“Españoles, Franco ha muerto”. Con esta frase rotunda, Arias Navarro hizo saber a la generación de nuestros abuelos y nuestros padres que existía -por fin- la posibilidad de cambiar el blanco y negro del NO+DO, con un sátrapa  anciano pescando truchas o firmando penas de muerte mientras tomaba chocolate templado con picatostes antes de irse a dormir, por un porvenir en  color. Lo cual que, quienes nos precedieron, se tragaron la pena por sus muertos  enterrados en cunetas o fosas comunes, la angustia de cuarenta años del yugo de la tiranía y, con sus manos limpias, abrazaron al futuro en beneficio del bien común sin dejarse llevar por el resentimiento. Priorizaron lo importante: restañar heridas desde una actitud de concordia.

Por eso fue posible la Constitución, ese librito tan útil que algunos mandamases de Vox usan para calzar la mesa del despacho. Y, mientras la menosprecian, se llenan pomposamente la boca con la palabra “patria”, como si mentarla los hiciera dueños del sentido profundo de lo que implica, olvidándose de aquello que afirmó Machado y que viene como anillo al dedo en este contexto que habitamos ahora. Porque lo que pensaba don Antonio en el horror de 1936 y, aunque sigamos sin ser una sociedad perfecta,  tiene plena vigencia hoy: “en España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva»; cito textual para que no se nos olvide el contexto de tensión en que se escribió. Un contexto que, si vamos a las redes sociales, tiene demasiadas similitudes con el actual y debiera empezar a preocuparnos por lo que implica de crispación, de insulto a quien no ejerza de hooligan de esta ultraderecha que considera España un cortijo donde pueden aplicar el ordeno y mando desde su ideología totalitaria. No son balandronadas, es su dogma disparatado; estos meses lo han demostrado con hechos donde gestionan: menosprecio de la igualdad, negacionismo ante la violencia de género, homofobia, racismo, rescate de contravalores patriarcales franquistas, censura cultural (Lope, Virginia Woolf, Miguel Hernández), intrusión en la educación… A quien le duela la España donde hemos cabido todos estas décadas debe estar espantado, porque la Historia nos ha enseñado adónde conducen los radicalismos. Coincido con Carmen Calvo en muchas cosas (aprovecho para presumir aquí de su amistad generosa), pero hay una idea suya que considero esencial: no se puede perder la memoria de los derechos conquistados con la fuerza de la palabra lúcida y honesta, esa que convence con argumentos sensatos, sin embestir. Este país necesita proteger la democracia, la libertad, el respeto, el diálogo y el consenso. Leer  más con mente abierta, preservar la heterodoxia de la universidad humanista como espacio de estudio y de cultura independiente. Y le sobra sectarismo prepotente, ambición desbordada y  la imprudencia irreflexiva que encarnan los fanáticos que desprecian lo que se construyó entre todos con profunda generosidad. Por eso el día 23 de julio, quienes pudimos escuchar la verdad del sufrimiento de las víctimas de la tragedia que implican las ideas monolíticas, vamos a votar en legítima defensa. Por si quedara alguna duda de que las orgullosas herederas de la estirpe de las vencidas somos conscientes de nuestra responsabilidad y no les tenemos ningún miedo.

foto: https://www.akal.com/libro/vox-el-retorno-de-los-ultras-que-nunca-se-fueron_52484/

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