¡Hagan juego! por Alberto Granados
A Charo le parece mentira, como si, más allá de la frase hecha, el mundo fuera realmente un pañuelo, algo controlado por el azar, por una serie de probabilidades que juegan caprichosamente con las biografías de las personas y las hacen ser dichosas o desgraciadas, justas o despreciables. Ha llegado hace un rato a la delegación de la empresa, dispuesta a tomar posesión del puesto directivo que acaba de conseguir, y su jefa resulta ser Juliana. Ni más ni menos que aquella Juliana que tanta influencia ejerció sobre ella hace ya cerca de veinte años… ¡Increíble, la casualidad! Un saludo tenso, un evitar mirarse a los ojos, una conversación forzada… Juliana ha firmado y sellado la documentación, ha llamado por el interfono a uno de los secretarios, que ha vuelto sólo un instante después con unas fotocopias, y se han despedido hasta la mañana siguiente. Todo en un tono oficial, burocrático, estrictamente administrativo y empresarial.
Charo sale con esa desagradable sensación de los reencuentros no deseados. Se pregunta quién era realmente cada una de ellas cuando la vida las reunió a las tres en el humilde piso que sus padres habían comprado hacía años para que las niñas vinieran a estudiar a la ciudad cuando fueran mayores. Fue siempre un piso de estudiantes, sin grandes comodidades ni pretensiones. Un barrio obrero céntrico y equidistante de todas las facultades. Allí había terminado la carrera su hermana Asun, que por aquel entonces estaba preparando unas oposiciones. Allí se enteró ella, tan inocente, recién llegada para estudiar COU, de que la vida en la ciudad no tenía nada que ver con la del pueblo y que gran parte de su franqueza se iba a convertir en cinismo y disimulo. Empezó por servir de tapadera a su hermana, que tenía al novio todo el día metido en el piso, como si ya estuvieran casados y terminó por… Se niega a recordar aquello. Después, se ríe de su ingenuidad de entonces, del aire de pueblerina que debía de traer, con aquella ropa comprada en la tienda de Jacinto o hecha por su madre o su abuela con la vieja máquina de coser Singer…
Sin darse cuenta, ha entrado a una cafetería y ha pedido un desayuno que apenas toca, sumida en sus recuerdos: la aparición de Juliana en el piso, como amiga de una compañera de su hermana, la jovialidad desplegada, un poco forzada, extraña. Su brillantez en la conversación, la música que conocía, las películas que había visto, los directores y actores que mencionaba sin parar y que a ella no le sonaban de nada, los libros que decía haber leído, el desparpajo que mostraba en todo, el estilo que tenía vistiendo, que cualquier cosa le caía de maravilla… Charo reconoce que quedó deslumbrada. Le pareció mucho más madura, más adulta, más lista, más elegante y más resuelta que ella, que se sintió una pobre chica que jamás llegaría a tener el tono de su flamante amiga. También reconoce, desde la distancia de tantos años, que la aceptó, inmediatamente y con una entrega absoluta, como mentora, como guía imprescindible para todo, desde el enfoque de los trabajos y bibliografías para el instituto, hasta para comprar ropa, elegir un peinado o un maquillaje, decir que sí o que no a un chico que le hubiera pedido que salieran alguna tarde… Ahora asume que Juliana le absorbió el criterio y que todo lo que llegaba a su mente procedía, de una u otra manera, de aquella especie de mujer vampiro que le robó su forma de ser y la transformó en otra persona, más ruin y miserable.
Unos meses después de su llegada a la ciudad, Magda, la prima del pueblo que vivía con ellas en el piso, se quedó embarazada. Un escándalo familiar. Hubo una boda precipitada y su dormitorio quedó vacante, así que Juliana se vino a vivir con ellas. A sus padres les pareció de maravilla. La habían conocido ya, pues Juliana había ido varias veces al pueblo y su misma madre se había quedado admirada de los recursos que tenía esa chica: le hacía sorprendentes peinados, la maquillaba magistralmente, le arreglaba ropa antigua, que adquiría un nuevo aire informal y divertido, le daba recetas fáciles, baratas y desconocidas en el pueblo… Había conseguido seducir también a la madre, en tanto que el padre la miraba con una mezcla de curiosidad y de un deseo ya casi olvidado con los años.
La vida en el piso fue otra desde que Juliana se instaló para compartir casi tres años con ellas. Asun iba a lo suyo con Javi, su novio, y Charo apenas tenía otro trato que el de Juliana. Cuando el dinero se iba agotando, los cuatro echaban interminables partidas al parchís, los dados o bien a la oca, especialmente en lo más crudo del invierno. A veces, su hermana y Javi desaparecían hacia el dormitorio y ellas dos continuaban aquellas aburridas partidas que ya habían empezado a no llenar el tedio. Durante una de aquellas tardes de lluvia y frío, Juliana lo planteó:
-Estamos convirtiendo en quincalla nuestra vida, que en realidad está para comérsela a bocados. Si ahora gastamos las tardes en jugar al parchís, ¿qué haremos cuando tengamos setenta años? Si fuerais valientes… La vida tiene más cosas… y si no surgen, se provocan.
Asun se atrevió y preguntó:
-¿Qué quieres decir? ¿Alguna propuesta?
-Mirad… no sé si puedo hablar claro… puede veniros muy grande… Hablo del encanto de lo perverso, de lo fascinante que puede llegar a ser el mal, pero eso sólo vale para gente lanzada. No sé yo si vosotros…
Charo recuerda, tantos años después, mientras remueve mecánicamente el azúcar del café, aquel gesto teatral, aquel silencio perfectamente medido, el cálculo exacto del efecto que sus palabras estaban a punto de provocar:
-Os propongo un juego… un juego de verdad, que no sea tirar un dado y contar con una ficha para saltar puentes, caer a un pozo o tirar otra vez porque lo dice una puta oca… Se trata de que digáis una cosa que os parezca horrible, pero verdaderamente despreciable… para llevarla a cabo, sin descartar nada… si hay que llegar a lo más impensable… se llega y en paz.
Javi, Asun y la propia Charo se quedaron boquiabiertos.
-¿Qué quieres decir? –preguntó Javi-. ¿Llegar adónde? ¿Hasta el sexo, el delito o el crimen? ¿Te estás quedando conmigo?
-Si proponéis sexo, delito o crimen, pues habrá que cumplir. Cada uno propone una cosa y la hace… Nos hará a todos sentirnos vivos. Bien simple. Algo que dé adrenalina a nuestro aburrimiento. A ver, Asun, ¿qué cosa te parece mala, mala, malísima de verdad?
-Pues… No sé… Quizás romper un matrimonio. Sembrar cizaña, poner a uno celoso para amargarle la vida al otro… Algo así, ¿o te refieres a otra cosa?
– Muy bien, Asun. No está nada mal. Y bien fácil de hacer. ¿Y tú, Javi?
-¿Yo? Pues no lo sé… Algo que me produzca dinero: un robo. Un robo de pasta en un estanco, que yo me conformo con poco, pero aviso: yo no voy a jugar, que os quede claro.
-¡Qué pocos huevos tenéis los tíos! –interrumpió Juliana-. Bueno, eso no es nada nuevo: ya se sabe desde hace mucho… ¿Y tú, Charo?
-Yo le haría una mala faena al profesor de filosofía, que es muy cabrón… A ver, que piense… Ya está: lo acusaría de que me está acosando sexualmente, de que ha habido varios intentos de propasarse conmigo…
-Genial, nena. ¡Esa es mi Charo! Yo creo que lo peor sería tener sexo con un indigente o con un pobre hombre sin carácter y, de una manera u otra, dejarlo a dos velas en el momento del orgasmo. ¿Qué os parece? Diabólico, ¿verdad?
-Yo que tú, iba al psiquiatra, chica –dijo Javi, un poco incómodo-. No te veo yo muy en tus cabales.
-Javi, tranquilo. Tampoco es para tanto –dijo Asun.
-No me diréis que le vais a hacer caso. ¿Estáis bien de la cabeza? Si propone cosas como las que ha dicho, es que esta tía está loca, ¡joder! Arruinarle la vida a un profesor, deshacer un matrimonio embarullando la realidad y dejar con la miel en los labios a un pobre diablo de los que duermen en los cajeros. Lo mío, atracar un estanco, es de parvulitos, comparado con lo que estáis diciendo… Yo me voy. Me estáis dando miedo.
Javi, muy molesto, se levantó y salió dando un portazo. Asun se fue tras él y Juliana y Charo se miraron mientras encendían un canuto que fumaron en silencio, como quien está muy concentrado en sus pensamientos. Charo, fumando ahora un cigarrillo, remueve el café y le da un sorbo automáticamente. No sabe muy bien cómo se precipitaron los acontecimientos, pero recuerda que aquella noche Asun tuvo una bronca con Javi y que volvió muy enfadada.
-Yo lo voy a hacer. Voy a hacer polvo un matrimonio. Será el azar quien decida a quien le va a tocar. Un par de desgraciados, tal vez con hijos. Les voy a machacar su pequeña felicidad, su rutina… Me gusta la idea: como la providencia, pero en plan cabrón… ¡Hagan juego, señoras! –y dio sendas palmadas en los hombros de su hermana y de la amiga.
Juliana también se lanzó:
-Yo le haré una mala faena a un tío. Los tíos siempre tienen el poder y siempre tienen ganas de sexo. Voy a cambiar las reglas del juego aunque sea por un momento: me tiraré a un pobre diablo, como si fuera una obra de caridad. Eso igual tiene recompensa en la otra vida… sólo que se va a quedar en blanco -reía excitada, junto a Asun que parecía haber tomado alguna copa-. ¿Y tú, Charo? ¿Vas a empapelar a tu profe? En el trullo podrá estudiar profundamente la fenomenología, que allí hay tiempo para todo…
Y Charo, sin pensarlo dos veces, aceptó: no podía decir que no a su amiga.
Las tres chicas se olvidaron momentáneamente del asunto porque empezaron los exámenes, pero el proceso ya estaba en marcha, según se vio después. Juliana preguntaba cada noche cómo iban a llevar a cabo su parte del juego y ninguna de las hermanas se atrevió a cortar radicalmente la situación, a deshacer equívocos, a replantear el asunto. Asun informó una noche, mientras cenaban:
-Chicas, esta tarde he visto un portal abierto y me he colado. He mirado los buzones y he seleccionado a mi víctima. Se llama… Vive en… y su mujercita es…
Asun siguió dando detalles de lo que había concebido: empezaría a mandar cartas perfumadas. Usaría un lenguaje incendiario, lleno de referencias a supuestos encuentros sexuales y haría continuas referencias a la promesa de abandonar a la esposa, que él habría hecho muchas veces a su amante, y que esta, supuestamente, le reclamaba. Aquello tenía que ser mortal por mucha confianza que hubiera entre marido y mujer. Asun hizo varias visitas más al portal durante los meses siguientes: en una de ellas, el buzón de los elegidos tenía una nueva placa de la que había desaparecido el nombre de aquel marido inocente y desconocido.
Poco después, Charo empezó la pantomima y denunció a su profesor de filosofía. Con un tesón desconocido hasta para ella misma, mantuvo la versión en todos los interrogatorios, incluso en las preguntas capciosas que se le formularon para ver si incurría en alguna contradicción. Aquello fue un escándalo que supuso una demanda contra aquel pobre hombre, que pasó por el juzgado y a punto estuvo de ser apartado de la docencia. Un compañero del instituto le dijo, muchos años después, que lo había visto de camarero en un restaurante modesto de Madrid, pues él mismo abandonó la enseñanza con una fuerte crisis emocional.
A finales de aquel curso, Asun sorprendió una tarde a Javi en la cama con Juliana. Se sintió traicionada por una amiga que la había impulsado a buscar nuevos esquemas de vida, que la había animado a convertirse en un monstruo, sólo por no decepcionarla, por estar a su altura… Montó en cólera y la echó de casa. Ahí le perdieron el rastro las dos hermanas, que empezaron a comentar que siempre había habido en esa chica algo que no parecía autentico, algo extraño. Menudearon los comentarios sobre su carácter dominador, sobre su falta de escrúpulos, sobre la forma como habían seguido sus crueles propuestas, como hipnotizadas o subyugadas por ella.
Unos días después, apareció el cadáver de Javi entre unos arbustos en un parque. Era un sitio usado para encuentros sexuales en plena zona de prostitución. Alguien le había machacado el cráneo con un adoquín llevado hasta allí desde unas obras vecinas. La autopsia confirmó que en el momento de morir, el chico estaba practicando sexo. Asun y Charo se quedaron de piedra y muchos años después se confesaron que las sospechas habían surgido, aunque en aquel momento era mejor no mover el asunto, pues ellas también habían desplegado una despiadada complicidad con Juliana. Mejor que la policía hiciera su trabajo sin que ellas salieran salpicadas. Y, efectivamente, la línea de investigación policial fue hacia el ambiente de las prostitutas y sus proxenetas.
Y pasó el tiempo con esa celeridad de los veinte a los treinta y tantos años, hasta que hoy Charo la ha encontrado como jefa de su sección. ¡Increíble! Aquella mujer la había dominado una vez, hasta el punto de que ella había hecho un daño injustificable al profesor, simplemente por agradarle… y ahora era su jefa, a la que tendría que contentar en su trabajo durante mucho tiempo… Charo se vio a sí misma como un pelele en sus manos. En ese momento, la oyó a sus espaldas:
-Habrá que cambiar muchas cosas en tu peinado y en tu forma de vestir, Charo, que has perdido mucho desde que no me ocupo de ti… -le decía mientras se acercaba a la mesa con un café en la mano-. Ahora todo va a cambiar, verás qué bien te va a ir en este trabajo… y si hay alguna duda, aquí estoy yo, para ayudarte y orientarte, que para eso somos amigas…
Alberto Granados
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