Lo de Rubiales cada vez se parece más al cuento de Monterroso: “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

 Y aquí sigue aún, como un niñato malcriado que piensa que le quieren quitar sus chuches (una bolsa grande, concretamente de un millón de euros anual) a pesar de que la UEFA lo haya suspendido ya y el Tribunal Administrativo del Deporte haya decretado – por ahora- que cometió únicamente una falta “grave”, que es lo que impide al Gobierno suspenderlo como corresponde y abrir una nueva etapa para que no siga deteriorando nuestra proyección exterior.

El problema de los personajes como Luis Rubiales es que no saben cuándo toca irse porque se ha acomodado al carguete con coche oficial y gastos y viajes pagados en business actuando como reyes del mambo.  Por eso se aferran al sillón y no dudan en poner a una mujer mayor -como la propia madre- en una situación surrealista, encerrada en una iglesia y en huelga de hambre, como cuando en el medievo la gente se acogía a sagrado para evitar la acción de la justicia; en este caso, la señora exigía la rectificación de nuestra campeona del mundial de futbol Jenni Hermoso (es decir: que dijera que lo que vio con estupor medio mundo nunca sucedió) para que se adecuara a los intereses de su hijo.

 Lo suyo, un machismo casposo de república bananera, evidentemente, no representa a las mujeres de España, pero lo han reproducido los corresponsales de medio mundo desplazados a Motril para narrar en directo este acto del ‘Rubialesgate’ y la capacidad de aguante de una anciana encerrada en la Parroquia Divina Pastora.  El esperpento, con protestas a favor y en contra en las puertas del templo y un pobre sacerdote ejerciendo resignadamente de portavoz de la salud de la señora abriendo telediarios en prime time, fue el colmo del bochorno para la sociedad moderna e igualitaria que somos que, salvo en la mente de unos pocos, no se parece en nada a ‘La escopeta nacional’ berlanguiana. La frustración máxima ha sido ver un pifostio así, el amarillismo salvando el agosto mediático y perjudicando la imagen de la segunda ciudad granadina más importante y de un país que lucha frontalmente contra el acoso y las agresiones. Porque esta situación ha opacado también lo trascendental: que España ha ganado un mundial de fútbol femenino y que las jugadoras no van a tolerar ni una muestra de machismo más y son ejemplo para las nuevas generaciones de cualquier profesión. Con eso hay que quedarse, pero es lamentable el daño reputacional sufrido por Motril, que es mucho más que un corral de comedias vergonzantes al servicio de intereses espurios, más que una capital donde se censuran pregones en fiestas de barrio. Porque lo que identifica verdaderamente a Motril es su cielo azul fundido con una inmensidad de mar inabarcable, una ciudadanía honesta e inasequible al desaliento dedicada a la pesca, la agricultura o al turismo y, además, un puerto que es motor de desarrollo económico porque funciona con brillantez generando proyectos esenciales de crecimiento, inversiones y puestos de trabajo. Motril, como la igualdad de derechos, tiene que ser imparable, unidad ante lo inadmisible; mientras, los perfiles como el de Rubiales, que por fortuna son minoritarios en el siglo XXI, debemos convertirlos en un borrón que desdibuje rápidamente el tiempo.

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