Quinientos años de Toma y daca (PARTE 2) por Gabriel Pozo Felguera

La procesión en conmemoración de la entrega de Granada se celebró el 2 de enero de los años 1519, 1520 y 1521. Salieron de la Capilla Real, recién acabada y con el mausoleo o bulto situado sobre la cripta vacía.

Hicieron un recorrido corto, saliendo al solar donde se iba a construir la Catedral, bajaron a Bibarrambla y subieron por el Zacatín para entrar por la puerta lateral. Se trató de una primera procesión cívico-religiosa, en la que los capellanes reales invitaron a participar al Corregidor y al cabildo de la ciudad. En aquellos tres primeros años no se homenajeó a los cadáveres de los Reyes Católicos porque todavía permanecían enterrados en el Convento de San Francisco, en la Alhambra. Tampoco se exhibió símbolo alguno en la Casa Consistorial. El protagonismo fue por aquellos primeros años para los cabildos de la Catedral y de la Capilla Real. Las insignias reales eran celosamente guardadas en el altar del panteón regio.

1522: primera Fiesta de la Toma

El 2 de enero de 1522 se puede considerar como primera Fiesta de la Toma que se celebró en Granada. Los cadáveres de los Reyes Católicos habían sido trasladados cincuenta días antes a la cripta bajo el mausoleo. El boato y la fiesta que rodearon la inhumación definitiva tuvieron continuación con la primera tremolación del pendón real ante el bulto de la Capilla Real; pero todavía no hay referencia a acto alguno en la casa consistorial. El alcaide de la Alhambra y capitán general del Reino, Conde de Tendilla, ordenó que se dedicaran varios quintales de pólvora a disparar cañonazos desde la fortaleza, se iluminaron las torres, se destinó parte de la guarnición militar a tener presencia en el ceremonial, se hicieron luminarias en las torres de la Alhambra, se tañeron las campanas y se abrieron las puertas de la fortaleza para regocijo general de los ciudadanos.

El obispo Antonio de Rojas, por su parte, ordenó iluminar las torres de las iglesias de la ciudad y tañido de campanas. El Concejo municipal participó aportando cera y panes para los necesitados. En aquellos primeros años caló hondo la fiesta en la ciudad, de manera que se decidió ampliarla también al primer día del año. No nos han quedado rastros concretos del programa de fiestas del primer tercio del siglo XVI, pero debió ser potente. Pronto aparecieron las fiestas de cañas con toros de por medio; Enríquez de Jorquera narra la corrida con ocho morlacos que se organizó el 2 de enero de 1588; es de suponer que la tradición ya venía de años anteriores; también en posteriores, como fue el caso de la lidia de una docena de astados el 2 de enero de 1613. El cronista no hace referencia al lugar de las corridas, pero lo más probable es que tuvieran lugar en Bibarrambla.

1567: El privilegio del primer Alférez mayor

De conmemoración de la entrega de Granada se pasó pronto a hablar de reconquista y toma de la ciudad a los moros. Los corregidores Íñigo Manrique (1522-27) y Luis Pacheco (1530-34) dieron un impulso a la celebración consolidándola como una especie de fiesta y feria de carácter regional. La parte política de la ciudad empezó a ganar peso en los festejos. Y con el aumento de brillantez también aparecieron los deseos de figurar, tanto entre el estamento religioso como por parte de la nobleza local. Todo el mundo peleaba por conseguir un lugar destacado en las celebraciones.

De conmemoración de la entrega de Granada se pasó pronto a hablar de reconquista y toma de la ciudad a los moros

Uno de los primeros personajes que copó las fiesta de la Toma de Granada fue un miembro de la casa de Aguilar, descendiente del Gran Capitán. Se trató de Luis Fernández de Córdoba y Enríquez. Hombre de apellido ilustre, criado en la Corte como menino de Felipe II, ya para 1566 consiguió de su amigo el Rey el cargo del primer Alférez mayor de Granada (Decreto de 24 de noviembre de 1566). Aquel empleo consistía en ser el delegado regio en la ciudad y portador del pendón real en las procesiones que salían a la calle. Luis Fernández de Córdoba se apropió de la prerrogativa, para sí y sus descendientes, de ondear el pendón que custodiaba la Capilla Real. Quizás de esa época surgió la tradición de subir al balcón del Consistorio a ondear la bandera para todo el pueblo.

Durante bastantes años tuvo la casa de Aguilar la prerrogativa de tremolarlo. Sobre todo, porque durante la Guerra de las Alpujarras estuvo al lado de Juan de Austria; completó su carrera político-militar en Lepanto y diversas embajadas por encargo de Felipe II. Fue el tremolador cada año, pues fijó su residencia en Granada. Hasta que en 1592 fue nombrado alcalde-corregidor de Toledo y delegó.

El Ayuntamiento de Granada siempre defendió el derecho de que fuese uno de sus Caballeros XXIV el portador del estandarte

El Ayuntamiento de Granada siempre defendió el derecho de que fuese uno de sus Caballeros XXIV el portador del estandarte. Luis F. de Córdoba y el alcalde llegaron al acuerdo de que el noble tomaría el pendón a la puerta del Ayuntamiento, se lo entregaría a un teniente para que lo portara por la calle; se lo devolvería al entrar en la Capilla Real, donde rodearía los bultos y saludaría con la insignia. A la salida, de nuevo se lo dejaría llevar a un teniente. En caso de que Luis F. de Córdoba no estuviese en Granada, delegaba en el concejal más antiguo. El noble o sus descendientes conservarían su derecho de tremoladores mientras su apellido retuviera el cargo de Alférez mayor. 

Frufrú de sotanas y capas

El día de la Toma vivió su periodo de máximo esplendor desde finales del primer tercio del siglo XVI hasta mediado el siglo XVII. Toda la nobleza de la ciudad peleaba por ocupar sitios de honor en el protocolo de la procesión. El cabildo municipal se las ingenió para tener cada vez un papel más importante en la fiesta que capitaneaban los canónigos de la Catedral y de la Capilla Real. No se sabe con exactitud la fecha en que el Ayuntamiento encargó la confección de su propio estandarte real, pero los estudios del tejido apuntan que debió ser de principios del XVII, muy probablemente hecho en 1624 para la visita de Felipe IV. (El que se saca en la actualidad es una copia).  Con el tiempo, el estandarte municipal y su réplica han sustituido al original que guarda la Capilla Real. Tampoco se sabe el momento en que se incorporó el ondeo de la enseña y su exposición en un balcón central de la casa consistorial. Este hecho de exponer el pendón y tremolarlo tiene su origen en el acto de la Torre de la Vela del 2 de enero de 1492. El alférez mayor o un comendador de la ciudad decidieron suplantar o sustituir el acto de la Alhambra por un nuevo acto en el Ayuntamiento. O lo que es lo mismo, el representante real ya no era el capitán general que residía en la Alhambra, sino el alcalde de la ciudad.

Grabado de la Casa de los Miradores, en la Plaza de Bibarrambla, sede del Concejo donde se tremolaba el pendón entre mediados del siglo XVI y mediados del XIX.

Durante el largo siglo de esplendor de la Toma, cada estamento tenía su lugar en la enorme función cívico-religiosa que salía a la calle aquel día. Se sumaron por orden de antigüedad representaciones de todas las parroquias de la ciudad, de todos los gremios, de representantes de la mayoría de concejos del Reino de Granada, etc. Cada uno con sus maceros, cruces, prestes, diáconos. El protocolo y el ceremonial estrictos eran los elementos más importantes a respetar. El momento apoteósico fue 1572, durante la celebración del Sínodo Granatensis, que congregó en la ciudad a innumerable clero de España.

En lenguaje de hoy, podemos concluir que había codazos por ocupar los sitios preeminentes en la procesión y el porte de símbolos

En lenguaje de hoy, podemos concluir que había codazos por ocupar los sitios preeminentes en la procesión y el porte de símbolos. El arzobispo venía ostentando desde 1517 el título de depositario de la espada y el pendón; pero en vista de las quejas del Ayuntamiento, pactó cesiones al Concejo, de manera que todo el mundo quedase contento: la espada la llevaría el corregidor, y la corona de la Reina el arzobispo, el presidente de la Chancillería o en quien delegase. Este reparto de tareas cambiaba de un año para otro, con los consiguientes disgustos.

El culmen de las disputas llegó a enfrentar a canónigos de la catedral con capellanes reales. Entre ellos se disputaron quién era el guardián de los símbolos reales y el lugar que debían ocupar cada uno en la procesión. Hubo que convocar una cumbre entre el deán catedralicio y el capellán mayor, de manera que acordaron intercalar a sus respectivas sotanas en las filas para que ninguno sobresaliese más que el otro; se gualdrapearon en las filas. También acordaron las misas a las que asistiría cada uno y el lugar que ocuparían en los templos.

Crisis del siglo XVII: la nobleza se aparta

El primer gran encontronazo entre la Iglesia y el Ayuntamiento tuvo lugar en 1591 y afectó de lleno a la fiesta de la Toma. La ciudad estuvo varios años sin participar y aportar su parte a los festejos populares. Fue el primer enfriamiento de la Toma como fiesta mayor de la ciudad. El estallido ocurrió en 1591, cuando Felipe II pidió la aportación de ocho millones para paliar la bancarrota de la Corona con tanta guerra en que estaba metida, más el cáncer arrastrado de las obras de El Escorial. El Ayuntamiento repartió la carga entre todos los ciudadanos, incluidos canónigos, curas y frailes, que debían pagar un arbitrio sobre su consumo de carne.

Pero al final los curas ganaron la partida: el Ayuntamiento les devolvió todo lo cobrado y el arzobispo retiró la excomunión. Aquel hecho dejó bastante tocada la relación entre eclesiásticos y políticos. Y la Toma empezó a flaquear como fiesta

El clero granadino, exento de gravámenes hasta entonces, se sintió tan agraviado que presionó al arzobispo para que les defendiera. Pedro de Castro, de carácter rudo, directo y casi violento, exigió al Ayuntamiento que retirase tal impuesto a su gente. El corregidor Don Alonso de Cárdenas no cedió y el obispo excomulgó a toda la corporación. Se formó un escándalo de dimensiones descomunales, los curas no querían confesar ni comulgar a los ediles, incluso alguno falleció en pecado mortal por haber querido cobrar impuestos a los curas.

Las espadas estuvieron en alto varios años entre el clero y los políticos, hasta la llegada del corregidor Mosén Rubí de Bracamonte. Pero al final los curas ganaron la partida: el Ayuntamiento les devolvió todo lo cobrado y el arzobispo retiró la excomunión. Aquel hecho dejó bastante tocada la relación entre eclesiásticos y políticos. Y la Toma empezó a flaquear como fiesta.

Con tanta tensión, cualquier diferencia hacía saltar chispas entre ellos. Fue el caso de la Toma de 1601, cuando un concejal y un capellán echaron mano de espadas y cuchillos en la Capilla Real a cuenta de la colocación de un banco donde tomar asiento cada uno.

Estandarte real que se guarda en el Ayuntamiento, bordado en el siglo XVII a imagen del original de la Capilla Real. AHMGR.

Para mediados del siglo XVII, la procesión de la Toma había empezado a decaer. Los papeles y lugares más representativos habían conseguido coparlos los representantes de la Iglesia (Catedral y Capilla Real) y del Consistorio. La nobleza descendiente de conquistadores se sentía apartada y dejaba de asistir empenachada a las representaciones. Algo similar ocurrió a los gremios y al pueblo llano; Felipe IV no había dejado de exigir fondos y soldador para hacer frente a la sublevación catalana. La crisis económica era una realidad y el siglo de oro un recuerdo del pasado en Granada: la ciudad se dio cuenta de que había sido dada de lado por la monarquía. El asunto venía de tiempo atrás, con Felipe II, despreciando su catedral como panteón real y trasladándolo a El Escorial. Si los Reyes Católicos y Carlos V entendieron que Granada era un símbolo y su ciudad más importante, la realidad demostró que Sevilla y Cádiz se hicieron potencias económicas con el tráfico de América, mientras Madrid y Valladolid eran las preferidas por los Austrias menores.

La fiesta de la Toma enfiló su cuesta abajo durante casi un siglo. El Ayuntamiento se limitaba a enviar una representación de ediles a la Capilla Real y Catedral, igual que hacía con el cumplimiento de otro más de los muchos votos que mantenía la ciudad con santos e iglesias por haberle salvado de plagas, diluvios, sequías o terremotos

La nobleza establecida en Granada a lo largo del XVI, pronto empezó a apuntar a los lugares a donde se estaba conformado la Corte. Aunque mantuvo posesiones y casas solariegas en Granada hasta bien entrado el siglo XX.

1752: El renacer con nuevo ceremonial

La fiesta de la Toma enfiló su cuesta abajo durante casi un siglo. El Ayuntamiento se limitaba a enviar una representación de ediles a la Capilla Real y Catedral, igual que hacía con el cumplimiento de otro más de los muchos votos que mantenía la ciudad con santos e iglesias por haberle salvado de plagas, diluvios, sequías o terremotos. El pueblo estaba ajeno a la celebración litúrgica en recuerdo de unos reyes y de un hecho que habían dejado de ser historia reciente y se habían adentrado en la nebulosa de lo legendario.

FOTO: El bulto de los Reyes Católicos estuvo solo y centrado sobre la cripta entre 1518 y 1603 en que fue movido para colocar a su lado el de Juana I y Felipe I.

http://www.elindependientedegranada.es/ciudadania/quinientos-anos-toma-daca

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