«Conflicto ideológico» por Alberto Granados
Algo ha cambiado sustancialmente en mi percepción actual y quiero exponer mi reubicación, especialmente para mis amigos de siempre.
La larga polémica ideológica que llevo manteniendo en Facebook durante los últimos años con viejos amigos de la niñez (José Enrique, Agustín, Manuel H. Z.) o con conocidos más o menos recientes y el hecho más relevante de nuestra política, la ley de amnistía, hacen que me vea obligado a explicarles mi conflicto ideológico reciente. Si no fuera por todo lo que hemos discutido en Facebook, con algún desplante o descalificación gruesa por medio, me guardaría mis ideas, certezas y dudas, que ya se ha hablado mucho del asunto y no creo poder aportar nada nuevo. Pero algo ha cambiado sustancialmente en mi percepción actual y quiero exponer mi reubicación, especialmente para estos amigos de siempre.
Empezaré por decir que, aunque me di de baja como militante del PSOE, por un encontronazo con un capitoste de ínfulas censoras, me siento socialista sin partido, expresión esta que le tomo prestada a Antonio Muñoz Molina. Un socialista que, además, siente una furibunda aversión por ese extraño corpus ideológico que, sin ser exactamente político, se convierte en el ADN ideológico de la derecha: la tauromaquia, la semana santa, el empresariado voraz y con pocos escrúpulos, el rancio caciquismo que todavía trasminan por encima de todo, esa arraigadísima costumbre de deslegitimar, sin ninguna ética, aquello que no va con su valoración de las cosas, el no querer cortar con el franquismo… Con frecuencia he llamado a esta derecha la caverna, por su apego a lo rancio y su cerrazón a todo lo nuevo (divorcio, aborto, igualdad, memoria histórica, derechos de homosexuales, laicismo, etc.). La necesidad de pactar con VOX ya los degrada hasta un pensamiento casi medievalista. Y yo siento un rechazo frontal a ese universo ideológico. Y siento lo que de encontronazo haya habido con mis amigos de la niñez, época desde la que la sociedad ha cambiado radicalmente, sin que ellos parezcan notarlo o dejen un margen para asumir cambios.
La caverna se mueve en unas líneas que me desazonan: la permanente deslegitimación de Sánchez, antes, por haber llegado a la Moncloa a través de una moción de censura, después a través de un costoso pacto con Unidas Podemos, los insultos al único Presidente que puede dialogar con otros mandatarios en inglés, la crítica ciega a la gestión de la pandemia, el hablar de dictadura, de traidor, de golpe de estado, el judicializar lo que nunca debió salir del terreno político… me suenan a viejos hábitos de cacique del XIX que se cree único merecedor para ostentar el poder y que el mero hecho de que la izquierda gane unas elecciones (o dos , en el caso del Sánchez, hace cuatro años) es un sindiós. La continua intoxicación (Ayuso, como se muerda un día la lengua, generará un entierro de estado), la falta de límites en sus catastróficos augurios, el penoso Núñez Feijóo, que ni es ganador ni encaja como perdedor digno, con su permanente rabieta de niño caprichoso y su inmoral llamada a nuevos tamayazos… Esta abundante acumulación de despropósitos me reafirman en mi posición socialista, sin que se pueda decir que sea sanchista al 100%. Le censuro varias cosas: el mantener a Grande Marlaska tras los de las vallas de Melilla; la pésima faena a los saharauis, lo de la chapucera ley del solo sí es sí, el mantener de ministra a Belarra, que parece una irresponsable niña mala del recreo, sin fuste para la responsabilidad de un ministerio, y algún otro detalle, pero con una amplia base de aceptación de su política global.
La bazofia mental de los manifestantes los impulsó a plantarse ante Ferraz con muñecas hinchables al grito de «Esto no es una sede. Es un puti-club». ¿Qué nivel!
Pero esta semana ha cambiado totalmente mi valoración de su política y ha sido por algo que yo creía firmemente que jamás haría: bajarse los pantalones con un personajillo de opereta como es Puigdemont. Había afirmado tantas veces que nunca se saldría de lo asentado y yo lo había creído tan a pies juntillas, que su renuncia de estos últimos días tengo que considerarla una voladura de puentes y una catástrofe. Aquí termina mi explicación a mis amigos. Pero tengo que añadir unas consideraciones.
Mi repugnancia a lo que últimamente ha hecho nuestro legítimo Presidente no hace que lo inhabilite globalmente. Puestos a inhabilitar, inhabilitaría a los manifestantes aborregados que quieren hacernos creer que defienden la integridad de España cuando lo que defienden es salvarle los muebles a Núñez Feijóo e imponer un corpus ideológico neonazi, en el caso de VOX y sus grupúsculos afines. Todas estas algaradas callejeras solo pretenden presionar para hacer imposible la formación de un nuevo gobierno y forzar nuevas elecciones, aunque llegado el caso Feijóo podría encontrarse con un nuevo rechazo del resto de grupos políticos.
Habría que procesar a Abascal por sus llamadas a la rebelión de las fuerzas del orden al pedirles que no cumplan las órdenes de sus superiores que a él no le parecen admisibles. Esto es golpismo descarado y cuando pase esta oleada de manifestaciones, que ya está resultando desestabilizadora y peligrosa, habrá que aplicar a cada idea y a cada personaje (Abascal, Feijóo, Gamarra, Bendodo, etc.) su adjetivo: golpista, fascista, neonazi, inmoral, provocador, embustero, desestabilizador… porque no veo ético limosnear que aquellos barones socialistas que no estén de acuerdo con Sánchez se presten a votar la investidura del gallego, que perdió así toda dimensión ética y se convirtió en un pelele.
Estos mandan a prisión a alguien en un pis-pas. Hubo un tiempo peor: mandaban al paredón. Y son los mismos.
Si es que alguna vez llega el momento de modificar la Constitución (para mí debería haberse hecho hace mucho, pero nuestros parlamentarios no son lo suficientemente valientes para abordar qué modelo de estado quieren los españoles -¿federal, monarquía, república?- ni la relación con la iglesia, ni otros aspectos y dejan dormir el problema por simple cobardía). Si alguna vez llegara la reforma o sustitución de la Constitución, sería cosa de establecer un arbitraje de la práctica política con capacidad para sancionar la mentira, la intoxicación, el enrarecimiento de la convivencia, etc. De existir ese árbitro veríamos quién quedaba a los pies de los caballos.
Mientras, habrá que acostumbrarse a pactos repugnantes: o el PSOE pacta con quien pueda, Bildu o Junts incluidos, o el PP pacta con VOX, que no es menos escandaloso. El espectro social del electorado es el que hay y parece descartar las mayorías absolutas. El futuro requerirá pactos y ahí veremos cosas que nos sonrojarán. Yo desde luego debo de ser raro, pues prefiero sonrojarme con la bajada de pantalones de Sánchez que ver al PP asumir la censura de obras de teatro del Siglo de Oro, o el pin parental, o aceptar que la problemática cinegética o cofrade entre en el currículo escolar mientras se fulmina Educación para la Ciudadanía.
Alberto Granados
https://albertogranados.wordpress.com/
FOTO:Bernardo Vergara