«ZORRA DE POSTAL» por Remedios Sánchez

Hace cincuenta años Debord avisaba de que la sociedad del espectáculo no era un sueño que había que alcanzar sino una pesadilla que resultaba imprescindible parar.  Nadie se lo tomó suficientemente en serio y aquí estamos, cinco décadas después, tratando de que no se manipule ni se perviertan los avances del feminismo, cada vez más acosado por las estructuras de poder del marketing.

Empiezo por lo primordial: no voy a hacer un análisis de la calidad artística de la composición que España manda a Eurovisión tras un concurso financiado con el dinero de todos los españoles y españolas. Tampoco voy a referirme a la estética ni a la calidad vocal de la intérprete. Lo serio es que se reitere desde los ámbitos de poder que, si no somos capaces de alcanzar la sublime profundidad de esto que han venido a llamar canción titulado “Zorra”, si lo percibimos como un insulto a la inteligencia aparte de un retroceso (que viene a sumarse a la hipersexualización de anteriores propuestas) en el modo de visibilizar a la mujer, es que somos tontas o anacrónicas.

Yo comprendo que traten de darnos, por un lado, los intérpretes y por otro la televisión estatal financiadora con nuestros impuestos, una explicación. Y la aclaración es que buscan resemantizar el término con el que se ha insultado secularmente a las mujeres, darle otro significado que no implique la primera idea que viene a la mente de cualquiera, consciente o instintivamente, cuando se califica a una con ese vocablo; es decir, la que recoge la Real Academia Española: ‘prostituta’, vulgarmente ‘puta’. Pero ese discurso simplista es inaceptable porque, aunque haya quien lo crea, no somos idiotas, sabemos que los procesos de transformación lingüístico son lentos y el fenómeno “Zorra” durará tal vez un verano; pero será un peldaño más que sumar a las letras de reggaetón y asimiladas que validan la violencia de género verbal o física. Baste escucharlas.

Menos admisible aún es insultar a quienes critican este desatino que tanto gusta a Pedro Sánchez que, para defenderla, ha afirmado que “a la fachosfera le hubiera gustado tener el ‘Cara al sol’”. Desconozco lo que le hubiera gustado al perfil de votante de Vox o a sus proximidades ideológicas (eso él lo sabrá mejor, dado que PNV y Junts son sus socios prioritarios); ahora bien, lo que sí sé como filóloga, después de veinte años de docencia, es cómo lo van a entender muchos que oigan la canción. Conste que digo oigan, no que escuchen, porque en una discoteca o en una verbena estival la gente no se dedica a hacer un comentario textual de las letras. Las asumen inconsciente como culturalmente propias y no se plantean más, aturdidos entre tanto mensaje simultáneo. Porque nada en el mundo en que vivimos es inocente; ni las palabras, ni los gestos, ni las performances, ni siquiera los silencios. Todo conlleva un componente simbólico implícito que, incluso, trasciende a lo explicito. Por eso no puede callarse el “justo y divertido” movimiento feminista (desde su frivolidad, Sánchez lo define así) porque, como aclaraban Elena Valenciano o Elsa Lopez –la filósofa y excepcional poeta a la que su periódico censuró el artículo sobre el tema-, esto no tiene gracia. No tiene ni puñetera gracia ni nos divierte que se utilicen fondos públicos amparándose en la libertad creadora para banalizar la misoginia.

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