GRAF6624 MADRID, 11/6/2019.- La mayoría que el PSOE y Unidas Podemos tienen en la Mesa del Congreso ha permitido la aprobación de un reparto de los escaños en el hemiciclo que no tiene el apoyo ni del PP ni de Ciudadanos y que deja a los diputados de Vox ubicados en el "gallinero" de la bancada central del hemiciclo.En la foto, vista general del hemiciclo tras las reunión la Mesa del Congreso. EFE/Zipi

Las elecciones del 23J: una victoria épica de la mayoría demócrata española, esa que han logrado salvarnos a todos la primavera.

España, esta España que madruga, se ha levantado temprano, se ha puesto su traje blanco y se ha ido a la calle. Es verano en las aceras, pero se respira un aire limpio y transparente con un sol redondo navegando un cielo sin nubes; es el día posterior a las elecciones y, ahora que el pueblo ha hablado, la normalidad democrática saluda al vecino o se toma el café en los bares con una sonrisa apacible, cede el asiento en el autobús a un señor mayor, agarrado firmemente a su bastón.  Esta es la España en la que creemos una mayoría, la que siempre acaba por salvar el pueblo que no nombra la patria, pero que es consciente de lo que implican los tiempos de silencio, el olor a naftalina y la tristeza que no cabe en la mano.

El resultado, conste, no significa un cheque en blanco al bloque de izquierdas que lidera Pedro Sánchez (suma por la mínima) pero sí nos da la dimensión de lo que queremos y lo que no. Este país quiere democracia, derechos, libertad, memoria, justicia y verdad. Y lo que no queremos es retroceder, malversar los sacrificios de quienes nos han precedido. El Partido Popular se ha equivocado utilizando como muleta a Vox, dejándole el protagonismo en los momentos clave de la campaña, esa insistencia en pervertir sistemáticamente todos aquellos cambios que tanto esfuerzo les costaron a nuestros abuelos, a nuestros padres y a quienes han dado la cara frente al despropósito.

No nos hemos olvidado de lo que costó hacer la Constitución, ésa en la que seguimos cabiendo todos. Feijóo, con sus alas de Ícaro prestadas por Vox, se ha dejado escribir el guion por la ultraderecha sin chistar, no ha seguido el modelo andaluz que planteó Juanma Moreno, o Marifrán Carazo en Granada. Y en su partido se dieron cuenta demasiado tarde de que el error estaba en la base: en la fragilidad del candidato. Porque el gallego ha venido desinflándose progresivamente, evidenciando su desconocimiento de la pluralidad que somos, de los problemas reales de la ciudadanía. Cuando se percataron era tarde, porque nunca se supo si era mejor apartarlo o dejarlo hablar retorciendo el lenguaje, si sacarlo al escenario o esconderlo en el trascenio. Optaron por no ir al debate múltiple. Cuando no funcionó, lo dejaron explicarse -a su modo- demostrando su desconocimiento de España, abrazado a las vaguedades, con esa sensación de hastío que tiene quien confunde vencer con convencer, que nunca fueron la misma cosa. A él le habían contado que ganaba y se olvidó de que eso dependía de los sufragios.  Mientras, Pedro Sánchez ha ido dejando atrás a los asesores que lo habían convertido en un rehén de sí mismo y ha salido finalmente de La Moncloa, ha contado la historia y una mayoría la ha comprendido. Hemos sufrido una pandemia con más de cien mil muertos que son de todos, meses encerrados en casa y una guerra que afecta a toda Europa. También han sido muchos los errores, evidentemente. Esto era válido hasta que los radicales pusieron encima de la mesa arrasar con los logros del Estado de derecho y el PP guardó silencio. Este fue el límite. Así se resumen las elecciones del 23J: una victoria épica de la mayoría demócrata española, esa que han logrado salvarnos a todos la primavera.

 

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