El 31 de marzo de 1492, en Granada (España), los Reyes Católicos firman el decreto de expulsión de los judíos.

La expulsión de los judíos de España fue ordenada en Castilla y en Aragón, por los Reyes Católicos mediante el Edicto de Granada con la finalidad, según el decreto, de impedir que siguieran influyendo en los cristianos nuevos para que estos judaizaran. La decisión de expulsar a los judíos o de prohibir el judaísmo, está relacionada con la instauración de la Inquisición catorce años antes en la Corona de Castilla y nueve en la Corona de Aragón, porque precisamente fue creada para perseguir a los judeoconversos que seguían practicando su antigua fe. Los judíos también fueron expulsados del reino de Navarra en 1496 y del reino de Portugal en 1498.
 
Como ha señalado el historiador Julio Valdeón, «sin duda alguna la expulsión de los judíos del solar ibérico es uno de los temas más polémicos de cuantos han sucedido a lo largo de la historia de España».​ Por su parte el hispanista francés Joseph Pérez ha destacado las semejanzas que existen entre esta expulsión y la persecución de los judíos en la Hispania visigoda casi mil años antes.
En 2015, las Cortes Generales españolas aprobaron una ley por la que se reconocía como españoles a los descendientes directos de los judíos expulsados entre 1492 y 1498, con lo que de facto se anulaban en la medida de lo posible las consecuencias de aquella expulsión.
 
Como ha destacado Joseph Pérez, «en 1492 termina, pues, la historia del judaísmo español, que solo llevará en adelante una existencia subterránea, siempre amenazada por el aparato inquisitorial y la suspicacia de una opinión pública que veía en judíos, judaizantes e incluso conversos sinceros a unos enemigos naturales del catolicismo y de la idiosincrasia española, tal como la entendieron e impusieron algunos responsables eclesiásticos e intelectuales, en una actitud que rayaba en el racismo»
 
El número de judíos expulsados sigue siendo objeto de controversia. Las cifras han oscilado entre los 45.000 y los 350.000, aunque las investigaciones más recientes, según Joseph Pérez, la sitúan en torno a los 50.000, teniendo en cuenta los miles de judíos que después de marcharse regresaron a causa del maltrato que sufrieron en algunos lugares de acogida, como en Fez, Marruecos.
La mayoría de los judíos expulsados se instalaron en el norte de África, a veces vía Portugal, o en los estados cercanos, como el reino de Portugal, el reino de Navarra, o en los estados italianos. Como de los dos primeros reinos también se les expulsó en 1497 y en 1498 respectivamente, tuvieron que emigrar de nuevo. Los de Navarra se instalaron en Bayona en su mayoría. Y los de Portugal acabaron en el norte de Europa (Inglaterra o Flandes). En el norte de África, los que fueron al reino de Fez sufrieron todo tipo de maltratos y fueron expoliados, incluso por los judíos que vivían allí desde hacía mucho tiempo. Los que corrieron mejor suerte fueron los que se instalaron en los territorios del Imperio Otomano, tanto en el norte de África y en Oriente Próximo, como en los Balcanes y la República de Ragusa, después de haber pasado por Italia. El sultán Bayaceto II dio órdenes para que fueran bien acogidos y su sucesor Solimán el Magnífico exclamó en una ocasión refiriéndose al rey Fernando: «¿A éste le llamáis rey que empobrece sus estados para enriquecer los míos?». Este mismo sultán le comentó al embajador enviado por Carlos V «que se maravillaba que hubiesen echado los judíos de Castilla, pues era echar la riqueza.
 
Como los judíos identificaban a la península ibérica con la Sefarad bíblica, los judíos expulsados por los Reyes Católicos tomaron o recibieron el nombre de sefardíes.
 
En opinión de Pepa Rull, fundadora y presidenta de la Asociación Be Sepharad-Legado Sefardí, la repercusión económica que acarreó esta decisión política de los Reyes Católicos en los años posteriores es difícil de calcular en términos cuantitativos, teniendo en cuenta que el país perdió “a un pueblo experto y con habilidades innatas en muchos campos de la estructura administrativa y económica”. Una pérdida que, no obstante, se palió entre otros motivos por la permanencia de los judíos conversos o la llegada de banqueros italianos al calor de las riquezas que generó el descubrimiento de América.
 
Esgrimiendo motivos religiosos, los Reyes Católicos expulsan a los judíos que no abrazaran la fe católica, si bien, en opinión de Pepa Rull, se dieron otros motivos “de índole política, económica y social”, aunque el desencadenante directo fue “la presión ejercida sobre los reyes Isabel y Fernando por parte de la Inquisición y la canalización del odio del pueblo llano, con un personaje central que supo jugar hábilmente sus cartas: el inquisidor Torquemada”
 
Juan A. Eagler Stolen PUBLICADO EN FACEBOOK

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