La polarización de la vida política está generando unas formas sociales en que nadie se siente éticamente obligado a controlar sus impulsos y a moverse en un terreno civilizado.

Por el contrario, parece que existe un verdadero afán competitivo por ver quién es capaz de usar el insulto más salvaje, la mentira más impresentable, la descalificación más injusta… sin que parezcan existir ya unos límites impuestos desde antiguo por la corrección, la ética y el sentido común. Todo eso ha quedado desfasado. Ahora lo importante es hacer el daño más acusado en la reputación de aquel a quien se pretende dañar. El anonimato que amparan las redes sociales, los ejemplos de los seguidores de Trump y Bolsonaro, la ola conservadora en la que nos movemos parecen haberse llevado las buenas formas, el respeto por el oponente, lo cívico que alguna vez hubo como telón de fondo de nuestros comportamientos sociales. En las últimas horas, un energúmeno increpa a Óscar Puente en el AVE y Bendodo equipara al agresor con el agredido. Y Veremos a Sánchez recibir pitidos en la Cumbre en Granada o en los actos de la Hispanidad: ¿para qué los buenos modales?

Un campo en que este fenómeno se ha exacerbado de forma especial es el de la política nacional. Pedro Sánchez ganó dos elecciones seguidas en 1919, aunque sin mayoría suficiente, lo que le obligó a pactar un gobierno de coalición con Unidas Podemos. Los patriotas de nuestra derecha podrían haber facilitado las cosas absteniéndose, pero estaban decididos a tirar al cuello, así que dejaron a Sánchez en la disyuntiva de, o convocar unas terceras elecciones, o intentar el difícil equilibrio de la coalición, alianza que ha sido fuente de problemas durante los cuatro años de la legislatura.

Pero esos problemas ya se intuían desde el comienzo de la misma. Más sorprendente me ha resultado el asfixiante clima que se ha creado durante este período, en que el insulto irracional, la descalificación gruesa, el torpe intento de deslegitimar al Presidente han sido una constante impúdica y obscena. Desde los primeros días de su legislatura se aventó la idea de que Sánchez ejercía el poder de forma ilegítima porque, habiendo anunciado que no formaría gobierno con Podemos, al final lo había hecho. Curiosamente, cuando Núñez Feijóo anunció que no formaría gobiernos con VOX, algo que finalmente sí hizo, su cambio de actitud no tuvo la trascendencia que se le concedió al cambio de Sánchez.

El Presidente ha sido desde entonces, siempre según la interesada opinión de la caverna, prepotente, chulo, ha abusado del Falcon, es ambicioso hasta límites insospechables, es venal, y pone en serio riesgo la integridad de España, palabra esta con la que semejante peña se llena la boca continuamente, como si fuera un mantra milagroso. Ciertos medios y ciertos comunicadores no son nada inocentes en esta situación. Más que comunicadores ejercen de intoxicadores y agravan aun más el clima irrespirable en el que estamos instalados. No sé calcular por dónde puede explotar la situación, pero sí tengo muy claro que no puede ser nada positivo fomentar este odio con el que nos están habituando a enfrentarnos. Sánchez podrá gustar o no y justamente ese es el espíritu de la democracia, pero la falta de respeto permanente, los pitidos en cualquiera de sus comparecencias públicas, el no importar que haya delante otros mandatarios, me hacen pensar que esta derecha entiende el poder político como algo que les pertenece por derecho natural y que cada vez que el poder le llega a la izquierda es una situación incomprensible y antinatural. Dicho de otra forma: nunca han sido demócratas y se les nota mucho el resabio caciquil que arrastran secularmente.

El señor Núñez Feijóo ha intentado revestir su amargo fracaso de una dimensión épica de guardarropía: prefiere no perder la dignidad aunque le cueste la Presidencia. Léase: lo opuesto a Sánchez. Pero es falso: simplemente, no ha tenido oportunidad de mancharse los zapatos, que si la hubiera tenido no me atrevo a hacer un pronóstico. Él lo sabe y sabe que todos lo sabemos, pero es un magnífico pretexto para descalificar oblicuamente a Sánchez.

En esta situación, que Muñoz Molina denominó la era de la vileza, y cuando los populares daban por sentenciadas las elecciones, Núñez Feijóo ha pinchado en su afán de derrotar al sanchismo. Nunca me gustó su disyuntiva: O sanchismo o España. Siempre pensé que era una trampa ya que soy una de las Españas posibles y también soy moderadamente sanchista.

El Rey llamará a Pedro Sánchez para que forme gobierno. Y lo hará, si encuentra los apoyos suficientes. No me gustan las concesiones que se va a ver obligado a hacer para conseguirlo y espero que cumpla su promesa de respetar la Constitución. También espero, deseo, ruego y necesito un clima político relajado, que abandone para siempre esa siembra de odio y convierta al PP en un partido homologable con otras derechas del ámbito europeo en que nunca hubieran dejado de estar. Me conformo con que superen ese canibalismo político que es su más clara (y lamentable) seña de identidad.

ALBERTO GRANADOS

FOTO: Imagen del bronco debate de Atres Media
 
https://albertogranados.wordpress.com/2023/10/03/cosecha-de-odio/
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