de socialista fusilado días antes que su cuñado. Queda Isabel, infati­gable guardiana de la memoria.

La crónica de la agonía tiene sus ribetes rosas y negros fuera y dentro de España. Amarcord entra en nuestras vidas, como Pippi Calzaslargas, o el folletín Simplemente María; en París se manifiestan las prostitutas y aquí se critica tamaña barbaridad, dé usted libertad para esto; detie­nen en París al terrorista internacional Carlos; asesinan al rey Faisal de Arabia y a Paolo Pasolini en Ostia (Roma); muere el multimillonario griego Onassis, y Jacqueline, la ex de John F. Kennedy, enviuda por segunda vez; el socialista Mario Soares gana las primeras elecciones democráticas de Portugal y Enrico Berlinguer destroza la hegemonía de la Democracia Cristiana en Roma. A Vila Reyes le pide el fiscal trece siglos de cárcel y cae el imperio Sofico, o el imperio de la corrupción que tenían montado militares, falangistas y empresarios del régimen.

LOS GALINDOS

Verdaderamente, este calor de la agonía causa estra­gos. Julio es un mes que desata las pasiones. No sabemos qué pasio­nes son las que provoca este crimen de los Galindos, ocurrido el día 23 en Paradas (Sevilla), que se salda con cinco muertos. El cortijo es propiedad del marqués de Grañina. Hay un aristócrata, un legionario de pasado oscuro; se habla de drogas, de asuntos turbios, pero no apa­rece ni el rastro de los asesinos. Hay suceso para rato, con todos los ingredientes para que en su investigación consuma toda sus energías el novelista sevillano Alfonso Grosso, con Los invitados, una novela que sería llevada al cine, con Lola Flores en el papel estelar. Se llega a decir que «la Guardia C¡vil pudo borrar huellas de unos asesinos». Los reporteros no cesan de viajar a Paradas. El periodista Ismael de la Fuente le dedica también un libro de investigac¡ón, como lo hará después Paco Gil, basándose en reportajes publicados en El Correo de Andalucía. El crimen perfecto de los Galindosviene a contribuir a la oscuridad del túnel del franquismoen la que tantas otras muertes graves acaecieron en los campos aislados de Andalucía.

El crimen de los Galindos convulsionó Andalucía

SEPTIEMBRE NEGRO

Continúan los estados de excepción, los conse­jos de guerra, las tropelías de la extrema derecha, frentes de oposi­ción abiertos por todos los flancos. El régimen parece acorralado. Pero conserva las energías propias de los últimos estertores. El 27 de septiembre no hay piedad: se cumplen las sentencias de muerte con­tra los miembros del FRAP y de ETA: José FHumberto Baena, José Sán­chez Bravo, Ramón García Sanz, Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot, El Txiki. Es la revista Cambio 16 la que publica la exclusiva mundial y Román Orozco el periodista que consigue vivir todo lo que rodea a los fusilamientos. De todas las voces que se alzan en contra, es la del papa Pablo VI la que más mella hace a los hombres que firmaron las sentencias de muerte.

La salud de Franco se agrava. El NODO y las emisoras retumban los ecos del «¡Franco, Franco, Franco!», en el homenaje que se organiza al enfermo el primero de octubre. Un acto de desagravio, en el que Fran­co, apenas ya sin poder levantar el brazo derecho, y con la voz apaga­da, responde con el clásico “Españoles: gracias por vuestra adhesión…» y la cantinela de siempre: «Todo lo que en España y en Europa se ha armado obedece a una conspiración masónica-izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social que, si a nosotros nos honra, a ellos les envilece».

Pero es también Hassan II el que entra en acción con la marcha verde, la invasión hacia el Sáhara. Franco no se lo puede creer y se resigna a aceptar su última y definitiva derrota. Como si el destino le mos­trara el final de su hoja de servicios: el general que se sirvió de África para lanzarse sobre la España de 1936 pierde su última batalla, humi­llado por el rey africano que hasta entonces había sido su protegido. ¿Qué está pasando? Los días del franquismo parecen contados. Gobernaba Carlos Arias Navarro, ex ministro de Gobernación y cono­cido en la oposición como Carnicerito de Málaga por su afán fiscal durante la posguerra. Luis María Ansón ya oía entonces un ruido de ratas que abandonaban el barco. ETA seguía matando -16 víctimas mortales en 1975-, los GRAPO se habían estrenado con cuatro mise­rables asesinatos (de ahí su nombre: Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), y la oposición pasaba de la represión sin cuento —fusilamientos, cárcel y torturas y cárcel (había en esos momentos 1.800 presos políticos)— a la perplejidad, y de la perplejidad, a la actividad fre­nética. Pero todavía tenían que pasar algunos días para que los espa­ñoles se enteraran de lo que sucedía en El Pardo, «aquel destartalado palacio que desde 1940 fue más cuartel que casa de gobierno» (José María Izquierdo en Memoria de la transición).

LA MUERTE

Franco cae gravemente enfermo. Ni sus médicos, ni sus familiares, ni sus herederos políticos parecen tener piedad con esta agónica sentencia de muerte, como si quisieran ganarle aún más tiempo a cuarenta años de dictadura. Los partes médicos hablan de «heces fecales sangrientas en forma de melena…», en comunicados que parecen redactados por sus peores enemigos. A las 5.20 de la madrugada del 20 de noviembre se consuma la vida del dictador. A las portadas plañideras de los periódicos, a los días de luto, de cele­braciones clandestinas, siguen jornadas de incertidumbre.

Franco yace en el Valle de los Caídos y Juan Carlos I es coronado Rey. En el primer Gobierno de la Monarquía aparece de ministro el gran tapado, Adolfo Suárez, ante la perplejidad tanto de los huérfanos del régimen como de los artífices de la oposición. Pero ésa es ya la his­toria que continúa con las reformas, los indultos que producen los reencuentros de Soto y Saborido con su gente de Sevilla al salir de la cárcel de Carabanchel, los movimientos de nuevos estrategas políti­cos en una etapa que se abrirá a la reconciliación, la tesis que habrá de imponerse sobre cualquier intento de ruptura traumática.

En Andalucía, como si nada hubiera ocurrido, retirados los hirientes crespones negros de las fachadas blancas, la vida sigue en toda su crudeza, con los trabajadores de la comarca del mármol de Macael, que, por primera vez, consiguen que algunas empresas les den 22 días de vacaciones al año, aunque otras sólo están dispuestas a ceder sólo una semana y las hay, incluso, que insisten en que los trabajadores no tienen derecho ni a un solo día de descanso; con la huelga que afec­ta a 8.000 familias del Marco de Jerez, la explotación colonial que sufren los mineros de Río Tinto, como ejemplos de lo que ocurre en los pueblos del Sur, castigados por la mala vida, vacunados así para cualquier conato de rebeldía. Recuerdo también que en aquel último encuentro, Paco Portillo, el líder que acabó de guardacoches, sin pasar más facturas que las recibidas en su cuerpo, heridas ya escon­didas en los repliegues del alma, se refirió al día después del año de la agonía: «Aquella noche soñé que era mentira».

Alberto Granados

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