Sólo las palabras nos salvan. Las palabras nos protegen, nos miden la estatura moral, definen los perfiles de nuestro proceder, lo que vale nuestra credibilidad y la coherencia grande o pequeña de nuestros gestos.

Hace tres días María Guardiola, cabeza pensante del PP extremeño, ha puesto una sombra de duda sobre lo que valen las palabras de los políticos que trasciende su propio liderazgo en la tierra del valeroso Hernán Cortés, del genial Zurbarán o del Byron español, José de Espronceda, aquel poeta que, en su “Canción del pirata”, hizo de su Dios la libertad. El viernes, la señora Guardiola cedió las suyas (digo su libertad y también su palabra) a los radicales de Vox para ganarse un puñado de votos que la van a hacer presidenta de su comunidad autónoma.  La duda está en saber si, por una cuestión de poder, cualquier candidato está dispuesto a sacrificar la palabra dada, esa que las generaciones que nos han precedido nos enseñaron que tenía un valor incalculable, que era lo único que no se pedía pervertir porque en ella estaba depositado nuestro prestigio.

Todos esperamos con interés escuchar el análisis que hacen desde su propio partido cuando se han evidenciado estas discordancias tan graves en su discurso que contradicen milimétricamente lo que acababa de afirmar su líder nacional, Alberto Núñez Feijóo, de que sin palabra no hay política. Coincido con el gallego y cito textual sus  declaraciones porque, aunque seguramente el papel lo resista todo -desde una ración de churros que se compra en un kiosco hasta la Constitución que delimita nuestros derechos y deberes- algunos no debieran olvidarse de que quien no aguanta que le falten al respeto y que le tomen el pelo es la ciudadanía; una colectividad a la que doña María, una vez firmado el acuerdo programático y de gestión con los de Abascal, trata de hacer comulgar con ruedas de molino utilizando un patrioterismo de baratillo, hacerle creer que mientras aseguraba que ella no iba a incluir en su equipo de gobierno a la extrema derecha, a los negacionistas de la violencia machista, a quienes desprecian la igualdad y los derechos de los inmigrantes, no se refería a nadie en concreto. Que en el instante en que aseveró “mi promesa y mi tierra no son moneda de cambio de nada”, esa alusión a su compromiso no incluía, por sobreentendidas, sus aspiraciones de presidir Extremadura a cualquier precio. Porque, naturalmente está en su derecho de aplicar aquello tan manido de estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros. Ahora bien, esto tiene siempre unas consecuencias que, en este momento, trascienden lo desafortunado de su decisión porque va a ser delicado evaluar si, con su ausencia de criterio, no abre grietas en la credibilidad del PP para el 23J. Así, visto desde fuera, parece que sí; que María Guardiola, una mujer que tuvo la oportunidad de repetir las elecciones apoyándose en su valentía de no plegarse a los que añoran aquella España del NO-DO y alcanzar así una mayoría absoluta, le ha pegado un tiro preventivo en el pie a toda la derecha democrática. Porque, ya lo he dicho: las palabras nos salvan, pero también pueden condenarnos si las malversamos y las despojamos de su sentido verdadero convirtiéndolas en una mera herramienta al servicio de la ambición particular mal entendida.

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