La extinción de la emergencia según la OMS no elimina las secuelas de la pandemia y, entre ellas, la covid persistente

La Organización Mundial de la Salud ha dado por terminada la emergencia sanitaria internacional por covid-19  tres años y tres meses después de haberla declarado. Aunque el virus sigue circulando y persiste el peligro de que alguna de las cepas pueda mutar hacia formas más agresivas o resistentes a las vacunas, la situación de la epidemia que ha puesto en jaque al mundo ha cambiado tanto que ya puede ser tratada como una infección más.

Sin bajar la guardia, el fin de la emergencia global implica dar por concluida la fase aguda de la pandemia a escala global y dejar atrás la mayor amenaza sanitaria que ha tenido que afrontar la humanidad desde la mortífera gripe de 1918. Como aquella, la fase expansiva de la covid-19 se ha prolongado durante más de tres años, con un impacto inicial tan brutal que paralizó la economía, acercó los servicios sanitarios al colapso, obligó a confinamientos masivos y llevó al mundo a una situación de incertidumbre extrema e inédita. A día de hoy ha dejado un balance de 765 millones de contagios notificados —la cifra real nunca se llegará a saber— y 6,9 millones de muertes oficialmente registradas, aunque la propia OMS estima que la cifra real supera los 20 millones.

Si ahora podemos pasar página es por una combinación de aciertos en la respuesta colectiva en el ámbito científico, sanitario y político que ha permitido alcanzar un grado de inmunidad inducida por las vacunas o por la respuesta natural a la infección suficientemente amplia como para mantener el patógeno bajo control. Pero no hay que olvidar que muchos países pobres siguen desprotegidos por falta de vacunas, lo que constituye uno de los fracasos más lamentables de la estrategia mundial contra la pandemia. Fue un gran hito desarrollar vacunas eficaces en tan poco tiempo, pero ese éxito científico no se ha completado con una estrategia justa de distribución en el ámbito planetario. En el último mes todavía se han notificado 2,8 millones de contagios y unos 17.000 fallecimientos, aunque la tendencia es claramente a la baja.

Todavía existen importantes incógnitas sobre si la covid evolucionará hacia formas de incidencia estacional o seguirá un patrón de brotes recurrentes a lo largo de todo el año. Tampoco está claro el patrón más adecuado de vacunación. Pero más allá de las abrumadoras pérdidas humanas y materiales, la pandemia ha dejado importantes secuelas que seguirán con nosotros mucho tiempo. Una de las más insidiosas es la covid persistente. Afecta a entre el 10% y el 15% de las personas infectadas, incluidas muchas que ni siquiera tuvieron que ser hospitalizadas. Se trata de un cuadro muy amplio de afecciones, que aqueja mayoritariamente a personas de entre 30 y 50 años. En España puede alcanzar a 1,5 millones de personas, muchas de ellas aún por diagnosticar. Todavía se investigan las causas, pero la hipótesis más plausible es que persisten en el organismo partículas virales que provocan una respuesta inflamatoria permanente con muy diferentes y a veces graves afecciones, también en el ámbito de la salud mental.

Que la covid-19 haya dejado de ser una emergencia sanitaria global no implica que la pandemia haya terminado. La lección más potente para el futuro está en saber prever y articular un mecanismo de gobernanza y solidaridad global que permita dar una respuesta más justa y equitativa ante una eventual futura amenaza.

EL PAIS

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