Sólo la luz que se esconde en los ojos de un niño es capaz de encender la mañana porque la infancia es la sorpresa que salta como una liebre, la curiosidad  infinita abarcando lo imposible, la hazaña del descubrimiento de lo grande y lo  pequeño, la cotidianeidad gozosa que se esconde en cada gesto, en la sonrisa de plenitud  de los hallazgos, en el sustantivo exacto que se despierta y pasa a formar parte del patrimonio que es la niñez para nombrar un objeto, una emoción, una ilusión a la que se
 puede subir por una escalera de caracol hecha con libros.

Porque todo está escrito y los libros -explicados por buenos docentes- poseen una magia que explica el enigma de los códigos secretos de los números, que custodia adjetivos como tesoros o que alza mapas de ríos y cordilleras, de países o continentes  separados por mares procelosos que pueden surcar bajeles piratas mientras la luna riela en el mar, como aquel de Espronceda; por  estas razones, digo, no encuentro explicación que me consuele de los resultados del nuevo informe del Programa para la Evaluación Integral de Alumnos (PISA).

Porque España, este país que somos todos, ha vuelto a bajar puntos en competencia lectora hasta caer a los 474 puntos en esta edición (trece menos que en 2004 que fue cuando entramos en caída libre); lo mismo sucede en competencia matemática (473  puntos, ocho menos que en la anterior valoración) y también en ciencias, que es la tercera área examinada.

Por mucho que los políticos se aferren a que en todos los países ha habido una caída llamativa tras el COVID que nos permite quedarnos esta vez en la media de la OCDE,es difícil entender por qué los chiquillos de Irlanda, Polonia, Chequia, Italia o Austria (de entre los 25 que nos superan) disfrutan más que los nuestros con la canción de los abecedarios; que los de Singapur, Canadá,  Países Bajos o Eslovenia (hay veintitrés que nos anteceden) tengan más interés por el equilibrio continuo de las matemáticas; o que los de Australia, Nueva Zelanda o Hungría, por citar a tres de los veinticuatro que nos llevan la delantera, estén más interesados en los hemisferios, los tipos de peces quehabitan los mares, los experimentos químicos o la posición de las estrellas en el firmamento.

Yo me niego a creer que se haya perdido el gusto por aprender en nuestras escuelas o que los docentes no sepan transmitir ya el entusiasmo que supone el conocimiento. El problema radica más en que se ha dejado de prestar atención cuando se hacen las leyes (cada una peor que la anterior) a lo que para nuestra generación implicaba premiar el esfuerzo, en el abuso de las nuevas tecnologías que cada vez con mayor frecuencia suplantan al maestro/a, en la masificación de las aulas, en la torpeza en los diseños de los planes de lectura, en no dar su lugar preeminente a las bibliotecas como espacio transversal de aprendizaje… en muchas cuestiones primordiales de las que sólo tienen clara conciencia quienes ejercen la perseverancia inasequible al desaliento que implica hoy enseñar, con tanta burocracia absurda restrictiva. Una burocracia que roba un tiempo imprescindible a la verdadera función educativa, que es abrir con las palabras precisas caminos de ilusión y aventura, esa pasión por vislumbrar los misterios del mundo.

FOTO: El Diario.es

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