Prohibir, retrasar, esconder, demonizar o alabar: ¿Qué hay que hacer con los móviles y los adolescentes?

Las administraciones y los centros educativos avanzan en la prohibición del móvil, una decisión que ha encendido el debate sobre la relación que tienen niños y jóvenes con las pantallas

Hace unos meses, en Barcelona nació un grupo de Whatsapp con miles de padres y madres -con sus consecuentes bombardeos de mensajes- que discuten cómo abordar la relación supuestamente tóxica y conflictiva que tienen sus hijos con sus teléfonos móviles. Esta, seguramente, sea una de las mejores imágenes para ilustrar el debate sobre el uso de tecnología entre los adolescentes.

Esta es una preocupación que hace años sobrevuela los entornos familiares y las conversaciones informales. Sobre todo desde la pandemia, cuando toda vida social quedó encerrada entre las cuatro esquinas de las pantallas de los dispositivos. Pero, hasta ahora, pocas administraciones se habían posicionado. Con pocos días de diferencia, la Generalitat de Catalunya y el Ministerio de Educación anunciaron la intención de prohibir totalmente el uso de móviles en la Primaria y dejarlo a discreción de los centros en la Secundaria.

Estas decisiones han caldeado un debate, que ya estaba subido de tono, entre los partidarios de prohibir el uso de los teléfonos y los que consideran que no hay que ser tan tajante. Y, en medio, niños y adolescentes, a los que casi nadie les pregunta.

Lo que a estas alturas es innegable es que los móviles forman parte inherente de la vida cotidiana. Según un reciente informe de los investigadores Monica Anderson, Michelle Faverio y Jeffrey Gottfried, publicado en Pew Research, cerca de un 20% de los jóvenes de entre 13 y 17 años hace un uso intensivo de las pantallas. Y en un 30% de los casos el uso es constante.

Lo que tampoco se puede negar es que las pantallas tienen influencia en nuestros cerebros. Hay innumerables estudios, como el de los doctores en psicología Alejandra Sánchez Ceballos y Johny Cardona Castillo, que sostienen que a más tiempo de exposición, menor es la capacidad de atención sostenida. Además, insisten en que cuánto más temprana sea la edad en la que se inician en las pantallas, mayores serán las consecuencias.

Cerca de un 20% de los jóvenes de entre 13 y 17 años hace un uso intensivo de las pantallas. Y en un 30% de los casos el uso es constante

Son muchos los adultos que se quejan de que los jóvenes a su alrededor tienen menos memoria y menor capacidad de atención. Y es cierto. La cuestión, tal como recuerdan muchos otros expertos, es que no sólo es causado por los móviles. El neurobiólogo David Bueno recuerda constantemente en su libro ‘El cerebro adolescente’ (Grijalbo, 2022) que la sociedad en general es mucho más sobreestimulante que hace unos años.

Las señales, las luces, la intensidad y velocidad de música y películas, los sonidos en la calle…Todo hace que sea imposible aburrirse y, por tanto, la sociedad -que no solo los niños y niñas- busca un entretenimiento constante. Porque la costumbre de no desenganchar la nariz del teléfono es transgeneracional, tal como cualquiera puede constatar en un recorrido en autobús, metro o tren.

Y ese gesto tiene consecuencias. Pero por suerte, Bueno también asegura que el cerebro es “maleable” y así como perdemos capacidad de atención debido a elementos externos, también podemos recuperarla.

¿Podemos hablar de adicción?

La preocupación sobre el precio a pagar por abusar de los teléfonos tiene una base científica, pero algunos expertos aseguran que se puede estar sobredimensionando el problema. Sobre todo al hablar de jóvenes. Al buscar en Google “móviles para adolescentes” no aparecen ofertas de telefonía ni tipos de modelo. El buscador interpreta que estamos preguntando por otra cosa y nos dirige a páginas como “¿Por qué mi hijo es adicto al móvil?” o “Síntomas para saber si un adolescente es adicto al móvil”.

La palabra “adicción” y sus variables están por todos lados. Pero ¿realmente podemos hablar de adicción? Esa pregunta fue la que llevó al psicoanalista José Ramón Ubieto a escribir el libro ‘¿Adictos o Amantes?’ (Octaedro, 2023). Antes de resolver la cuestión, advierte que “es evidente que la manera en que nombramos lo que les ocurre [a los adolescentes] tiene sus consecuencias, en sus vidas y en nuestra posibilidad de interlocución con ellos”.

Tanto Ubieto como otros profesionales de la pedagogía y la psicología recuerdan el carácter rebelde de los adolescentes y advierten que tratarles de ‘adictos’ puede agravar la antediluviana actitud de ‘los adultos son el enemigo’. Sobre todo siendo que aquellos que les tildan de dependientes también tienen un teléfono y lo usan de manera constante.

La manera en que nombramos lo que les ocurre a los adolescentes tiene sus consecuencias, en sus vidas y en nuestra posibilidad de interlocución con ellos

José Ramón Ubieto — Psicoanalista

Pero además las pantallas tienen grandes diferencias con otros objetos que, según los expertos, sí pueden derivar en adicción. La primera es que el uso de los móviles no supone un estigma social, así como sí lo es el consumo de drogas. No es un tabú enviar un Whatsapp, pero sí prepararse una dosis de heroína, por ejemplo. Y, siguiendo con el símil: el acceso a un teléfono es mucho más fácil que a los estupefacientes.

Luego hay otra diferencia. La adicción se caracteriza por un deseo tan irrefrenable que consume a la persona, la aísla y puede llevarla a ejercer la violencia para saciarse. Muchos adultos podrían considerar que sus hijos, encerrados todo el día y ‘enganchados a la maquinita’, cumplen ese patrón. Pero Ubieto disiente: el adolescente no está encerrado en sí mismo. Al contrario: “Se relacionan constantemente con otros porque no les basta el objeto”.

En otras palabras, su verdadera adicción es la comunicación con el exterior, con sus iguales. El móvil no es tanto el objeto de deseo, sino el medio. El ser humano es un animal social y el adolescente todavía lo es más. En una etapa de cambios, inseguridades y pulsiones nacientes, el contacto con iguales que están pasando por el mismo proceso es clave. Las redes sociales y las pantallas les ofrecen una puerta enorme para “tratar eso que les acosa en el cuerpo de una manera inventiva y sublimatoria”, apunta Ubieto.

El término “sublimatorio” cobra una especial relevancia, ya que pone de manifiesto lo que sucede a todos los adolescentes. Cuando algo da respuesta a un malestar, se convierte en su vida entera. Puede ser la adoración por un grupo de música, el consumo de drogas, practicar deporte, el sexo o, actualmente, las pantallas.

La ‘salida de la era del padre’

Los problemas en la adolescencia se mantienen, aunque sus soluciones varían con el tiempo, tal como apunta Liliana Arroyo, antropóloga especializada en nuevas tecnologías, en su libro ‘Tú no eres tu selfie’ (Milenio, 2020). Y estas siempre han sido potencialmente problemáticas. En el caso de las redes sociales se dan problemas de autoestima, ciberacoso, insomnio o síndromes como el FOMO (‘Fear of Missing Out’ o miedo a perderse algo). “Incluso una llegada a la edad adulta más temprana”, expone Arroyo, debido al consumo de material creado por y para adultos.

En este saco entran cosas tan dispares como las rutinas de ‘skincare’ que triunfan entre personas cada vez más jóvenes, o el acceso facilitado al porno. Por eso Ubieto insiste en la necesidad de educar a los más jóvenes y hablar con ellos sobre los peligros y potencialidades de las redes. De hecho, los mismos niños y niñas piden acompañamiento.

Así se destila de la encuesta a 5.000 menores de entre 8 y 11 años realizada por el Institut d’Infància i Adolescència de Barcelona, en la que ellos mismos demandan “alternativas divertidas fuera de las pantallas”. Y es que los dispositivos muchas veces son una alternativa al aburrimiento y a la soledad. De nuevo, según la misma encuesta, cerca de un 30% de los menores afirmaba no estar a gusto en sus casas porque “nadie hablaba con ellos”.

Los niños y niñas piden ‘ayuda para hacer un buen uso de las pantallas’, porque reconocen que tienen ‘facilidad para engancharse’

Alain Miller — Psicoanalista

Con todo, los niños y niñas piden “ayuda para hacer un buen uso de las pantallas”, porque reconocen que tienen “facilidad para engancharse”. Pero para eso quienes primero se tienen que educar son los adultos. El ser humano, como han dejado claro muchos pensadores y filósofos, tiende a demonizar lo que no entiende y, sobre todo, lo que le deja en mal lugar.

Que muchos progenitores se muestren contrarios al uso de los teléfonos móviles se explica con una teoría que el psicoanalista francés Jacques-Alain Miller elaboró en 2013 y a la que llamó ‘fase de salida de la era del padre’. Esto no significa que los padres vayan a dejar de existir, pero sí que pierden su rol de omnipotencia y omnisapiencia. Ni tu padre lo sabe todo ni tienes por qué llamarlo para que te ayude a arreglar un enchufe. Siempre va a haber un vídeo de Tiktok o una entrada de Google para ayudarte.

“Las tecnologías han impuesto el paradigma de la comunicación (horizontalidad), dejando de lado la transmisión (verticalidad) como vehículo clásico que daba sentido a la educación”, asegura Milner. Lo digital, además, deja atrás el libro de texto o la tradición oral como única manera de transmitir información y pone herramienta propias del ocio (sonidos, imágenes, textos) al servicio del aprendizaje. “Los recombina continuamente, desafiando los límites de espacio-tiempo y creando nuevas significaciones que les sirven [a los adolescentes] para elaborar su realidad y cuestionar los sentidos establecidos”, añade Ubieto.

Las tecnologías digitales han impuesto el paradigma de la comunicación (horizontalidad), dejando de lado la transmisión (verticalidad) como vehículo clásico que daba sentido a la educación

Con todo, los móviles son una herramienta que puede ser muy útil para la escuela. Y el aula tiene ante sí la oportunidad de educar sobre unas herramientas que, a pesar del rechazo que generan, vienen para quedarse. “Estar informados es la mejor manera de navegar la indefectible ola de la Inteligencia Artificial”, tal como afirma el neurobiólogo Mariano Sigman en su reciente ensayo ‘Artificial’ (Debate, 2023).

La prohibición de los teléfonos en las escuelas es una manera de reaccionar ante un fenómeno social creciente y que muchos consideran descontrolado. Pero prohibir pocas veces ha salido bien. Sobre todo siendo que, al salir de clase, estos niños y niñas seguirán teniendo pantallas en sus vidas.

Queda por ver cómo reaccionarán los jóvenes a estas políticas que quieren convertir los colegios en una zona separada de la vida digital de los jóvenes, pero lo que repiten Ubieto y Arroyo en un libro que escribieron juntos en 2022 (‘¿Bienvenidos al Metaverso?’, Ned Ediciones) es que “es un error diferenciar entre el mundo digital y el mundo real”. Los amigos de Internet son amigos. Los buenos ratos pasados online son de verdad. Igual que el ciberacoso duele igual que el tradicional. Y negar eso es negar un signo de este tiempo y es ir contra la realidad de toda una generación que, durante casi dos años, sólo pudo relacionarse con los suyos a través de una pantalla. Y que no les digan que aquello no fue real.  

FOTO: Ilustración de Pedro Perles

https://www.eldiario.es/cultura/prohibir-retrasar-esconder-demonizar-encumbrar-hay-moviles-adolescentes-cat_1_10778485.html

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