Juan José Millás: «La realidad no es más que un delirio consensuado»
El escritor publica la novela ‘Solo humo’, en la que juega con los cuentos de los hermanos Grimm para mostrar el poder de la ficción en nuestras vidas
Si el Ministerio de Cultura está pensando en lanzar una nueva campaña para fomentar la lectura, quizá debería telefonear a Juan José Millás. “A toda esa gente que me cuenta las disociaciones que han sufrido con el LSD, con el ácido, les digo: ‘Anda, pues no sabes todas las que he sufrido yo leyendo y sufro todavía’. La lectura es brutalmente perturbadora porque te disocia. Estás fuera, con el libro entre las manos, pero al mismo tiempo estás dentro de él viviendo una experiencia demencial: que eres invisible para los personajes. Estás al lado, los ves desnudarse, meterse en la cama, casarse, divorciarse, suicidarse. Dices: ‘No te divorcies, no te pegues un tiro’, pero es igual. La fantasía de ser invisible un lector la vive todos los días”, cuenta fascinado.
Millás (Valencia, 1946) acaba de publicar Solo humo (Alfaguara), una novela con forma de cuento sobre el enorme poder de la ficción en nuestra vida. En ella, Carlos, que acaba de cumplir 18 años, descubre que el padre que le abandonó de pequeño acaba de morir. Un hombre turbio en cuya casa encuentra un extraño manuscrito sobre la vecina y muchos libros. El que estaba en su mesilla, muy baqueteado, le acaba conduciendo por un camino donde realidad y ficción pierden la frontera: los cuentos de los hermanos Grimm, de Cenicienta a Hansel y Gretel . Cuentos cuya dureza tiene poco que ver con las fantasías de Disney.
«Fingimos que todo es normal, que el metro es normal, que lo es el dinero, que no tiene más respaldo que la fe”
Y es un problema. Porque Millás cree que si necesitamos la ficción en nuestras vidas, pese a la de gente que ya hay en el mundo, “es porque en ella nos reconocemos y experimentamos con nosotros mismos. La ficción sirve para lo que servía ya cuando se empezaron a contar los primeros cuentos. Se reunían por la noche alrededor del fuego no para pasarlo bien, sino para explicar cómo era la vida, los cuentos eran mapas de la vida. La vida está en La bella durmiente , en Cenicienta ”.
Y, añade, “la literatura es muy importante en la construcción de la identidad en la adolescencia. El adolescente al tiempo que aprende a leer aprende a leerse, porque se identifica y reconoce sus emociones en las de los personajes y va diferenciando cuáles le convienen y cuáles no. Va viendo la diferencia entre ser bueno o malo y comprende que lo malo, lo perverso, habita en él, pero eso no es necesariamente malo, lo es no saber que está y no saber controlarlo. Leyendo has aprendido que todo se puede imaginar, pero que no todo se puede hacer”.
«Circula una imagen del niño como algo angelical, al que no debemos tocar con las impurezas, el terror, y lo versionamos todo»
“Pero ahora mismo –apunta– circula una imagen del niño como algo angelical, al que no debemos tocar con las impurezas, el terror, y lo versionamos todo. Una joven me ha llegado a decir que qué bien he adaptado los cuentos de los Grimm para mis intereses en la novela, como eso de que las palomas le saquen los ojos a las hermanastras de Cenicienta. ‘Es que en los Grimm es así’, le he dicho. ‘La versión que yo conozco no es así’, me ha dicho ella. Los niños no pueden ver en la sociedad la realidad de la vida, se les niega, como si en ellos no existieran pensamientos perversos. Como existen, salen por alguna parte, y de repente ves en la vida real que niños de 11 años han violado a una de 12. Si a lo mejor hubieran podido leer esas maldades en un cuento, las habrían podido reconocer y someter. Nos hemos pasado con el mundo Disney muchísimo, nada de crueldad, de sangre, de padres que abandonan a sus hijos en un bosque”.
En ese sentido, el escritor admite que, para él, “la vida imaginaria ha tenido más importancia que la real”, pero es que además cree que “la realidad no es más que un delirio consensuado. Fingimos que todo es normal, que el metro es normal, que lo es el dinero, que no tiene más respaldo que la fe”. “Si perdiéramos la fe en el dólar, se vendría abajo en una semana, porque es un delirio. Esto ocurre con todas las realidades imaginadas, que funcionan mientras funciona el consenso. Si este se rompe, la realidad se viene abajo”, concluye