«Inflación de patriotismo» por Alberto Granados
El signo de los tiempos parece ser acogerse a un ultranacionalismo patriótico que, como una peste bíblica, se extiende por el mundo haciéndonos sentir bichos raros a quienes no sufrimos esa picazón patriótica y tendemos más bien a considerarnos ciudadanos del mundo, cometiendo el pecado de poner al ser humano muy por delante de algo tan artificial como las fronteras, las patrias y la llamada geografía política.
Viñeta de El Perich
Cuando leo una invectiva contra los inmigrantes, cuando además es falsa, me sale la vena universalista y humana y me convierto, según algunos dogmas que desprecio profundamente, en antipatriota. Cuando oigo a Feijóo postular que en unos días decidiremos si “sanchismo o España”, me pregunto qué delito cometí para que este señor me despoje de mi condición de español, pues desde luego prefiero, mil veces, a Sánchez, sin ser un forofo del actual presidente, pero reconociendo y agradeciendo muchas medidas que en mi modesta opinión han salvado al país de toda una secuencia de situaciones críticas y me pregunto qué habría hecho el PP y, la mera hipótesis me hace vomitar, pues no soy la clase de persona que gozaría del favor de los populares: no soy empresario voraz, ni financiero, ni corrupto ni corruptor, ni carezco de sentido crítico, así que habría servido para engrosar las estadísticas macabras de, por ejemplo, la comunidad madrileña.
Ya digo que prefiero al sanchismo. Los patriotas del PP y los de Vox son, en mi opinión, un grave peligro y no la solución de problema alguno. Antonio Machado fijó para siempre el paradigma de las dos formas de patriotismo en una conferencia para las Juventudes Socialistas valencianas allá por 1936, en aquella guerra civil que nos trajeron los patriotas de entonces: «En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva». Y en esas seguimos, con una derecha montaraz que se llena la boca de patriotismo y una extrema derecha que lo ha convertido en eje de sus bizarros postulados decimonónicos, mintiendo hasta perder la dignidad, formulando hipótesis catastrofistas que muchos ciudadanos aceptan cándidamente, solo por odio a Sánchez (quién no ha oído a la caverna definirlo como un chulo prepotente, solo por la realidad incontestable de que ganó dos elecciones seguidas, en las que nadie propuso, como hacen ahora, que gobernara la lista más votada) y dejando entrever el peligro de sus políticas, como por ejemplo, la Doñana que el PP andaluz está dispuesta a sacrificar, con tal de que alguien salve su negocio.
El odio, la mala baba, la mentira, la falsedad intencionada, el juicio basado en sospechas no demostrables, en juicios de intenciones, han envenenado nuestra convivencia hasta límites que haría falta evaluar. Por poner un ejemplo: el comunismo ha formado parte de nuestro sistema político desde la transición sin producir el menor problema, pero estos cantamañanas resucitan los valores demoníacos de los tiempos del franquismo y crean un concepto para denotar y denostar a Podemos: comunismo bolivariano. Si le pidiéramos a alguno de ellos que definiera el concepto no sabrían hacerlo, pero han conseguido desprestigiar al Partido Comunista de España, que sobrevive al amparo de Podemos manteniendo una dignidad política realmente meritoria.
Feijóo y Gamarra: saben sonreír a pesar de todo. (Imagen de Voxpopuli)
Es solo un ejemplo de cómo esta gente ha envenenado los conceptos y ha resucitado miedos guerracivilistas, siempre imputados al bloque del gobierno, con lo que se pierde el alcance real de sus políticas y las promesas de retroceso que no se cansan de repetir: derogar leyes como la reforma laboral, la del matrimonio homosexual, la del sí es sí, la ley trans, la de memoria democrática, negar el cambio climático, la violencia de género, autorizar las macrogranjas… para convertirnos en un apostólico país del siglo pasado. Todo, en nombre de un desaforado amor a la patria y a lo que ellos consideran sus esencias: la tauromaquia, las procesiones, el chiste casposo sobre las mujeres y los gays, y, muy especialmente, el pelotazo económico.
PP y Vox nos ofrecen volver a unos esquemas rancios, recuperados de la guardarropía de los tiempos en que me crie, allá por los cincuenta-sesenta. Un tiempo gris que yo esperaba haber superado definitivamente, pero que está empezando a aflorar de la mano de esta caverna impresentable, esa caverna que censura a Lope de Vega o que pretende hacer oír el latido fetal a las mujeres que pretenden abortar. Jamás los votaré. Es que debo de ser un mal patriota.