23 noviembre 2024

«ESTOY PENSANDO EN LLUVIA» por Remedios Sánchez

Quiere la lluvia el sosiego lento de las sobremesas de otoño y el silencio bruno de las noches sin luna para traernos el frescor de su risa a los campos sembrados que se ahogaban de sed.

Amanece luego y la luz es otra en el verdor de los parques, en las hojas de los árboles impregnadas del olor transparente que se refleja en los charcos. Quienes hemos tenido infancia sabemos de la trascendencia de los charcos y los seguimos añorando, si no ya para saltar sobre ellos, para seguir pisándolos adrede haciendo creer que ha sido un despiste, porque la obligación de las personas adultas es dejarse de juegos, como si el territorio de la felicidad fuese siempre cosa del pasado. Hay un guiño cómplice entre transeúntes que comparten un secreto del que únicamente son ajenos quienes han pedido la sensibilidad, la capacidad para apreciar las verdades inmutables de las cosas sencillas, aquellas que erigen una existencia verdadera, con sus pequeños momentos de felicidad.

Por fortuna, todavía la lluvia nos conmueve -incluso a quienes no la nombran-, alborota el paisaje dándole la savia que se escapaba por momentos, nos trae una libertad desnuda que abraza a los jilguerillos escondidos entre las ultimísimas magnolias, a los gorriones amistosos que se acercan buscando el almuerzo, a la tórtola turca que ahora le ha dado por cantar junto a la fuente antigua, tan cerca siempre del olmo de bola rejuvenecido. Todos interpretan su sentido verdadero. Pero debe saberse también que, la lluvia, que todo lo traspasa y es sorpresa, en cada lugar se muestra de una manera; en la ciudad, serena e inconstante; en la sierra, como blancor almidonado de primeros copos que caen a cámara lenta vistiendo el horizonte, una aventura que se va construyendo por instantes y es luz cuando la mañana se enciende. Pero donde más grata resulta es en los pueblos de la vega; ahí se dejar ver traviesa y volandera, jugando al escondite con un airecillo gozosamente cómplice que la mueve a su albur, como si fuera una cometa que caracolea entre los alamillos de Zujaira, la patria auténtica de Federico donde hoy tiemblan los colores ambicionando un arco iris imposible y se esconden los secretos profundos e insondables de su verdad eterna, esos que solamente podía descifrar Juan de Loxa, su gran valedor, el hombre que se dedicó a hacer apostolado de la autenticidad lorquiana desde la Casa-Museo de Fuentevaqueros; aquella casa está construida con el hondo apasionamiento que merecía Federico gracias al perenne sacrificio esmerado de Juan, que merece idéntica delicadeza. Nadie debiera olvidar esto, ahora que se habla del lugar idóneo para su legado.

Con la lluvia y desde la lluvia siempre pienso en Juan, en Mariluz, en Eduardico Carretero y, especialmente, en Elena Martín Vivaldi, la poeta que fue capaz de delinear sus perfiles exactos: “tiene carne la lluvia de sonrisa y deshielo/ tiene un misterio cálido y redondo”. El misterio de la lluvia es su música, una sinfonía irrepetible que va desvaneciéndose para convertirse en espejuelo donde se refugia la semilla capaz de germinar en un ciclo perpetuo. Y rozarla supone estar presente en el abrazo desbordado del cielo, en su declaración de amor que propicia el triunfo glorioso y necesario de la tierra fértil que es vida y esperanza, el único y certero preludio de la futura primavera.

FOTO:https://www.elespanol.com/alicante/vega-baja/20211022/lluvias-litros-cuadrado-obligan-carreteras-vega-baja/621438369_0.html