23 noviembre 2024

El tema más socorrido cuando a alguien no se le ocurría nada para romper un silencio incómodo era hablar del tiempo.  

De si el día anterior había hecho más calor de lo habitual o de si febrero se acercaba con un ruido de lluvia tocando en los cristales de las noches de invierno y convenía no olvidarse el paraguas.  Esto no sucede ya, mayormente porque en España no llueve; lo cual, que la política-ficción de mediocridades varias ha quedado relegada a un segundo plano frente a la preocupación medioambiental, ahora que nos han explicado lo que significa que 2023 haya sido el año más seco en más de siglo y medio (es decir, desde que existen registros).

El personal ha empezado a darse cuenta de que los mandamases actuales son, por fortuna, transitorios, pero que el cambio climático ha venido para quedarse y crearnos una situación de indefensión, cargada de consecuencias que tienen casi tan confusos a los científicos como a cualquier españolito de a pie porque viene a transformar nuestro modo de vida. El problema, claro, es saber qué piensan de esto los que tienen que tomar medidas para frenar las consecuencias que afectan a todos los sectores, se pongan como se pongan los negacionistas y demás especies ultramontanas en vías de extinción.

La realidad es santa y ha dejado de ser algo que sucedía en otros países (incendios en Canadá o Hawái; huracanes en México; terremotos en Turquía; la sequía amazónica imparable) para atravesar el país de norte a sur. Que la España seca se ha convertido ya en la España árida empezó con la evidencia de las restricciones de agua, que son una constante en medio país (al otro medio están a punto de llegar) y sigue con la comprobación de la manera en que afecta a la agricultura que, para nuestra realidad cotidiana, conlleva que los tomates, el aceite o las naranjas -por ejemplo-. como son más escasas las cosechas, multipliquen sus precios.

La cuestión es cuáles son las políticas integrales que deben aplicarse urgentemente. Esas que no pasan por ampliar el aeropuerto de Barajas, la última ocurrencia de Pedro Sánchez, que se ha despistado y no ha visto la relación entre frenar el calentamiento global -lo que defendió en la cumbre de Emiratos Árabes- y el efecto de los gases invernadero que supondría aumentar el número de vuelos. A ninguno se le ha ocurrido plantearse si reestructurarlos con algún criterio no es más adecuado, porque todos los grupos políticos (desde Podemos al PP, puesto que VOX niega la mayor y vive en un limbo donde ni sufre ni padece), aparte de quejarse, tienen pánico  al coste electoral que implicaría tomar medidas contundentes y evidentemente impopulares en un momento en que la gente quiere, a la vez, protección medioambiental y tres coches en el garaje, como si los gestores públicos tuvieran varitas mágicas.

Y, en esta época en la que hacer el ridículo se cotiza a la alza, afirmando una cosa y la contraria a la vez sin consecuencias, no hay quien tome medidas que debieran entenderse como inaplazables. Ahí reside lo grave del asunto: en que, mientras estos señores que son incapaces de llegar a consensos esenciales y se lamentan porque hemos perdido las estaciones nadie sabe dónde, el planeta se nos muere cada amanecer un rato y aquí no pasa nada.

FOTO: Crisis climática(Fuente externa)